Iba la lechera con su cántaro camino del mercado.
La alegraba el pensamiento de lo que haría con el dinero de la venta de la leche: compraría huevos que le darían pollos que vendería para comprarse una vaca que le daría terneros que vendería para comprarse una casa que le permitiría conseguir marido.
En eso -¡oh desgracia!- tropezó y cayó. El cántaro se quebró; se derramó la leche. ¡Adiós huevos y pollos! ¡Adiós vaca y terneros! ¡Adiós casa y marido!
Por fortuna pasaba por ahí un fabulista que se prendó de la lechera y la desposó. Ahora la lechera tiene al fabulista escribiendo fábulas a mañana, tarde y noche. Ella vende lo que escribe su marido, y con el dinero compra huevos y pollos, y terneras y casas. Se da la gran vida mientras el infeliz de su esposo se mata haciendo fábulas.
No sé si esto que acabo de escribir tenga una moraleja. Si la tiene, que les aproveche a los fabulistas.
¡Hasta mañana!...