Entre la bruma aparecieron los venados.
Los miré ayer en el confín del monte. Eran seis o siete; machos y hembras. Caminaban con la elegante gracia que esas bellas criaturas tienen al andar. Al pasar me miraron sin recelo, como si supieran que jamás les haré daño, y luego se perdieron en el bosque. Fue una visión de paraíso. Así debe haber sido el mundo, medité, antes de que los hombres llegáramos a él.
En las montañas que rodean al Potrero no había ya venados. Se habían acabado también los osos, los guajolotes silvestres y los jabalíes. Las verdes guacamayas escaseaban, lo mismo que los pájaros azules. Sobrevivía el coyote, que siempre sobrevive. Pero la ignorancia del hombre y los incendios forestales hicieron su obra, y las criaturas que antes abundaban no estaban ya con nosotros.
Luego, por no sé qué milagro prodigioso, volvieron a vivir. Cuando vamos por la vereda sierra arriba se atraviesan de pronto ante nosotros. He visto al oso, y al jabalí, y al ciervo, y aun he creído ver al puma. Me he topado con los guajolotes. Miro y oigo a las aves parlanchinas. Volvió la vida. La vida siempre vuelve.
¡Hasta mañana!...