Llegó el número uno y declaró sin más:
-Soy el número uno.
No me sorprendió nada su presentación: a muchos he oído decir que son el número uno. Poco tardo en darme cuenta de que no los son: uno resultó ser el número 725; otro era el 2002, y no faltó quien fuera el número 3.404.736.
Aun así le dije cortésmente:
-Pase usted y siéntese. Estas son las bancas destinadas a los que dicen ser el número uno.
-Yo lo soy en verdad -se atufó.
-Todos dicen lo mismo -respondí-. Quienes se sienten el número uno están convencidos de que verdaderamente son el número uno. Ninguno de ellos lo es. Y usted tampoco; perdóneme que se lo diga.
Preguntó con molestia:
-¿Quién es entonces el número uno?
-Todos lo somos -contesté-, y ninguno.
Parece que no lo convencí. Eso me convenció de que no era el número uno.
¡Hasta mañana!...