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DR. VÍCTOR ALBORES GARCÍA

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C. (PSILAC) CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA ADOLESCENCIA EN EL SIGLO XXI Seguramente podríamos afirmar que todos quienes somos adultos en el presente, hemos transitado en algún momento de nuestras vidas por lo que se ha dado en llamar la etapa de la adolescencia. Quizás para algunos se trate de memorias más frescas, vívidas e importantes, que inclusive coleccionen y mantengan con cierta nostalgia, como esas fotografías que se guardan en los cajones especiales y secretos de los recuerdos y que sólo se revisan furtivamente en ciertas ocasiones especiales e íntimas. Para otros, por el contrario, su vida como adolescentes representó una especie de encarcelamiento y de tortura que sufrieron, inmersos en una oscuridad existencial en la que todo aparecía siniestro e incierto, carente de sentido y que finalmente los empujó al escape por las vías que consideraron más fáciles y accesibles, y no necesariamente las ideales. En contraste, hay quienes ni siquiera recuerdan haber experimentado una etapa semejante, por lo que el término carece de valor y de sentido, puesto que no pueden registrar huellas claras o definidas de tales años, ya que consideran que sus vidas han mantenido un curso lineal intrascendente, sin cambios importantes, sin sobresaltos, ni experiencias especiales, sin baches, y sin altibajos ni sorpresas, y que inclusive hasta pudieran llegar a pensar que si en verdad hubo una etapa semejante, la pasaron de noche, a oscuras e imperceptiblemente, sin conciencia alguna de ella. Para algunos más, la adolescencia se ha presentado como un período real e intenso de sus vidas, en el que soñaron, sufrieron, se estresaron, se divirtieron y disfrutaron al día sus experiencias, se educaron, se enamoraron, se desarrollaron, maduraron y aprendieron tanto alrededor de sus hogares, de sus familias, de sus escuelas, de sus amistades y parejas y de su ambiente en general, lo cual les apoyó y les sirvió como una especie de plataforma que estimuló y facilitó su despegue hacia nuevas trayectorias mediante esos cambios necesarios para convertirse en los adultos del presente, que se siguen desarrollando y funcionando activamente después de dejar atrás tal recorrido, pero manteniendo de algún modo las raíces, las bases, los valores, las tradiciones y las enseñanzas acumuladas. Por otro lado, hay también quienes biológica y cronológicamente se presentan igualmente como adultos, e imperceptiblemente mantienen esa fachada de moda que les favorece y los caracteriza eternamente juveniles y resplandecientes, puesto que intensiva e incansablemente trabajan y dedican todos sus esfuerzos a “ella”, mediante el uso infinito y minucioso de cualquier tipo y estilo de maniobras, técnicas, recetas, pociones e instrumentos accesibles, porque en el fondo consciente o inconscientemente se han mantenido conectados precisamente con esa etapa de la adolescencia y les ha sido difícil desprenderse, soltar los amarres y enfrentar parcial o totalmente los retos, las tareas, las experiencias y las vicisitudes de un territorio que prevén adelante como parte de un camino demasiado oscuro. Complicado y amenazante, que adivinan e interpretan finalmente como un deslizamiento hacia la vejez y hacia la completa terminación de todos los privilegios, las ventajas, los favores y los goces inherentes a la juventud, algo conocido por todos y ampliamente publicitado, ofrecido y vendido por hasta los más humildes medios públicos de comunicación. En cierto sentido para ellos, desprenderse de la adolescencia y de la juventud significa básicamente deslizarse hacia el final de ese tobogán que nos lleva irremediablemente al envejecimiento y finalmente a la muerte, algo que todos sabemos y aprendemos desde niños y que no siempre logramos aceptar y digerir. Pero todavía podríamos mencionar a otro grupo especial de individuos; aquellos que se aferran con tal ímpetu a la adolescencia y sus vivencias al grado de permanecer atrapados en ella ineludiblemente, hasta inmolarse y destruirse prematuramente por desgracia, consciente o inconscientemente, accidental o voluntariamente como sucede con los héroes clásicos de las tragedias y de la mitología griega o como aquellos personajes intensos de la época del romanticismo (Continuará).

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