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NUESTRA SALUD MENTAL

DR. VÍCTOR ALBORES GARCÍA

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C. (PSILAC)

CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

ADOLESCENCIA EN EL

SIGLO XX

OCTAGÉSIMA

NOVENA PARTE

Existe una variedad de peligros y consecuencias psicológicas y sociales no necesariamente saludables o benéficas, en tal construcción tradicional de ese estilo de estereotipos rígidos adjudicados a hombres y mujeres a lo largo del tiempo. El machismo entonces como modelo cultural instituido para los niños, adolescentes y adultos del género masculino, en un buen porcentaje los puede convertir en bullys, en buscapleitos, en delincuentes tempranos o inclusive en criminales agresivos o matones asalariados, que fueron educados bajo esas normas infantiles que premian la agresividad y la violencia en el juego o la vida diaria como características que debe portar un varón para poder sentirse seguro y poseedor de su posición en la sociedad. Se puede tratar de un individuo que desde niño puede llegar a desarrollar rasgos antisociales y delictivos, en búsqueda de pleitos, desafíos, agresiones y violaciones a los derechos de los demás, como un modo de desarrollo psicológico y social, con un enorme potencial para convertirse más tarde en golpeador, abusador y violador de niños, niñas o de mujeres y hombres, en ese esquema de violencia familiar que amargamente cada vez descubrimos con mayor frecuencia en nuestra sociedad, no porque realmente se trate de una novedad, sino porque es un fenómeno que ha existido silenciosamente en nuestra cultura desde hace siglos, pero hasta ahora se destapa y se empieza a tomar en cuenta para buscarle soluciones. Es así entonces, que en el seno mismo del hogar, ante las circunstancias familiares y culturales tradicionales, consciente o inconscientemente, la madre como principal educadora, estimula y a veces hasta premia los impulsos agresivos y violentos en los hijos varones como "machos", especialmente ante la anuencia o la ausencia del padre como modelo masculino desde su infancia hasta convertirse en adulto. En contraste, resalta el estereotipo tradicional en su pareja, como esa mujer sumisa, pasiva, doblegada, callada y aguantadora que siempre estará ahí presente frente a tales embates de agresividad y violencia, inclusive respaldados por principios culturales religiosos, como "la cruz" que se debe cargar en esta vida. Nuestras estadísticas actuales reflejan hasta dónde puede llegar la intensidad, profundidad y barbarie de estereotipos semejantes que siguen formando una parte importante del panorama psicológico y social nacional, que incluso nos otorga un honroso lugar en la clasificación mundial de las sociedades que se caracterizan por este tipo de violencia marital y familiar. Dicho modelo nos confronta a todos los mexicanos. Y uno se puede preguntar cómo están reaccionando los adolescentes y adultos jóvenes de nuestros días que han vivido en carne propia o han sido testigos de dichas experiencias terribles y cotidianas en sus propios hogares o en los vecinos. ¿Cómo enfrentan este dilema y desafío, en cuanto a repetirlo y prolongarlo como un modelo aprendido e internalizado imposible de cambiar o como una experiencia que ayude a concientizarlo, enfrentarlo, canalizarlo y sublimar tales emociones por derroteros más favorables en la búsqueda de nuevos modelos masculinos y femeninos más saludables? (Continuará).

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