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Pequeñas especies

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

UNA LECCIÓN SIN VIOLENCIA

Qué difícil es ser hoy un buen padre para nuestros hijos, es cierto que los tiempos de ahora son muy diferentes a los de nuestra juventud, pero también es cierto que los valores de hoy son los mismos de antes y lo seguirán siendo dentro de cien años. Como abuelo cambia la vida totalmente, se revive la historia y el hogar viejo vuelve a florecer, con un nieto se vuelve a ser padre y enmendamos los yerros que tuvimos de una paternidad principiante.

Los regaños, castigos, o consejos para los hijos, ya no surten el mismo efecto de antes. Las personas de nuestra generación fuimos inquietos y traviesos, pero muy respetuosos con nuestros mayores, algo diferente a la generación de ahora, recuerdo a mi madre que decía que yo le había puesto la cola al diablo de lo inquieto y travieso que era durante la infancia, pero tenía algo a mi favor, nunca fui irrespetuoso y quería mucho a los animales.

Recuerdo una de las travesuras de la infancia, fue a un hermano menor, le encendí unos cohetes que traía en la bolsa del pantalón, afortunadamente no eran de los que explotaban, sólo salía luces y llamas, los acababa de comprar y al mostrármelos salían de la pequeña bolsa de su pantalón de mezclilla, quise asustarlo con un fósforo y para mi mala fortuna y peor para mi hermano, encendieron, era época navideña y el frío era intenso, por fortuna mi madre nos abrigaba exageradamente con camiseta, sudadera, camisa de lana, suéter, y chamarra así que sólo hubo daños materiales en las prendas que vestía mi hermano, lo convencí que no dijera nada, pero tarde o temprano mi madre se daría cuenta por los enormes agujeros en la ropa provocados por el fuego de los cohetes, a pesar de que escondí las prendas en el fondo del closet por un largo tiempo.

No cabe duda que una lección nos deja más sabiduría que mil regaños. En ese entonces contaba con once años aproximadamente y mi hermano mayor y yo pasábamos las vacaciones en la Ciudad de México con una tía de la tercera edad que era una gran maestra de primaria.

En una ocasión mandó a mi hermano a la panadería, yo lo acompañé, el pan estaba recién salido del horno, del que llaman bolillo y se me hizo fácil picar con el dedo a ese apetitoso pan inflado y crujiente para comprobar lo blando y calientito que estaba, al ver que mi dedo se introducía como cuchillo en mantequilla me puse a perforar buena cantidad de ellos, gozando erróneamente de mi travesura. Al llegar a casa de la tía, mi hermano inmediatamente le contó lo que había hecho, yo esperaba el peor de los regaños y no me dijo ni una sola palabra, lo único que hizo fue darle dinero a mi hermano para que volviera a la panadería y comprara todo el pan que yo había dañado.

Las dos enormes bolsas de pan las puso sobre un mueble junto al comedor, aunque yo trataba de comer lo más que pudiese para que no se viera tanto pan, pero éste con el tiempo se hizo duro e incomible, permanecieron las bolsas llenas durante días, para mí fueron como años el ver tanta comida echada a perder por mi culpa, el ver esas bolsas de pan a diario, me daba un gran remordimiento que prefería haber recibido regaños, incluso hasta el viejo castigo del cinturón como se acostumbraba antes, pero mi tía no era de esas ideas, era de las personas que todos respetaban por sus ejemplos y actitudes, amable pero a la vez enérgica, los valores eran para ella más importantes que su vida misma, con una rectitud intachable y de un gran corazón. Era de las personas que al escuchar el Himno Nacional, ponía de pie a toda la familia incluso a mi padre que era su hermano consentido por ser el menor, y hay de aquél que se sonriera, cantidad de recuerdos conservo de ella y los guardo como tesoros en mi memoria.

Durante la juventud, regaños y castigos los he tenido por racimos y esa lección donde no se me llamó la atención y nadie de la familia lo hizo, jamás la olvidaré, ahora después de tantos años me doy cuenta que mi tía había hablado con ellos para que nadie me molestara.

Esa experiencia ha sido para mí la lección más grande que he recibido, sin haber existido algún indicio de violencia. Pasaron los años y jamás volvimos a tocar ese tema, y yo algún pan.

Como me hubiera gustado poseer aunque sea un mínimo de sabiduría de aquella querida tía y poder aplicarla con mis hijos, porque como abuelo te vuelves el ser más consentidor, que hasta le quitarías el trabajo al mismísimo ángel de la guarda.

Pequenas_especies@hotmail.com

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