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VOLVER A DIOS

La cuaresma llama nuevamente a nuestras conciencias a cambiar el rumbo y regresar a Dios; esto no se reduce a profundizar una intimista espiritualidad que nos separe del mundo; no es tampoco el reclamo a "no comer tierra de las macetas" (como travesura infantil) en base a una moralidad individualista y alejada de los problemas sociales. El alejamiento de Dios tiene consecuencias más profundas que templos poco frecuentados y pérdida de ritos tradicionales.

Negar la trascendencia ha repercutido en la situación crítica que estamos viviendo a nivel local, nacional y mundial. La descomposición social en este nuestro México es provocada en buena medida por la debilidad de sus instituciones, por la corrupción de todos los niveles, por la mezquindad de la clase política, por la narco-violencia y por la disminución de valores y compromisos entre su población. Esta situación está influenciada por la idea del relativismo que, con su ética pragmática y de eficiencia, niega la verdad objetiva y universal a favor de la opinión particular de cada quien. Cada uno en el relativismo erige sus valores en función de lo que le es más útil, más cómodo y más gratificante. Finalidad ambigua y peligrosa del relativismo es la de cobijar una gran cantidad de fundamentalismos insostenibles racionalmente. Se llega, así, a un nivel enfermizo de 'tolerancia' en donde por un lado se respetan, aparente y arbitrariamente, todas las expresiones culturales; pero por otro lado se declara una brutal censura a aquellas otras visiones ancladas en la tradición y que ponen en tela de juicio los propios cimientos del relativismo.

La muerte de Dios es uno de los efectos del extravío en la concepción del ser humano y por tanto en su comportamiento; este rechazo de la divinidad es parte de la negación de todo lo que sepa a universal, objetivo, espiritual, permanente y trascendente. A este pensamiento débil corresponde una ética débil que se constata en todos los campos humanos: economía, política, cultura, filosofía, religión, instituciones, etc. La teoría filosófica del 'pensamiento débil' encuentra, hoy, su correspondiente interpretación sociológica en la "cultura líquida" o "tiempos líquidos"; terminología acuñada por el recién desaparecido filósofo Z. Bauman. Con esta terminología 'simbólica', quiere expresar ese fenómeno que hace "líquido" todo aquello que socialmente se había considerado 'sólido', inmutable, incuestionable, como las instituciones del Estado, familia, matrimonio y los valores y principios morales tradicionales.

El autor de "Tiempos líquidos" se expresa así: "se han dado, o están dándose ahora, una serie de novedades no carentes de consecuencias y estrechamente interrelacionadas. En primer lugar el paso de la fase "sólida" de la modernidad a la "líquida": es decir, a una condición en la que las formas sociales (las estructuras que limitan las elecciones individuales, las instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, los modelos de comportamiento aceptables) ya no pueden mantener su forma por más tiempo, porque se descomponen y se derriten". Esta descomposición social, hoy, nos presenta un panorama inédito de "situaciones irregulares" (divorciados solos, vueltos a casarse, uniones libres, personas en situación de calle, emigrantes sin rumbo, hijos de la probeta, familias "diversas") que habrá que atender. En efecto, irregulares son las situaciones y no las personas.

La crisis antropológica y ética contemporánea se caracteriza primordialmente por su negación de la 'metafísica ontológica', por la cual ya nada existe con objetividad y cada sujeto resulta ser constructor de su visión del cosmos y de su mundo de valores. En esta perspectiva, se ha ido acentuando un escepticismo subjetivista" que crea condiciones planetarias de 'anarquía' social e intelectual: cada quien piensa y hace lo que le da su gana.

Por tanto frente al futuro, desaparece la esperanza y toda acción de proyección más allá de este mundo resulta superflua. El hombre se desploma en el "sin sentido de la existencia". Es un "no creo en nada" arrogante, destructor de toda esperanza y que predispone a cualquier aberración política y de exaltaciones alucinantes del poder y del placer.

Se llega así a una inmoralidad creciente en la conducta individual y en las estructuras sociales en términos de corrupción, de libertinaje sexual e irresponsabilidad profesional. Como ya nada es "sólido" hay una permisividad generalizada y favorecida también por la tolerancia jurídica. Pruebas son los 'divorcios exprés', los matrimonios entre "parejas fantasiosas", los múltiples adulterios, la legalización del aborto y de los úteros subrogados y la utilización de células estaminales embrionarias, etc.

La inconsistencia de la ética nos hace ir hacia atrás, perdiendo lo que habíamos ganado en muchos siglos como civilización. El hombre del futuro se desdibuja; se presenta ahora como un neo-cavernícola violento, depredador, irrespetuoso, represor y egoísta. El epílogo de estos tiempos líquidos no puede ser sino la "muerte de Dios", o sea, de la esperanza y del bien. Nunca el hombre ha estado, como ahora, tan desprovisto de profundidad; nunca, como ahora, siente la necesidad de reencontrar a sí mismo, recuperar la infinitud rechazada y reconocer que no existe verdadera emancipación y progreso cuando se excluye lo trascendente y lo eterno.

  Por: Arturo Macías Pedroza

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