Foto: Archivo Siglo Nuevo
La población infantil y adolescente sufre con más frecuencia las experiencias de marginación que otros grupos mayores de 18 años.
Ser niño en México es igual o incluso más complicado que ser adulto, esta es una cuestión que sale a la luz cada que se publican informes de instituciones nacionales y organismos internacionales sobre la situación de la infancia en el país.
Especialistas en el tema económico indican que la desigualdad y pobreza en suelo mexicano son tan pronunciadas que tendrán que pasar 70 años antes de que una familia de los bajos estratos duplique su nivel de ingresos.
Ante esa situación surgen las voces que llaman a educar a un sector muy particular de los menores, aquellos que tienen mejores opciones de desarrollo, acerca de la importancia de brindar un trato igualitario en la escuela, en la calle, en los diversos escenarios de la vida social.
El Estudio: pobreza y derechos sociales de niñas, niños y adolescentes en México 2012-2014, del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social y el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (UNICEF) sección México indica que más de la mitad de la población menor de 18 años vive algún tipo de situación de pobreza.
Hablamos de que 54 de cada 100 mexicanos entre los 0 y los 17 años no goza de las condiciones mínimas para garantizar el ejercicio de uno o más de sus derechos sociales: educación, acceso a salud, acceso a seguridad social, vivienda de calidad, alimentación. Otra forma de ponerlo es hablar de cerca de 40 millones de personas que todavía no alcanzan la mayoría de edad, pero ya han conocido lo dura que puede ser la vida.
De esa cantidad, 4.6 millones enfrentan condiciones de pobreza extrema, con carencias en tres o más de sus derechos sociales y dentro de un hogar con un ingreso insuficiente.
MÁS AFECTADOS
Está demostrado que la población infantil y adolescente sufre con más frecuencia las experiencias de marginación que otros grupos mayores de 18 años.
La cuestión no es menor dado que, y en esto coinciden estudios oficiales, asociaciones civiles y opiniones expertas, las carencias de los primeros cinco años de vida dejan marcas que muchas veces son irreversibles.
Para evitar que los hijos de un hogar favorecido contribuyan a remarcar las disparidades existentes se recomienda a los padres hablar con ellos acerca de las dificultades por las que atraviesa un número importante de mexicanos de su edad; hacer que reparen en que varios niños van a la escuela sin desayunar y no tienen acceso a servicios médicos, oftalmológicos o dentales. También se debe ayudar a los hijos a comprender que otros infantes pasan frío porque sus casas o no están levantadas con los materiales adecuados o sus familias no tienen ingresos suficientes para proporcionar un buen abrigo.
Expertos en psicología infantil destacan que tanto el periodo prenatal como los primeros años de vida influyen de manera importante en la salud y la participación social del futuro adulto. La desigualdad durante el crecimiento contribuye a reproducir el esquema en el que unos pocos tienen mucho y la mayoría no tiene sino lo mínimo.
De acuerdo con la economista Ana Revenga, si los hijos de familias pobres y desfavorecidas no pueden convertirse en adultos productivos y saludables y capaces de obtener ingresos decentes, no hay manera de eliminar la pobreza extrema.
Las características individuales, de los hogares y del entorno geográfico en que se desenvuelve la población infantil y adolescente, subrayan en la UNICEF, están claramente asociadas con las experiencias de pobreza.
SIN OPORTUNIDADES
La igualdad de todos los habitantes del territorio nacional comienza a desnivelarse desde temprana edad a causa de la disparidad en los ingresos, por las carencias en la alimentación o en el acceso a la salud. Para dimensionar el perjuicio causado hay que considerar lo siguiente: el daño recibido por un niño o adolescente en situación de pobreza es mayor al que sufre un adulto.
La estrechez económica es causa de que un menor adquiera responsabilidades y, por tanto, una mayor cuota de labores, situación que restringe sus posibilidades de recibir la mejor educación así como limita su participación en actividades educativas, recreativas, culturales, deportivas y demás.
También debe tenerse en cuenta que la cultura escolar enseña a los estudiantes a ver el fracaso como un distintivo individual producto de una escasa habilidad. En la escuela se propician, aunque no sea la intención, principios que fortalecen diferencias y divisiones en términos de rendimiento académico.
La desigualdad se encarga de que el desarrollo integral sea esquivo; los efectos repercuten tanto en el estado de salud físico como en el psicológico del niño y el joven, esto se manifiesta tanto en el hogar como fuera de casa.
Las ideas que un menor llega a interiorizar a partir de los señalamientos que le hacen otros acerca de su rendimiento académico, su aspecto, sus llegadas tarde, su vestimenta, su calzado, y demás aspectos vinculados con las carencias sufridas generan sentimientos de minusvalía, la sensación de que falta solidaridad y la ausencia de interacción social con individuos distintos a la familia.
El maltrato psicológico que recibe un menor a causa de su pertenencia a un bajo nivel socioeconómico también es un tipo de violencia 'invisible'. Las conductas que apuntan a causar daño a una persona (no de forma física) incluyen actos como menospreciar, ignorar, atemorizar con gestos velados, tener actitudes discriminatorias, pronunciar palabras-clave. Se trata, en muchas ocasiones, de expresiones difíciles de percibir.
Para alcanzar la igualdad falta mucho, como lo deja en claro la evaluación referida. De ahí la importancia de fomentar que los hijos con entornos favorables no se comporten de formas que lastimen a quienes no gozan de los mismos ingresos ni de las mismas opciones para cubrir sus necesidades en el entorno familiar y social. La mejor manera de combatir la desigualdad desde casa es que los padres pongan el ejemplo.