Las miradas se cruzarán. Habrá lágrimas y abrazos. Como siempre aparecerá la palabra propósitos. ¿Pero, de verdad somos mejores seres humanos en este Siglo XXI?
"Todos los que presumen de ocupados en su empleo indican que no lo merecen y que el cargo les resulta grande", habla Baltasar Gracián, el brillante jesuita español del Siglo de Oro que decantó sus razonamientos y pensamientos hasta llegar a la sabiduría. En El Arte de la prudencia, Gracián comparte con lucidez sus cavilaciones. Pero entonces, algo está muy mal porque hoy todos presumen, presumimos, de ocupados. Y lo estamos, pareciera que la vida misma nos queda grande. ¿Por qué ocurre esto?
Se anunció que, con todas las nuevas tecnologías, seríamos capaces de controlar el entorno, pero pareciera lo contrario, el entorno nos controla. Hemos perdido capacidad para lidiar con los imprevistos conteniendo las improntas y arrebatos, lo que se denomina serenidad. La serenidad es una conquista, hay que trabajar mucho para obtenerla. Es un objetivo del proceso civilizatorio. Si los seres humanos no contienen sus emociones, si vamos de arrebato en arrebato, lo más probable es que hagamos muchos destrozos en nuestras vidas. La serenidad no es ni conservadora ni progresista. Ella simplemente permite una mejor administración de nuestros propósitos y metas. Pero, ¿acaso vamos hacia ella?
Nada lo indica. De hecho, muchas expresiones aterradoras en las redes sociales muestran una voraz competencia entre arrebatos. En lugar de domeñar los impulsos y fomentar el autocontrol, hoy festejamos los arrebatos y creemos encontrar ahí una nueva brújula ética. Falso. La instantaneidad deforma y en ocasiones aniquila a la ponderación. Esta última requiere tiempo, ese condicionante de la prudencia. El prudente no tiene prisa y hoy la prisa es el sino de los tiempos. Los debates hoy están amenazados por la prisa de asestar golpes en las redes sociales. No hay tiempo para escuchar al otro y cavilar. Se reacciona con palabras que suenan bien (sound bites) aunque sean inexactas o injustas. Velocidad mata calidad. La incontinencia en las redes sociales desnuda un interminable desfile de ocurrencias, rara vez de ideas. La prisa es una mala consejera.
La conversación, que es un arte, está amenazada. André Maurois, el brillante escritor y pensador francés, escribió en los años cuarenta un bellísimo libro El Arte de Vivir. Con delicadeza Maurois da algunas pistas para pensar con acierto y encaminar la vida hacia la madurez y serenidad. La conversación está al centro, es una forma de ejercer el raciocinio, de ella se puede aprender y mucho, corregir apreciaciones, precisar ideas. Pero hay reglas para conversar. Un requisito imprescindible es saber escuchar. El que no sabe guardar silencio difícilmente se enriquecerá. Las conversaciones de hoy están marcadas por la burda interrupción que destroza argumentos, parecen gallineros, donde reina el caos de la interrupción. Se desea conversar a nivel de chat, breve rápido, todos a la vez. Resultado: la superficialidad se apodera de nosotros.
Lo peor es que esa destrucción de la plática como moda de convivencia, desnuda una forma de razonar. Micro-conversaciones que conducen a micro-concentración, así lo describe Joseba Elola en El País, ("La era de las mentes dispersas", 25.06.17). Pero las interrupciones no sólo ocurren en la conversación. De hecho, vivimos en medio de ráfagas de interrupciones: SMS, WhatsAPP, llamadas a toda hora, alarmas, publicidad de todo tipo en nuestros celulares, banners y más banners. Escuchar un noticiario por la radio es estar dispuesto a ser acribillado con todo tipo de mensajes. La continuidad en los razonamientos está quebrada. Los passwords son los dueños de nuestra existencia. Tenemos que ir a ellos para todo. Se calcula que tecleamos nuestro password en promedio 47 veces al día. La repetición asfixia.
Estamos en todas partes y en ninguna. La distracción es estructural, se desea llamar a x, pero en el tortuoso camino nos encontramos cinco mensajes y cuatro llamadas. Responder y atender nos lleva a otros asuntos. Resultado: nos cambian las prioridades. La concentración está mermada en nuestras sociedades, basta con ver la sistemática distracción en una operación comercial.
Interrupciones, bombardeos inmisericordes y carentes de cualquier respeto al tiempo del otro, falta de concentración, la conversación mermada, el raciocinio amenazado y una amplia licencia a las ocurrencias, exabruptos, impulsos y arrebatos. Consecuencia: alteración (Ver: Reyes Heroles F., Alterados, Taurus) y envilecimiento de las relaciones humanas.
Uno de mis propósitos centrales para el 18 es dominar a las máquinas, recuperar los tiempos de calidad, la concentración total, las conversaciones verdaderas, el silencio y la capacidad de acariciar sin prisa.