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Que Dios nos bendiga a todos

Opinión - Miscelánea

Que Dios nos bendiga a todos

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ADELA CELORIO

A mi me gusta, a mi me encanta Dios.

Jaime Sabines

En mi infancia la vida transcurría muy lenta. Sin radio ni cine ni carne en la mesa, e imagino que tampoco en la cama; la Semana Santa se arrastraba triste e interminable entre pequeños sacrificios. Los niños debíamos renunciar a los dulces, a los juegos y hasta a la risa. En casa no tuvimos que renunciar a la televisión porque no teníamos, pero me queda claro que de lo que se trataba era de sufrir. Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado de Gloria se vivía en silencio, se vestía ropa triste y con la cabeza cubierta acudíamos a la iglesia para dar el pésame a la Virgen Dolorosa, que envuelta en un pesado manto negro y goterones de lágrimas en sus mejillas de porcelana, lloraba frente a su hijo. Con una rodilla sangrante en el piso y la cruz sobre el hombro herido, el Cristo parecía implorar compasión desde sus ojos de vidrio. Hilitos de sangre sobre la frente coronada de espinas completaban aquella escena que no bastaba con mirar, debíamos también pasar en fila a hundir los dedos en las llagas del Cristo para persignarnos después con la salvación asegurada. Más que compasión, aquella escena me provocaba terror.

Tal vez lo que cuento no fue exactamente así, aunque fue así como lo registró mi memoria que ahora pierde los recuerdos con tanta facilidad, y sin embargo aquella representación del vía crucis sobre una tarima al centro de mi iglesia regresa a mi memoria todos los años por estas fechas y tal vez sea causante de que hoy la única figura que quiero ver es mi San José glorioso, digno de todo honor, esposo de María, guardián del Salvador. Humilde regalo de la madre Irene a la niña que fui, la pequeña figura de plástico viaja conmigo, sostiene el vuelo para que no se caiga el avión y es la primera en ocupar su lugar en la mesilla de cualquier hotel para que bajo su protección yo me sienta tranquila y segura.

Mi religión, en cuyo seno ocurrió la Inquisición, la ofensiva riqueza y un papa calzado con zapatillas de seda roja, ha quedado atrás, por lo que me parece pertinente transcribir aquí algunos fragmentos de un discurso que usted, pacientísimo lector, seguramente reconocerá: “La iglesia ya no cree en un infierno literal, donde la gente sufre. Esta doctrina es incompatible con el amor infinito de Dios. Dios no es un juez, sino un amigo y un amante de la humanidad. Dios busca no para condenar sino para abrazar. Al igual que la fábula de Adán y Eva, vemos el infierno como un recurso literario. El infierno no es más que una metáfora del alma aislada, que al igual que todas las almas en última instancia, están unidas en amor con Dios”. Y sigo con otro fragmento deslumbrante: “Todas las religiones son verdaderas, porque son verdad en los corazones de todos aquellos que creen en ellas. En el pasado, la Iglesia ha sido muy dura con los que consideró inmorales o pecaminosos. Hoy en día, ya no hay juicio. Como un padre amoroso, nunca condenemos a nuestros hijos”, ha dicho el papa Francisco. Más cercana y accesible a la humana naturaleza, hoy nuestra religión acerca y religa que es su intención primordial.

Es evidente que todo ha cambiado, excepto mi necesidad de buscar a Dios. Ahora que el amor vuelve a aletear en mi corazón, siento a un padre sonriente que me extiende sus brazos, me dice al oído que todo está bien y me recuerda que más pronto de lo que me imagino, la vida se detendrá para que yo me baje. Mientras tanto, “¡vive!”, me dice o yo quiero oír que me lo dice. Lo único que no cambia es la fe inquebrantable con que lo dejo todo para asistir a la misa de Resurrección y festejar con música y alegría la presencia de Jesús entre nosotros. Que Dios, (el único, le llamen como le llamen) nos bendiga a todos.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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