Festival de la Gelaguetza. Foto: EFE/Mario Arturo M.
Investigar la industria vinculada con las manifestaciones artísticas implica un arduo trabajo de actualización, señaló Eduardo Cruz, porque el impacto de un determinado suceso se sigue midiendo de acuerdo al número de asistentes.
Hay definiciones de 'cultura' como para alimentar a un regimiento de científicos sociales. Muchas dan forma a obras voluminosas y otras son como calderilla, versiones de bolsillo.
Lo usual es que cada definición siga pautas como hablar de conocimientos y modelos de comportamiento; haga mención de prácticas, tradiciones, colectivos, abstracción; reduzca la cuestión a una imagen innumerable: todo fragmento de humanidad. En resumen, todo cabe en el término sabiéndolo acomodar.
Cuando se habla de 'lo cultural' es común que se haga referencia a hechos y dichos entendidos como artísticos. Por esa vía, las secciones culturales de los medios de comunicación ofrecen a los lectores la crónica de un recital, la entrevista al curador de una exposición, algunos párrafos sobre festivales de cine, danza, gastronomía, o información sobre los andares de escritores, caricaturistas, traductores y demás celebridades.
Eduardo Cruz Vázquez, coordinador del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (Grecu), considera que, al menos en México, una de las acepciones suele acotarse, cuando no se deja de lado por completo: la cultura como una industria que puede contribuir a la dinámica económica, a la generación de empleos, a la derrama de recursos.
El también responsable de la Casa Rafael Galván de la Universidad Autónoma de México tiene claro que gobiernos, empresarios y asociaciones civiles deberían organizarse para que las diversas manifestaciones artísticas vayan más allá de lo puramente simbólico y generen ganancias.
Su percepción es que el modelo liberal impuesto en territorio mexicano, el cual responde a los intereses de los grandes empresarios, no deja de conseguir victorias. Una reciente fue la aprobación de la Ley General de Cultura.
La opinión de Cruz Vázquez es que los legisladores perdieron la oportunidad de generar una norma que articule lo cultural con la economía y genere desarrollo.
El coordinador del Grecu considera que México no acaba de definirse por seguir alguno de los sistemas que son referentes a nivel global.
Uno es el modelo de Estados Unidos. Se caracteriza por su flexibilidad y porque está reforzado con una política fiscal enfocada a estimular las inversiones, de manera que mucha gente participa y consigue, ya sea a través de empresas o fundaciones, buenos ingresos. En la Unión Americana ni siquiera tienen una instancia gubernamental que se encargue de la cultura, la hacen muchos y tienen ciudades como Nueva York o Los Ángeles que son poderosos polos de actividad.
El otro esquema es el de Francia, con su inclinación paternalista. Funciona porque hay una gran recaudación de impuestos en ese Estado de manera que la redistribución de recursos es clave para impulsar las propuestas que van surgiendo. Esta nación tiene el ministerio de cultura más antiguo del mundo y una de las políticas sobre el tema más sólidas del mundo.
El modelo francés es el que más ha inspirado al caso mexicano, que no acaba por parecerse a ninguno porque ni tiene una política fiscal que favorezca a los emprendedores culturales ni recauda lo suficiente para permitir una redistribución adecuada.
Éxitos como el de Cinepolis no se entienden sin la apertura comercial que se dio en México. Sin embargo, casos como ese no son la norma. Un factor es la ambivalencia del Estado: por un lado se busca consolidar el esquema basado en la inversión privada y, por el otro, se mantiene la directriz proteccionista, una visión que se queda con el valor simbólico de la cultura y no se percibe como un polo generador de desarrollo.
Carte les de producciones teatrales colgadas en una pared durante el 71º Festival Internacional de Teatro de Aviñón, Fracia. Foto: EFE/EPA/Sebastien Nogier
El país no logra conciliar esos dos mundos, México vive el divorcio entre el proyecto nacionalista y la tesis liberal, apunta el responsable de la Casa Rafael Galván.
El estado, continúa, es el gran padre de la cultura en el país, pero tiene que haber más intereses comprometidos con esa responsabilidad, contribuciones a la medida de lo que cada quien pueda aportar. Es necesario romper el esquema centralista, la dependencia del presupuesto federal que existe en el país.
Un paso en ese sentido sería, indicó Cruz Vázquez, apoyar la investigación de la economía cultural. Esto ayudaría, entre otras cosas, a definir modificaciones al marco regulador, elaborar recomendaciones sobre cómo articular una política armoniosa, incentivar esfuerzos privados sin descuidar la ayuda a sectores desprotegidos de manera que tengan opciones de consumir bienes culturales.
Sobre experiencias que podrían seguir como referentes, Eduardo Cruz comenta que en España han avanzado mucho los estudios en está ámbito. “En México, fuera del Grecu, no existe un área que investigue esos temas, no hay un solo cuerpo académico, una sola convocatoria, una sola beca. Estamos muy mal en eso”, explica el académico de la UAM.
No hay impulso a ese tipo de análisis ni siquiera en las instituciones educativas. Las universidades, expone, no consideran relevante establecer un posgrado que apunte en esa dirección.
CARENCIAS
A la escasa articulación entre creadores, facilitadores, empresarios, autoridades y públicos se suma la carencia de un componente de transparencia y rendición de cuentas.
Se trata de una mancha que se extiende a lo largo y a lo ancho del aparato gubernamental, de manera que las secretarías de cultura y demás dependencias vinculadas a esa esfera de acción exhiben “serios problemas para transparentar el ejercicio de su gasto”.
En el plano privado, el velo también está presente. Muchos festivales funcionan a partir de recursos líquidos y mediante trueque (aportaciones en especie) de manera que es difícil contabilizar con precisión los costos totales. Además, existe un prejuicio acerca de ponerle número a las cosas.
El coordinador del Grecu considera que eso responde tanto a la falta de costumbre como al hecho de que “les encanta vender el valor simbólico de las cosas”.
Esa postura, comenta, no ayuda a la transparencia ya que en sucesos de esta índole “se puede decir lo que costó, salvo que ocultes algo”. Todas las asociaciones civiles que organizan esos foros, indica, deberían aportar más datos y no sólo el costo.
PREHISTORIA
Investigar la industria vinculada con las manifestaciones artísticas implica un arduo trabajo de actualización, señaló Eduardo Cruz, porque el impacto de un determinado suceso se sigue midiendo de acuerdo al número de asistentes.
“Si era para 50 mil (personas) y llegaron 45 mil es un éxito, si era para mil y llegan 100, fracasó, es un indicador de la prehistoria”, explicó el coordinador del Grecu.
Argumentó que se requiere la adopción de estudios cualitativos diseñados para evaluar el efecto de una obra, un recital, una exposición, una muestra, en el interior de los individuos.
Se trata de estudios de percepción que pueden servir como base para el diseño de una política pública que persiga otro tipo de logros más allá de la justificación presupuestal y foto de la nutrida asistencia que se incluye en la memoria del evento.
No obstante, emplear una metodología cualitativa demanda emolumentos que muy pocos están dispuestos a erogar. Los festivales no se preocupan por plantearse un gasto de ese tipo, no les alcanza la plata. Se limitan a consignar el número de asistentes y a captar la evidencia visual.
Necesitamos, remata Eduardo Cruz, muchísima investigación acerca de los desafíos que plantea la actividad cultural. El ejemplo final remite a una de las joyas, una que este año cumple 45 ediciones, de la corona de las citas artísticas en México: “A la fecha, no conozco un estudio de impacto del (Festival) Cervantino, qué vidas tocó, cómo alteró la vida de los lugareños, el mapa urbano. No se están haciendo estudios”.
La cuestión elemental es de sentido común. Se trata de conocer bien a bien el costo-beneficio para determinar si el recurso empleado es una inversión o un gasto.
