Refranero del Quijote
El Quijote I, 25
Sin intercambiar palabra, van por el camino don Quijote y Sancho Panza. El escudero, que es gran conversador, tiene la orden de su señor de no hablar. Tan incómodo va guardando silencio, que en su desesperación dice:
"- Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia, que desde aquí me quiero volver a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, con los cuales, por lo menos, hablaré y departiré con ellos todo lo que quisiere".
Don Quijote acepta y le levanta el entredicho que le tiene puesto en la lengua. Gozando de ese salvoconducto que el caballero concede a su escudero, inician ambos una sabrosa plática sobre si la reina Madasima estaba o no amancebada con un cirujano, lo cual considera don Quijote que decir y aun pensar tal cosa, como hizo Cardenio, es para él "muy gran blasfemia".
"- Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-; allá se lo hayan, con su pan se lo coman; si fueran amancebados o no, a Dios habrán dado la cuenta; … no soy amigo de saber vidas ajenas, que el que compra y miente, en su bolsa lo siente".
Sancho aplica en este caso, por similitud, un refrán aplicable más bien a quien se engaña solo, cuando por presumir dice a los demás que compró barato sin ser cierto; a los terceros en nada les afecta, será el bolsillo del mentiroso el que lo resentirá.
Así en esta ocasión, Sancho afirma que ni dice ni piensa que la reina haya estado amancebada, en lo cual se conduce con verdad, pues en caso contrario se estaría autoengañando, lo cual no tendría sentido.
J.A García Villa
@jagarciavilla