Siglo Nuevo

Relatos de un dios impío

Poemas ocurridos tal como se cuentan

Foto: Biblioteca Nacional de Francia

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IVÁN HERNÁNDEZ

Los lais son cuentos que la autora presenta como verdaderos, en ellos abundan señores descatados por sus virtudes caballerescas, muy apreciados por todos, con descendencia igualmente impoluta. Sin embargo, no son perfectos.

“Yo soy María, de Buenos Aires”, canta Amelita Baltar el 8 de mayo de 1968 en el estreno de la opera-tango de Piazzolla. Ocho siglos atrás, en no datado instante, una mujer escribe, “Marie ai nun, si sui de France”, cuando concluye su Ysopet (colección de fábulas).

Mucho se ignora de la que es considerada la primera autora de la literatura gala y es bueno que así sea porque el desconocimiento contribuye a envestir a los divertimentos lejanos en el tiempo de una suerte de anonimato cercano que nos vuelve, más que lectores, copartícipes de un fenómeno muy superior a la habladuría impresa.

Además de fábulas, legó dos obras meritorias, Purgatorio de san Patricio y Los lais. Estos últimos son el objeto de estas líneas dedicadas a María de Francia

Cuando se habla de lecturas medievales en estos tiempos de tecnología, inmediatez, prisas táctiles, productos virales, una opinión recurrente es que se trata de textos aburridos, melosos, insoportables.

A efectos de fomentar el hábito de escuchar con los ojos a los muertos, es menester hablar del valor de las obras que nos legaron. En el caso concreto de Los lais, tal propósito obliga a conducirse por ámbitos reservados a calificativos como “encantador”, “entretenido” e “indecente”.

Los doce trabajos que conforman el volumen son dignos ascendientes de embustes tan ilustrados como los firmados por Rabelais y acaso apenas inferiores a los mitos y leyendas que antes de la escritura se transmitían en el ADN.

CONTEXTO

Antes de entrar en la materia principal, hagamos un mínimo acopio del llamado contexto. Los relatos caballerescos de María fueron escritos en días religiosos. Luis Alberto de Cuenca, poeta y traductor de la primera poetisa en lengua francesa, sitúa el proceso creador en algún momento no anterior a 1160 ni posterior a 1190. La clave caballeresca de las composiciones acompaña a días de hazañas con la lanza, de luchar por Tierra Santa y de dinastías que se retiraban a la paz de los sepulcros. La religión marcaba el paso de Europa y una mujer ilustrada sentencia: “Si Dios te ha concedido el don de la elocuencia y una preciosa erudición, no debes ocultar ni callar nada”.

Puesto que la divinidad puso bellezas en su entendimiento y en sus manos medios para expresarlas, María decide contar, en verso, aquellas cosas que ciertamente ocurrieron y que fueron recogidas en cantos que todos harían bien en atender.

El término lai designa a una composición musical cantada o tocada de origen céltico, un canto juglaresco. Sin embargo, explica De Cuenca, a partir del aporte de la poetisa se creó un género dentro de la literatura francesa medieval. Puestos dentro del marco de una literatura del amor cortés, los lais que compartían los bretones cambiaron. La característica particular de ese lai a la francesa es “la omnipresencia en sus intrigas y argumentos de Amor, el dios que no conoce la piedad, el dios ciego e invicto”.

María dedicó sus versos corteses a un rey. Los estudiosos de esos tiempos consideran que se trata de Enrique II de Inglaterra, quien ascendió al trono en 1154. Se trata de una verdad histórica, es decir, la versión más próxima a lo que sucedió con base en los datos disponibles.

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Foto:Universidad Heidelberg

CHIEVREFOIL

En un estudio sobre Madreselva o Chievrefoil, la composición más corta de la autora con 118 versos octosílabos pareados, Mario Martín Botero García, traductor y profesor de la Universidad de Antioquia (Colombia), complementa lo dicho por De Cuenca con apropiado tono.

Explica que en ese lai la autora retoma el argumento de Tristán e Isolda y “cuenta su versión de la leyenda a partir del prisma del amor cortés (amor adúltero, marido celoso, envidiosos que buscan la pérdida de los amantes, sublimación del amor, dama inaccesible, etc.)”.

Uno de los momentos más celebrados es el del mensaje que aguarda a la amante en el bosque. En su cifrado contenido y tras describir las relaciones entre la madreselva y el avellano, la inclinación de aquella a enredarse en el tronco de éste, la negativa de ambos a separarse y la tragedia (noche infinita por duplicado) que sobreviene si alguien consigue apartarlos, el enamorado sentencia: “Bella amiga, así nos sucede. Ni vos sin mí, ni yo sin vos”.

Los lais son cuentos que la autora presenta como verdaderos, en ellos abundan señores descatados por sus virtudes caballerescas, muy apreciados por todos, con descendencia igualmente impoluta. Sin embargo, no son perfectos. Como la autora lo hace notar siempre que encuentra ocasión para ello, sus personajes están sometidos a un permanente escrutinio popular, propios y extraños los juzgan, los alaban o los censuran por lo que hacen o dejan de hacer.

En Eliduc, por ejemplo, el protagonista, a pesar de todo su buen sentido, cede ante las pretensiones del dios invicto y hace jurar a sus aliados, sirvientes y emisarios que no dirán nada sobre un asunto, de faldas, que lo obliga a dar la espalda a su legitima esposa.

Eliduc, su amante y los demás se embarcan y cuando están por llegar a buen puerto, a la tierra en la que aguarda la noble, leal y engañada cónyuge, una tormenta tiende sus redes sobre ellos infundiendo gran temor en sus corazones. Uno de los más asustados se atreve a decir que se trata de un castigo divino por atentar contra la honra de una mujer fiel. También sugiere arrojar la deshonrosa carga al mar. La amiga, de nombre Guiliadun, ha escuchado bien, su amigo no es libre y la impresión tiene un efecto parecido al de un infarto fulminante. El esforzado y cortés Eliaduc no puede creer lo que ha pasado. Toma un remo y de un golpe acaba con el temor indiscreto del bocazas.

FANTASÍA

Los elementos fantásticos también tienen cabida en estas historias que ocurrieron tal y como son contadas por María.

Como muestra, puede mencionarse a la misteriosa cierva que maldice a Guigemar, hombre juicioso y valiente que se hacía amar por todos. El animal no sólo devuelve la flecha lanzada por el héroe, también le advierte que la herida en su pierna no podrá ser curada por medicina alguna, ni hierba, ni bálsamo. Su único alivio llegará de manos de aquella que ha de amarlo y sentir un enorme sufrimiento a causa de él. A Guigemar no le irá mejor, el intenso dolor producto de la llaga en su muslo será poca cosa comparado con la dolorida desventura de amar a esa mujer.

Gracias a esa maldición, el héroe descubrirá que “Amor es llaga dentro del cuerpo que nunca asoma a la superficie”.

Los sentimientos de quienes dan nombre y sustancia a los lais son puros y transparentes. A veces, en cuanto son dados a conocer, causan el efecto, o mejor dicho, proporcionan el placer deseado, la mujer “entiende que él dice la verdad, y le otorga sin más demora su amor”. En otros, la perseverancia es recompensada porque “Tanto habló el rey con ella y tanto le suplicó, que la dama accedió a su amor y le otorgó su cuerpo”. Las tramas son debidamente avivadas gracias a esos ayuntamientos: quien otorga es la esposa de un viejo “celoso hasta la extravagancia” y quien accede es la pareja de un senescal honrado y protector.

BALADA

En Balada para mi muerte, María de Buenos Aires anuncia su partida y menciona algunas cosas de vivir que guardara mansamente. La primera en su lista es su “pequeña poesía”. Enseguida advierte que el fin esta cerca, tan cerca como “Hoy que Dios me deja de soñar / A mi olvido iré por Santa Fe”.

Ocho centurias antes, una mujer decidida a dejar una obra memorable a las próximas generaciones se puso a rimar y convertir los lais en poemas, tarea que le costó muchas noches en vela. En una de sus obras, Guigemar, escribe: “Oíd, señor, que habla María: mientras viva, no será olvidada”.

El vínculo con la opera-tango de Piazolla, si bien forzado, tiene un elemento que invita a reflexionar sobre la posibilidad de perpetrar embustes ilustrados. María de Buenos Aires dice que allá en la plaza Francia se le irán sus recuerdos.

Parafraseando a la bonaerense, la autora de los lais podría decir: “Yo soy mi país”. Después de todo, esos locos inventaron el amor, ese impío dios.

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