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Semana con sonrisa

Opinión - Jaque mate

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SERGIO SARMIENTO

La Semana Santa ofrece un momento de pausa al inicio de la primavera. La conmemoración es la más sentida y la más profunda de todas las de la Iglesia Católica. Rememora la última semana de vida de Jesús, el hijo de Dios según la fe cristiana: la llegada a Jerusalén, la última cena, la pasión, la crucifixión y la resurrección.

En otros tiempos la semana transcurría entre cortinas cerradas, lamentos, sollozos y misas. En algunos lugares todavía ocurre así. Sevilla y otras ciudades de España, por ejemplo, tienen lúgubres procesiones callejeras. En México, sin embargo, la Semana Santa se ha convertido en un importante período de vacaciones.

No a todos les gusta. Muchos católicos devotos se resisten a aceptar que esta semana mayor se vuelva una temporada de bikinis y fiestas de playa, en un verdadero spring break. Cada vez es más difícil impedirlo en nuestro país. Curiosamente, en las naciones protestantes, donde la conmemoración de los días santos no fue nunca ni tan intensa ni tan prolongada, no se ha convertido en un período de vacaciones.

Será ya muy difícil evitar este festejo. La gran pregunta es si se puede combinar el recuerdo de las fechas de sufrimiento que dan origen al cristianismo y el deseo de aprovechar unas vacaciones para el esparcimiento.

Algunas organizaciones han tratado de lograr esta combinación. Los Legionarios de Cristo llevan a cabo misiones en que los jóvenes de sus escuelas acuden a comunidades pobres para realizar trabajos de ayuda y evangelización. Es una labor religiosa, pero también una fiesta de alegría para los jóvenes que descubren la belleza de la generosidad.

Una de las razones por las cuales los días de la Semana Santa se han convertido en un momento de fiesta y vacaciones es porque los jóvenes se han venido alejando de muchas de las tradiciones de la Iglesia. Para una nueva generación, los días de recogimiento y sufrimiento son difícil de aceptar. No es que los jóvenes no sientan el llamado de la religión, pero les cuesta trabajo aceptar los aspectos más lúgubres de la tradición.

Hay formas muy distintas de ver la religión, por supuesto; pero si la Iglesia quiere realmente atraer a los jóvenes, debe subrayar los aspectos de alegría de esta Pascua. Es inevitable registrar y lamentar el sufrimiento de Jesús durante la Pasión, pero es importante también recalcar el mensaje final de alegría. Jesús, según el Evangelio, optó por la muerte en la cruz como una forma de rescatar a la humanidad. Pero esta suerte no fue el punto final de la historia, el cual vino con la resurrección y el inicio de un nuevo orden y una nueva esperanza.

La Semana Santa puede ser un festejo de alegría. Puede ser también un momento en que las familias se unifiquen y gocen del placer de unos días de asueto y, por qué no, de diversión. Algunas veces la Iglesia nos ha dado la imagen de un Jesús triste y atormentado que ahuyenta a los niños y a los jóvenes. Pero la mayor parte del Evangelio nos ofrece otro Jesús muy distinto: el hombre que sonreía, que multiplicaba los peces, que convertía el agua en vino, que pedía que los niños se acercaran a él, que añadió a la tradición de Moisés el mandamiento de amarse los unos a los otros.

Yo recuerdo los tiempos en que una mirada adusta y un regaño recaían sobre los niños que osaban reír y divertirse en los días santos. Hoy deberíamos rescatar más que reprimir esa risa de los niños como una prueba de amor divino.

Twitter: @SergioSarmiento

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