Útil venganza
Es petróleo la sangre y el pensamiento, carbón. Rabia, miedo, desdicha, celos, menosprecio, envidia. La parte animal del cerebro humano reacciona iracunda. Incendia el autocontrol y llama a aniquilar al enemigo.
El desquite puede ser inmediato, golpe por golpe, palabra por palabra. Pero otra opción resulta ser a plazos. Es la venganza a fuego lento. Premeditada. Obsesiva. Meticulosa.
Ni una ni otra son opciones, señalan convencidos algunos. En ellos, encuentra cabida el amar al prójimo como a sí mismos. Su proceder es evolutivo, afirman. Violentar no es lo suyo. Una vez que son traicionados encaminan su atención a otros temas, a otras causas, a otras personas. Sin embargo, para otros más, "El arte de la guerra" es inamovible piedra filosofal. Fueron llamados al combate. Para conquistar sus ideales ansían derriban a otros; con escarnio e infundio quieren volverlos polvo; escupen salivas ácidas en sus nombres. Dan su vida en ello sin tiento. A veces, suelen triunfar. Siempre creen que la razón les asiste.
Una reacción especialmente llamativa sucede cuando el coraje prende la mecha del ofendido y lo transforma en ofensor. Su "ojo por ojo" no es literal, sino de una especial sofisticación creativa. Su "diente por diente" no propina el puñetazo al adversario, pero sí lo imaginará desdentado, sin habla, trabado de furia ante la obra inimaginada. Aquí se trata de dar el golpe bajo al autoconcepto del hiriente personaje para que, entonces, la egolatría propia alce victoriosa los brazos y se diga a sí misma, eufórica, a suficiente distancia: "Me lo chingué". Aquí el móvil es otra vez la venganza, pero una donde el sentido utilitario defina al ganador. En este toma y daca es necesario generar algo de mucho más impacto que lo presentado por el rival. Nacen propuestas impresionantemente ambiciosas. Son desarrollados proyectos de mayor alcance. Quedan registradas asociaciones de pesados estrategas. A ver quién da más.
Paradójica dualidad: es construido a lo alto para refundir en lo más profundo.
Mientras los antagónicos luchan por demostrarse quién es el dueño del poder y, por tanto, el ganador de su tan peculiar batalla, otros que, como dice el cliché, ni la deben ni la temen reciben los beneficios del hiperproductivo y aferrado encono. Aquí aparecen, por ejemplo, ciertas posturas de estudiosos de la responsabilidad social que no cuestionan el origen de lo que mejorará la calidad de vida de grupos minoritarios, de nuevos públicos con escasez económica o de personas que jamás antes hubieran podido contar con un cierto bien o servicio que los empoderará. Satanás o arcángel. Lo mismo da. El caso es que fluya el bienestar para la comunidad, comentan los teóricos de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) con ilusión.
¿Ejemplos? Usted y otro tenían una sociedad. Luchaban por un fin común. Usted, a pesar de sentirse en no pocas ocasiones engañado, utilizado, explotado, continúa la empresa con firme esperanza. Hasta que un día, el otro le sorprende al informarle que se va. Que ha creado una nueva asociación con aliados "más competentes" que usted. El fuego es cruzado, pero sin tocar trinchera ajena. Media la Ley del Hielo. El desdeñado arremete con la potencia de un ciclón y crea una organización doblemente poderosa que la del ex socio. Y él no se queda atrás. Mueve sus piezas y, de repente, extiende sus tentáculos a otras zonas geográficas. Para que ambos sostengan su creativa animadversión, su útil venganza, deben generar más fuentes de empleo, más circulación de capital, más infraestructura, más emprendimiento. Empeñar lo más preciado, la paz interior, para que los billetes escurran. Morir en el intento, no importa, pero con el traidor triturado.
Usted habla con una colega. Le comparte a detalle el nuevo proyecto que le gustaría desarrollar. Usted sabe que va de gane con sus ideas y competencias, salvo la necesaria solvencia económica para dar el gran salto al mundo de los negocios. Pasa un tiempo y nada es sabido ya de aquella confidente suya. De repente, un buen día, en la sección de sociales del popular periódico, y en el comunicativo Facebook, aparece ella. Está cortando un listón de satín rojo para inaugurar su negocio que, por mera casualidad, es tan parecidísimo a lo charlado entre ustedes. Guerra declarada a partir de ese momento con la muy marcada distancia. Como si un relámpago le pusiera en ebullición sus ideas, no pasa ni una semana cuando usted ya cuenta con los préstamos necesarios para cumplir su sueño de negocio, pero mejorado y aumentado. Empeñó todo y más. Las ideas le brotan al triple. A una velocidad que ni usted cree posible, levanta muros, decora interiores, amuebla espacios y la imagen de ella, la cazadora de su pensamiento, en cada esquina. Llega el gran día de la revancha. Usted se asegura de que más medios de comunicación cubran el bien articulado show inaugural. Construye un escándalo publicitario tal para que no quepa duda quién era el auténtico poseedor de la idea. Sin embargo, la contraparte responde en breve y en sigilo. Como robar es lo suyo y ya sabe bien la ruta, a varios de los empleados clave, en quienes usted depositó confianza y buen salario, ahora cobran quincena en la nómina de la detractora. Total, ellos se dejan querer. Bombazos van, bombazos vienen. Un matiz más del "renovarse o morir".
Usted pone un salón de belleza para mujeres; aquél pone dos más, pero con tremendo letrero que anuncia "Unisex". Usted abre las puertas de un restaurante "Texmex"; aquél abre su merendero "Mextex". Usted avisa el periodo de inscripciones de la nueva escuela primaria; aquél reparte volantes que ofertan el 50% de descuento en las inscripciones del nunca antes visto colegio a niveles primaria y secundaria. Usted sabe bien de ella o de él. Ella o él saben bien de usted. No los mueve como prioridad una meta de progreso personal y aportación comunitaria. Es esta vengativa modalidad la que en ambos genera la capacidad creativa y destructiva, a la vez, con la finalidad de siempre afirmarse más brillante uno que el otro. Para dejar claro quién es el más inteligente, el más afortunado, el más blindado. El Consentido de Dios.
Pero un buen día, el enemigo se cansa. Decide parar. Y se va. Simplemente, desaparece del mapa bélico que han trazados los dos. Usted, crónico codependiente de su adversario, experimenta una rara soledad. Se siente extraviado. Ansioso. Desinflado. Lánguido. ¿Qué pasó aquí? Su motor creativo ya no marcha igual. Ha quedado sin su real motivación. Entonces, usted necesitará un nuevo blanco dado que lo suyo es competir, competir, competir en esa frenética carrera donde, sin volverlo consciente, usted decidió medir su éxito a partir del fracaso ajeno. Y como sin venganza no habrá más utilidad, llegó, pues, la nueva hora de atacar. Usted, listo está.