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SUBRAYADO

RENATA CHAPA

Acerebrado te creen

¿Cuánto puede costar un chicle? ¿Un lápiz? ¿Un agua mineral? ¿Un traslado de diez minutos en taxi? ¿El reparto de pizza a domicilio? Sin mucho polemizar sobre la relatividad del dinero según el poder adquisitivo de cada quien, las cantidades a pagar por estos productos y servicios no representan gran escándalo. Sin embargo, cuando en el relativamente simplón proceso de venta - compra, quien nos cobra opta por "pasarse de lanza" o "cree que nacimos ayer" y nos lanza su aburridora victimización en franco "pleito ranchero", el dinero pierde por completo su valor monetario.

Si el chicle está corrioso, si el lápiz no pinta, si se le fue el gas al agua mineral y aún así el vendedor argumenta con tal soberbia sus ilogicidades y, obvio, demanda el pago de lo inservible, lo torcido nos irrita. Si el viaje a pocas cuadras es cobrado por el furibundo taxista como si hubiera ido a Urano; o si la entrega de la pizza es (¡sorpresa!) de un veinte o treinta por ciento sobre el valor del alimento y el de la moto encendida quiere a la de ya, ya, ya, sin broncas, su lana, el aire es apestoso y el cruce de miradas, enmohecido. "No es el dinero", lo hemos dicho hasta la náusea en ocasiones como éstas. Lo que truena la paciencia e indigna es que acerebrados nos crean. Hagamos la prueba en el siguiente párrafo. Intente usted reconstruir las escenas y aguante un poco.

"No pues, yo no sé. Así están todos los chicles. Si quiere se lo cambio, pero así llegaron todos y la gente se los lleva" (¡!). / "Ah, no, mire. Es que sáquele más filo al lápiz, como de ladito de la navaja del sacapuntas y luego cálelo en otro papel. Píntele duro, apriétele. Ya al ratito de usarlo verá que pinta bien"(¡!). / "¿Cómo que no tiene gas? Sí tiene, mire, 'seño' (moviendo el vaso con fuerza). Ahí ya le salen las burbujitas. Se me hace que fue el limón o la sal que le echó usted porque yo sí se la traje con gas, ¿eh? Cuando se la serví sí tenía. Estaba bien"(¡!). / "El taxímetro está descompuesto. Lo que marca ahí no es. Mire, véale que está todo destartalado y aparte me lo desmadrearon en la base. Oiga, ahí le encargo los cincuenta pesos porque tengo más viajes. Cincuenta es lo que se cobra. Si quiere pregunte y verá"(¡!). / "Yo no sé de eso. Lo que cuesta el reparto a domicilio lo ponen los patrones. Mire, mire, aquí en el 'ticket' dice cuánto es. Yo nomás vengo, reparto y cobro. Si quiere hábleles al restaurante para que les diga algo y ora si tampoco está conforme con mi trabajo, también dígales. A mí qué"(¡!).

Que no sea malinterpretado: Tanto vendedores como consumidores tenemos nuestro lado oscuro. Sin embargo, pareciera que cada día la calidad es en realidad agresividad cuando de servicio al cliente se trata. El "con qué irá a salir ahora" es la frase que nos pone en guardia cuando llega el momento de la verdad. Es decir, ese fino instante en que tenemos que decidir si pagar o no por algo que no nos satisface, por algo de costo abusón, aun y cuando se trate de un mismísimo chicle de a cincuenta centavos.

Cierro con la más reciente anécdota surrealista del mundo del desdecimiento comercial mexicano. En mi teléfono celular tengo la aplicación que me permite revisar la cartelera de "Cinépolis" y comprar los boletos de manera remota e inmediata. La maravillosa herramienta virtual sólo se muestra en la entrada a la sala y un lector del código de barras generado con la compra da el paso sin problema.

Hace unas semanas, para mi agrado, en la cartelera de la Sala VIP apareció anunciado un documental de un pintor japonés. Me atrajo el contenido y, además, un cintillo rojo que advertía "50% PREVENTA" (Así, en mayúsculas). Procedí a la compra remota y el descuento no aparecía en el saldo que habría de pagar. Previendo una timada más, opté por ir a comprar en ese mismo momento los boletos a la taquilla de la Sala VIP.

Al llegar, la amable señorita me confirmó todo lo ya visto en el celular. El nombre del documental y los horarios sí coincidían, pero no aparecía ningún descuento en la pantalla que la chica estaba viendo en el mostrador. Le presenté la mía, la del teléfono celular, y su respuesta fue: "Ah, una disculpota. Es que nosotros somos muy independientes de quienes manejan la aplicación de 'Cinépolis' en la Ciudad de México (¡!). No tenemos nada que ver con ellos (¡!)". Y pregunté en forma de respuesta: "¿Entonces por qué sí me dejas pasar a ver una película que yo compro vía remota a través de la aplicación de 'Cinépolis'?". Y llegó el marrazo letal: "Porque eso es diferente. Ahí sí aplica" (¡! ¡! ¡!).

Sin bajar la guardia, resistí uno, otro y decenas de argumentos inentendibles. Pedí hablar con el gerente y apareció el segundo de abordo. Intentó negociar conmigo con otro set de contradicciones. Solicité de nuevo la presencia del gerente y, finalmente, llegó. Las respuestas fueron, de los tres, de la misma ralea. Inconcebibles.

Harta, hastiada, mareada puse fin a esa primera parte. Arranqué mi carrillo rumbo a las oficinas de PROFECO. ¿Adivinan qué continuó en las oficinas de la dependencia federal? Algo de no creerse. En serio. Nos leemos en la próxima entrega.

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