Martes (1987). Foto: Galería Wendi Norris
El estilo desarrollado por la inglesa afincada en México fue resultado de absorber desde elementos de la literatura de lo absurdo hasta sombras de relatos siniestros y sobrenaturales, pasando por lecciones insondables extraídas de fábulas y relatos épicos.
Nacida en Lancashire, Inglaterra, en 1917, Leonora Carrington hizo de la emancipación su ideal de vida, una que la llevó a concebir la privacidad de sus pensamientos y emociones como el oro más valioso de la existencia.
Su historia, ya centenaria, comienza con un padre conservador, Harold Carrington, acaudalado textilero y diplomático, que intentó cerrarle las puertas a los senderos más atractivos para su sensibilidad.
Leonora deseaba ser pintora y las trabas dispuestas para contenerla no fueron suficientes ni en número ni en dificultad para frustrar su propósito.
Fue expulsada de varios colegios y ya desde aquellos años dejaba testimonio de inquieta y obsesiva en sus cuadernos de apuntes.
EL GERMEN DE LA EMANCIPACIÓN
En 1936, la joven Carrington conoció en Londres al pintor Max Ernst, que ya andaba en la segunda mitad de sus cuarentas.
Flechados y correspondidos, la joven estudiante de pintura abandonó a su primera familia; Ernst dejó a su esposa. Volaron a Francia ya convertidos en lo que serían: el hombre pájaro y la novia del viento.
La pareja fue frecuentada por lo más selecto de los surrealistas. Ernst hizo de tarjeta de presentación para que Leonora conociera a detalle al selecto elenco del movimiento: André Breton, Wolfgang Paalen, Benjamin Péret, Joan Miró, incluso Pablo Picasso y Salvador Dalí.
El cuarentón y la veinteañera crecieron juntos; se nutrieron el uno al otro; ella compartía con él las locuras de Lewis Carroll y él la invitó a conocer la psicología espiritual de Carl Gustav Jung.
La felicidad fue destrozada por la más grande de las guerras. Ocurrió en 1939, los hechos se sucedieron como un ataque relámpago, el ejército alemán entró en París y Max Ernst acabó dos veces detenido, una por su origen germano y otra a manos de la Gestapo.
Leonora acabó envuelta en el torbellino de una crisis nerviosa, dejó la casa que compartía con el hombre pájaro y emprendió el viaje a España. En el camino, el coche renunció a seguir marchando y la joven inglesa sufrió un delirio paranoico; llegó a considerar con toda seriedad que al automóvil le había sido transferida su estropeada condición anímica.
Ya más inmersa en la crisis llegó a su destino. Sin embargo, el santuario pronto adquirió la forma de una casa de locos. Harold Carrington presionó al gobierno español y consiguió que encerraran a su hija en un sanatorio de Santander.
EL UMBRAL DE LA LOCURA
La propia paciente ofreció una visión de esos días de locura en Memorias de abajo.
El preámbulo de su arribo a la clínica fue un rapto sufrido a manos de un grupo de requetés (fuerzas navarras adheridas al bando franquista durante la Guerra Civil Española).
La locura ganó fuerza y Leonora la abrazó. Desde los primeros días la convivencia con sus custodios produjo imágenes imborrables: Me arrancaron brutalmente las ropas y me ataron con correas, desnuda, a la cama [...] No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible.
A eso debe agregarse que le administraban Cardiazol, un medicamento para estimular la actividad cerebral cuyo uso precedió a la terapia de electrochoques.
Acabado el tratamiento en el sanatorio español, la familia de Leonora intentó mandarla a un psiquiátrico en Sudáfrica. La hija desobediente consiguió eludir ese destino. Fue al pasar por Portugal, Leonora jugó una carta que había encontrado en Madrid, se llamaba Renato Leduc.
Carrington burló al paterno centinela y pidió asilo en la embajada de México. Leduc acudió al llamado y, para facilitar la huída definitiva, se casaron.
La ex de Max Ernst partió de Lisboa rumbo a Nueva York y volvió a tener contacto con el pintor, pero no regresaron. Luego de los días neoyorquinos, su siguiente destino fue la Ciudad a México.
LA ÚLTIMA SURREALISTA
En territorio mexicano, Leonora Carrington forjó el título de "una de las máximas representantes del surrealismo".
Si Harold fue el responsable de fomentar en ella el ideal de emancipación, su madre, Maureen Carrington, de sangre irlandesa, se había hecho cargo de bombardear con cuentos de hadas y demás folclor las nubes en la cabeza de Leonora. La lluvia resultante fue bella y pródiga.
El estilo desarrollado por la mujer en fuga fue resultado de absorber desde elementos de la literatura de lo absurdo hasta sombras de relatos siniestros y sobrenaturales, pasando por lecciones insondables extraídas de fábulas y relatos épicos.
Sus pinturas salen de una imaginación entregada a un fuerte influjo surrealista y estimulada por lecturas de corte fantástico y esotérico.
La síntesis de opuestos es un distintivo de su obra, una combinación de realidades domésticas y visiones metafísicas, la cotidianidad habitada por los sueños que lleva a poblar escenarios habituales con seres y objetos extraídos de un mundo sobre el que Carrington tiene derechos de exclusividad.
La línea fina, la delgada y elegante silueta, el aspecto frágil de sus personajes, son algunas de las señas de identidad de esos extraños habitantes del planeta de Leonora.
Como en todo, se da una evolución. Al principio, los años cuarenta, las mujeres de grandes dimensiones remiten a una reminiscencia renacentista.
En los sesenta, las pinturas y los cuentos de Carrington muestran una mayor carga de la psicología espiritual de Jung.
El artista cambia y sus obras con él, a veces se dan vueltas, retornos, aunque esos giros o desviaciones también son despedidas. En los últimos años de su vida, Leonora se dedicó a la escultura. Sus creaciones, modeladas a partir de cera, obsequian al espectador las imágenes de figuras antropomórficas de gran volumen.
Las amistades de la refugiada inglesa también contribuyen a darle un aspecto de leyenda. En la lista de amigos destacan, Remedios Varo, Luis Buñuel y sir Edward James.
Gracias a Remedios Carrington conoce al padre de sus hijos, Emerico Weisz, fotógrafo de guerra. La pareja permaneció unida durante más de seis décadas.
Además de ejercer el ministerio de la pintura y la escultura, Leonora forjó obras literarias como La casa del miedo o El séptimo caballo y otros cuentos que no son nada desdeñables.
Whitney Chadwick, en su libro Mujeres Artistas y el movimiento surrealista, considera que Carrington era una buscadora y que en su obra siempre buscó definir momentos en los que un plano de conciencia se mezclara con otro.
Mary Carmen Sánchez Ambriz, en un ensayo sobre la última surrealista, da una clave de su atracción por una especie animal en particular: Para ella montar a caballo era sinónimo de emancipación, un respiro en el asfixiante mundo de los adultos. Los griegos y romanos denominaron centauro a la unión perfecta entre jinete y caballo. Si hubiera un símil femenino [...] así podría definirse la relación de Leonora con los caballos.
Con sus obras, con su éxito en tres disciplinas, la mujer nacida en Lancashire construyó la venganza contra Harold Carrington e instaló su nombre en el elenco de los creadores más célebres a nivel internacional. Sus talentos están sedimentados en óleos, dibujos, esculturas, litografías, piezas dramáticas.
EL OCASO DE LA NOVIA DEL VIENTO
En la Ciudad de México vivió en la calle Chihuahua. Sus inquilinos eran esculturas y la austeridad su política doméstica.
Daba entrevistas, pero no sin hacer sufrir a sus interlocutores y no sin dejar constancia de la animadversión que le provocaba el ser abordada una y otra vez acerca de los mismos tópicos.
En un diálogo con la escritora Beatriz Espejo sus cortas respuestas dan idea de que el filtro de la experiencia había terminado por acuñar frases expeditas para explicar su historia.
Así, en el terreno de la pintura afirmó que ella no recreaba figuras cotidianas sino versiones dictadas por el inconsciente.
Sobre su pertenencia al movimiento surrealista, respondió que eso era sólo una etiqueta. Ella hacía lo que hacía porque así lo veía y así lo sentía. Para ella, el surrealismo era el lugar subterráneo donde, eventualmente, se da con la verdad.
Para Carrington, obras como El mundo mágico de los mayas, Brujas juegan al cubilete, El templo de la palabra, son su comentario personal de un misterio.
Los cuentos que publicó fueron escritos para sus hijos pequeños.
En los últimos años hizo una defensa apasionada de los derechos de las mujeres. A ella, mencionaba, le tocó ser artista sin tener a nadie que le impulsara. Por el contrario, trataban de detenerla.
Una opinión que se volvió frecuente en ella fue que la sociedad entera procura que las mujeres no sean libres.
En cuanto a su experiencia con los trastornos mentales, decía que en su vida no había encontrado a un ser humano equilibrado y que encontraba las locuras muy aburridas. Por esa vía llegó a la certeza de que se aburría a sí misma de una forma horrible y no había encontrado remedio para instalar la lucidez.
Las creaciones de Leonora pueden apreciarse lo mismo en las calles de la Ciudad de México que en algunas de las instituciones de arte más importantes del mundo como el Museo Metropolitano de Nueva York.
La última surrealista murió en la Ciudad de México en 2011. Este año, se llevarán a cabo actividades para conmemorar el centenario de su nacimiento, como la exposición “Cien años de una artista” en la Biblioteca de México o el Foro Internacional Leonora Carrington.
Los homenajes se prolongarán hasta 2018 con una exposición retrospectiva de la novia del viento en el Palacio de Bellas Artes.
Correo-e: bernantez@hotmail.com