-¡Haay amor ya no me quieras tanto…!, cantaba con voz fuerte y bien entonada una de las empleadas de limpieza y alegró el ambiente. Son las 12 del día, los viejos salen de su ensimismamiento y se preparan para disfrutar la comida a partir de la una de la tarde: sopa de fideos y picadillo. De uno en uno y de dos en dos, llegan al comedor y esperan con paciencia que les sirvan a la mesa las diligentes cocineras. Algunos platican y otros, cabizbajos, muestran en sus semblantes la fatiga de los años y permanecen silenciosos.
Los hay optimistas que ambicionan reintegrarse a sus familias y recuperar el trabajo que ocupó su vida activa, pero otros se entregan al desvarío para eludir la triste realidad: -saliendo de aquí pondré una huerta aguacatera, repite a cada rato un antiguo campesino; -Saliendo de aquí buscaré un empleo de velador, presume el otro y un nonagenario no olvida su antiguo oficio de conductor de tráileres y no pierde la esperanza de volver a manejar los enormes camiones, pero también los hay radicales, un maestro jubilado se negó a comer durante quince días y fue alimentado a la fuerza con líquidos y popotes hasta que recuperó las ganas por la vida.
Son doce los varones y dieciocho las mujeres que transitan por el último tramo de la vida en el albergue Casa Hogar de Lerdo, algunos abandonados por sus familias y los más llevados ahí por voluntad propia, conscientes de que les alivianan la carga a los hijos y parientes colaterales que por razones de trabajo no los pueden atender en casa. A los más desamparados el DIF los recoge de la calle y los canaliza a la institución; para ellos no hay visitas familiares.
Socios del Club de Leones, empleadas y empleados de las tiendas Sam, estudiantes preparatorianos y particulares les ofrecen entretenimiento periódicamente, llevando alimentos con yogur, juegos de lotería y barajas, los divierten y platican con ellos, escuchándolos con interés y animosidad para sacudirlos del largo letargo.
Un personal compuesto por 15 asistentes -hombres y mujeres- cubren sus necesidades en los renglones de lavado, ropa, alimentación y aseo personal; algunos aborrecen el baño como sucede con los que estamos afuera, así es que no hay nada extraño en ese comportamiento. Dos enfermeras y un médico están al pendiente de la salud de los asilados, alivian males y los achaques propios de la vejez. El promedio de edad va de los 85 a los 92 años.
La minuta es variada: a las 9 de la mañana el desayuno con perros calientes, frijolitos con totopos: a las 13 horas la comida: pastas, picadillo y a veces cortes cárnicos; la merienda se reduce a atole con galletas porque a las 18 horas se cierra la cocina. Y ninguno se queja.
En una visita no anunciada el 12 de octubre, pudimos observar fugazmente dos escenas conmovedoras, una en la sala de televisión y la otra en uno de los dormitorios. En la primera dos viejecitos se hallaban en los sillones, absortos, con los ojos semi cerrados, opacos y sin ilusiones. Un tercero, recostado en un sofá con extensión, se nos quedó viendo fijamente, pero no respondió al saludo. Se cubría con cobijas desde los pies al pecho.
En la habitación contigua, tres de las cuatro camas que existen por cada lado, las ocupaban ancianos tirados de largo y sumidos en un profundo sopor con la ropa y los calcetines puestos. Uno más, sentado en una silla a un lado de su cama, con mano temblorosa trataba de trasegar el agua contenida en una botella de plástico a otra de refresco. Ya lo había visto antes caminando con pasos cortos y tambaleantes por el pasillo principal. Solamente uno de los hospedados, entero de sus facultades, caminaba con entusiasmo de un extremo a otro con el bastón en la mano. Sus pasos eran firmes y aún vigorosos. Un sombrero de fieltro le proporcionaba galanura.
Nuestra presencia en la Casa Hogar la motivó un deseo: saludar y platicar con el contador y licenciado José Luis Triana, amigo y compañero de estudios en la extinta Escuela Bancaria y Mercantil y asiduo concurrente a las reuniones semestrales del grupo de egresados del plantel pertenecientes a la tercera generación graduada en 1956.
Perdió la vista tres años atrás a causa de un mal incurable y hace un año se fracturó la cadera al resbalar en el piso de la recámara de la casa de su hermana, también octogenaria, en la colonia Ampliación Los Ángeles. Pero la invidencia no doblegó y siguió atendiendo los juicios civiles, testamentarios y de traslado de dominio encomendados por clientes que todavía confían en su preparación y habilidades de profesionista. Llegaba a los tribunales apoyado en un bastón y un guía que lo sostenía de uno de los brazos y le movía los hombros para corregir el rumbo. Lamentablemente, los procesos quedaron interrumpidos abruptamente debido al infortunado percance casero que lo inmovilizó físicamente, pero no intelectualmente.
Trianita, como le decimos sus camaradas, actualiza día a día sus conocimientos y nos confía un deseo: -todavía tengo ganas de trabajar en lo mío y lo voy a lograr. Ya tengo cuatro planes A, B, C y D para cumplir con mis tareas profesionales, anticipó en un tono jocoso y optimista (de eso se trata: no perder el buen humor y darle mejor cara a las circunstancias, le comento). -Estoy aquí por decisión propia y de común acuerdo con la familia. Mi hermana con la que compartía la casa, ya tiene 82 años de edad y no podía cubrir mis requerimientos, explicó.
En una entretenida plática de una hora aproximadamente y con voz cantante e informativa, comprendió que se había alargado demasiado y con una sonrisa ironizó: -ya me contagiaron los dos chiflados con quienes comparto el cuarto.
Con este optimismo abandono el albergue, pero un pensamiento revolotea en mi mente: -Las alas terrenas de los internos están rotas y ya no pueden -con sus excepciones naturalmente- volar al aire libre. Las celestiales aguardan, pero nadie -me incluyo- repara en ellas. Su espera, entre más larga mucho mejor. Ojalá y las compañeras y compañeros logren sus propósitos de continuar siendo útiles y que José Luis pronto se reintegre a su grupo de los también veteranos, sus amigotes de escuela y de convivencias etílicas…