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MARCELA PÁMANES

Me gustan los años nuevos porque huelen a nuevo y nuestra mente se engaña pensando que volvemos a empezar, ojalá y fuera así.

El convencionalismo del conteo del tiempo nos hizo que consideráramos que nos dormimos en un año y amanecemos en uno nuevo, la mente racional sí que requiere de esas mediciones en un afán de darnos a nosotros mismos nuevas oportunidades, sin que alcancemos a ver que cada nuevo día es tierra fértil para concretar retos, cumplir metas o soñar que podemos lograr algo.

Cada año es la misma historia: las uvas, los rituales, las campanadas y los propósitos. ¿Y si nos propusiéramos ser más nosotros mismos y menos como otros pretenden que seamos? ¿Y si aceptáramos que no somos todo lo lindos, simpáticos, conocedores, argumentadores, que hemos creído que somos? ¿Y si nos convenciéramos de que la verdad que enarbolamos es sólo un punto de vista creado por mis propias experiencias y que no necesariamente es la verdad que les funciona a todos? ¿Y si abrazáramos amorosamente al prójimo más cercano sin más deseo que aceptar sus diferencias? ¿Si intentamos pelear menos por dinero y más por causas comunes que nos hermanan con los demás? ¿Si damos la vuelta a la hoja y decidimos empezar a escribir una nueva historia? ¿Si vemos menos televisión y platicamos más? ¿Si apagamos el celular a una hora determinada e impedimos que interfiera en nuestras relaciones humanas? ¿Si nos despertamos un poco antes para planear nuestro día y hacer apuntes de lo que esperamos hacer? ¿Si meditamos por el placer de hacerlo? ¿Si sonreímos más? ¿Si caminamos más? ¿Si hacemos más por cualquier ser vivo? ¿Si nos preocupamos menos por las arrugas del cuerpo y más por las arrugas del alma? ¿Si nuestros propósitos fueran más asequibles? ¿Si el hacer propósitos no fuera un convencionalismo más?

Seamos francos, los propósitos llevan mensajes encriptados de nuestra realidad emocional. Por eso bajar de peso tiene una ruta que pasa por hacer consciente la realidad de muchos kilos de más, implica abrir los ojos y descubrir una depresión enmascarada en hambre, reconocer una autoagresión a nuestro ser físico ocasionada por múltiples causas. El propósito profundo es dejar de alimentar a esas emociones negativas con las que cargamos hace tiempo.

Dejar de fumar y dejar de beber tienen que ver con un reconocimiento de heridas cuyas cicatrices aún supuran, no es cuestión de querer o no querer dejar atrás una adicción, es gritar por ayuda. El propósito profundo es perdonar y ser perdonados.

Ir al gimnasio o hacer más ejercicio es tal vez dentro de los propósitos más típicos los más fácilmente asequibles si es que somos personas disciplinadas, lo que se notaría en: más horas de entrenamiento semanal, mejores hábitos nutricionales, más descanso y más motivación. El propósito profundo es poner orden en nuestra vida.

Ser puntual es otro de los deseos externados en voz alta, ¿qué hay de esta incapacidad de llegar a tiempo o ser considerados con los demás? Tal vez el propósito orgánico sería el respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Muchas veces estamos tan atorados que ni si quiera nos damos cuenta que lo estamos, queremos cambiar sin saber con certeza lo que queremos y nos perdemos en el marasmo de la cotidianidad. Lo que no nos damos cuenta es que vamos sumando causas inconclusas, abrimos frentes que no cerramos y eso, aunque sea de manera inconsciente nos afecta. Creemos que porque no se habla se olvida y el cuerpo nos recuerda que no es así.

El mundo de las emociones es un laberinto cuya salida perdemos con mucha facilidad. ¿Qué buscamos? ¿Qué queremos?

Cada quien tiene su 'librito' de cómo vivir y nada más alejado de pretender que lo que me sirve a mí le sirve a los demás, así que cada uno de nosotros debe descubrir la ruta que le conduzca al bienestar.

Acabo de leer el libro de Walter Riso llamado Sabiduría Emocional, publicado en 2012, en el que al autor propone que tenemos emociones primitivas y emociones racionales, las primeras son instintivas y nos ayudan a sobrevivir: el miedo y el dolor, por ejemplo, estas emociones las transforma nuestra mente en ansiedad y sufrimiento, los cuales nos afectan a tal grado que las primeras nos permiten conservar la vida y las segundas nos encaminan con más celeridad a la enfermedad y a la muerte. Diríamos entonces que navegamos entre el mar de las emociones orgánicas y las falsas emociones. El gran reto de la existencia es el equilibrio.

¿Desde dónde vamos a volver a empezar? ¿Desde el cambio o desde la aceptación?, ¿desde el empecinamiento o desde el subirte a la cresta de la ola y desde ahí sortear los mares embravecidos o disfrutar de la mar en la calma? Decía bien Amado Nervo, somos el arquitecto de nuestro destino, entre lo que decidimos hacer o no hacer edificamos cada día.

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