Foto: Aída Moya
Alma Delia Murillo es capitalina y antes de dedicarse a la literatura trabajó en la industria de la moda. Tenía un brillante y cómodo futuro en su empleo corporativo. Lo abandonó por la necedad de contar historias. Hoy día es colaboradora del portal Sinembargo.mx y, en atención a su hiperactividad, prepara un proyecto, como producir una serie web, y luego otro, como correr un medio maratón o un maratón en toda la extensión de la palabra. Entre ideas y emociones, también visualiza el tiempo para sentarse a escribir su próxima obra.
Presentar su más reciente novela, El niño que fuimos, la coloca en un escenario extremo, atiborrado de calor, en una ciudad del norte del país. A pesar del clima, su buen ánimo no decae. Unos minutos a la sombra, la debida hidratación, y ya está lista para responder a unas cuantas preguntas.
Tu novela, con sus protagonistas, visibiliza a los grandes olvidados de la humanidad, los niños.
La humanidad, sobre todo en estos tiempos, esta generación, tiene una gran deuda con los niños. Hay miles de infantes encerrados en jaulas de la persecución migratoria, niños separados de sus padres, en este país hay miles de huérfanos de la guerra. En un municipio en Michoacán el DIF tiene más de 3 mil niños a la espera de ser adoptados, en un sólo municipio. También están los niños de la clase media, educados por la tablet, educados por el celular.
Creo que sí hay que devolver la mirada y preguntarnos qué y cómo los estamos formando. No quisiera ser dogmática, además yo no tengo hijos, es importante reconocer la limitación de mi experiencia, pero sí vale la pena que empecemos a anticipar para dónde vamos. Cómo y qué tejido social estamos creando con los niños. Todas las generaciones tenemos algo característico que tiene que ver con cómo nos educaron, o qué tan presentes estuvieron, o no, no sólo los padres sino todas las figuras de autoridad que ponían límites, que daban experiencia. Ahí están los millenials, ahí está nuestra generación X, si fuiste hijo de un proceso de guerra o posguerra... Creo que hoy son los hijos de la tecnología, y habrá que ver a dónde llegan. No tengo una respuesta, pero vale la pena no olvidar que ahí se está gestando algo y no le estamos poniendo suficiente atención.
El discurso político exalta y venera a la infancia, pero la realidad la aplasta, como conciliar esto para que en verdad se correspondan.
Lo primero es reconocerlo. Tenemos un discurso esquizofrénico y al mismo tiempo la realidad y las estadísticas son brutales, ¡brutales! Somos un país muy joven, creo que nuestra edad promedio según el INEGI es de, más o menos, 26, 28 años; sin embargo, la población que más está sufriendo las consecuencias de todos los grandes temas como la segregación, la pobreza, la falta de empleo, los desaparecidos, son los jóvenes. El caso de Ayotzinapan es muy representativo y no es sólo porque fueran jóvenes, eran estudiantes. Los levantones que se hacen de los estudiantes en Veracruz; estos últimos, los estudiantes de cine (asesinados en Jalisco en abril pasado), ¿cuántos años tenían? Veintipocos. Estamos atentando contra la posibilidad de que la juventud florezca y por varios medios. Hace unos cuatro años un escritor árabe-canadiense decía: “Me llama la atención que los jóvenes estén siendo devorados por estas vías, o bajo el discurso de que no hay empleo”. Esos son los “ninis”, ni estudio, ni trabajo. Siguen infantilizados en casa de sus padres ¡hasta los treintamuchos! ¿Cómo es posible? ¡No!
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Y así se llega a que los padres demanden a su hijo para que se vaya de la casa… ¡Imagínate! Los héroes griegos eran héroes a sus 20 años, o antes, a los 16. Hemos sobreinfantilizado la posibilidad del desarrollo a nivel personal y creo que nadie está alcanzando a visualizar las consecuencias de ello. Ahora, con los niños ocurren varios fenómenos porque este país son muchos países. México tiene muchas clases sociales, es muy difícil lograr la movilidad. Entonces, los niños de la pobreza arrojan unas consecuencias y los niños de la clase media-alta, otras, como ser hijos de la tablet. En alguna conversación decíamos: la sobreprotección también es violencia. Es como mutilar a los hijos en lugar de darle recursos, les das todo y les mutilas la capacidad de resolver problemas y hacer cosas, de orientarse por sí mismos, de ser autónomos.
Como alguien dado a la esperanza, ¿sientes que ya estás viviendo la cuarta transformación de México?
Estoy viviendo la cuarta transformación de mi oxidación celular, estoy viviendo el cuarto piso de mis cuarenta años, pero sí, tengo esperanza. Cuando me entra la desolación la verdad es que no soy optimista. O como decía Pessoa, “no soy pesimista, soy triste”, que no es lo mismo. En la tristeza también cabe el gozo por la vida y hay que pensar en los tiempos históricos, ellos nos rebasan a ti y a mí, la generación en curso no puede verlos. Es como cuando empiezan a ocurrir cambios en México, cambios como la existencia de las leyes de las sociedades de convivencia para que se casen dos personas del mismo sexo, eso era impensable para la generación de mi abuela. Si lo vemos en tiempos históricos, y sumamos más de una generación, conseguimos cosas. Que las mujeres pudieran tomar la decisión de la pastilla del día siguiente para interrumpir un embarazo, eso hubiera sido impensable para mi bisabuela. Y eso es libertad, se confiere libertad al cuerpo, a la elección.
Cuando Andrés Manuel fue reconocido tanto por los partidos de oposición como por el INE como el presidente electo, salí al zócalo, salí a cubrir, a platicar un poco, y ahí había señores que me dijeron “Yo estuve aquí en el 88 cuando Cárdenas”, “Yo estuve aquí en el 2006”, y “Yo estuve aquí en el 2012 y no creí que lo iba a ver”. Y pensé: “Claro, es que ellos tienen 70, 80 años y para ellos es un suceso histórico quizá más que para mí que llevó dos o tres elecciones y no seis u ocho”.
Creo que los cambios sí traen esperanza y eso provocará que entren cosas nuevas, buenas y malas, pero nuevas.
Hemos pasado de las mujeres con derecho a voto a la era del empoderamiento femenino. ¿Dónde va a terminar este movimiento?
Quién sabe. Todo es muy reciente, esa es otra cosa que tiene la posmodernidad. Ya incluso se habla de filosofía de ultramodernidad. Schopenhauer decía que las cosas, para que perduren, deben gestarse lentamente. Nosotros tenemos un mal, o dos: la ligereza juntada con la prisa. En De la ligereza, Gilles Lipovetsky aborda eso, es un gran pensador. Creo que eso ha permeado todos los fenómenos, incluso lo que está pasando con el empoderamiento femenino que es maravilloso por lo que abre, terrible por los vicios que reproduce, luminoso porque pone luz sobre temas de los que no se hablaba, y oscuro porque trae una carga de venganza, hay que decirlo y reconocerlo, de venganza y de resentimiento que no ayuda mucho.
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Sin duda es positivo, claro, yo le debo mucho a la lucha de tantas mujeres, poder votar, poder trabajar, tomar una pastilla anticonceptiva, la cual, curiosamente, fue inventada por un mexicano, pero, hay que ser autocríticas. El tema es que hay una nueva ola del feminismo que está obteniendo más espacio mediático. Es llamativa como decir que el que vocifera más llama más la atención. Otras feministas hacen un trabajo más profundo, más conciliador, incluso diría más inteligente en el sentido táctico y estratégico. Hay otras desbordadas que por default culpan a los hombres, la fi gura masculina se vuelve el enemigo. El otro día leí por ahí que hay que luchar contra la masculinidad. Creo que debemos mirar la condición humana más allá del género. Sin duda hay una violencia sistémica contra las mujeres, pero a veces perdemos perspectiva. Que un taxista le grite “guapa” a una chica no me parece igual de grave que los feminicidios en el Estado de México. Ahí nos perdemos.
Las benditas redes sociales han abierto un foro útil, pero muy tramposo. Es un espejismo porque en las redes sociales no estamos ni tú ni yo, está nuestra representación. En ellas no están millones de mexicanos sino las millones de representaciones de mexicanos. Ese espejismo nos hace pensar que despotricar en Facebook o en Instagram o en Twitter o compartir videos en Whatsapp es hacer algo, pero no, es no hacer nada. Nos sigue reduciendo al espacio de la representación y de lo simbólico, de lo que genera un espejismo virtual. Entonces, como genera mucho ruido que yo diga que el taxista me dijo guapa, se visibiliza eso, hay entrevistas, tele, radio, pero, ¿por qué no estamos todas afuera, formando valla en Ciudad Juárez para que no maten a otra? No estamos escarbando con las uñas, en esos deshuesaderos, buscando los cuerpos de mujeres. La posmodernidad hace esto, perdemos perspectivas y prioridades.
¿Escribirás una novela con lenguaje inclusivo?
No, nunca. Es como cuando Javier Cercas, ese genial escritor español, habla de “tontos cultos”. El lenguaje tiene una vocación polisemántica. Si yo digo la palabra “gata”, me puedo estar refiriendo a muchas cosas, no estoy necesariamente hablando del animal o siendo solamente ofensiva. Si digo “gato” no estoy hablando solamente de la herramienta. Si digo “plata”, lo mismo, puede ser el color, el metal, el dinero. Si digo “puto”, sé que es un tema muy polémico, pero si digo que me pegué con el “puto mueble”, no estoy siendo homofóbica con el mueble. Si digo, como hoy dicen los españoles, la expresión de “eres el puto amo”, es una expresión elogiosa. El lenguaje tiene una vocación polisemántica, significa muchas cosas. Prohibir lo que atenta contra la inteligencia nunca le ha resultado bien a la humanidad. Pensar sí. Si en lugar de prohibir palabras, castigarlas, aprendemos a distinguir cuándo significan qué, cuándo provocan qué, vamos a ganar mucho más. Desde esa perspectiva (la inclusiva), pues hay que desaparecerlas.
El Quijote, por ejemplo, atenta contra Sancho Panza por gordo. Ahí ya tendríamos a la gente encima diciendo que eso es discriminatorio y ahí ya tendríamos que ir despidiéndonos de todo Shakespeare, de Lady Macbeth, de Gertrudis, la zorra de Gertrudis casada con el hermano de su marido muerto. Es como quemar los libros, sería como una neoinquisión de quema de libros.
Foto: Aída Moya
Como guardianes de la civilización, tenemos que contar lo que hacemos. Tan terrible o tan maravilloso como sea, hay que contarlo, no desaparecerlo. Es una forma bastante neurótica de la sociedad de creer que somos buenos. Hoy todos queremos pertenecer y demostrar nuestra bondad, nuestra corrección política. A veces es más fuerte el impulso de decir “yo estoy con los buenos”, que realmente sentir empatía, comprender al que es distinto a mí.
Por la vía de la prohibición no vamos a lograr nada. Mientras más crezca el lenguaje, mejor; mientras más se enriquezca, mejor; mientras más le enseñemos a alguien cómo utilizarlo, no se diga. Educar desde la ideología, genera fanatismos, y educar desde el uso de la inteligencia, genera crecimiento.
Dar lecciones de moral no es prueba de virtud.
Es justamente eso. (La virtud) Está en los hechos. Fíjate, cuando yo me atrevo a cuestionar en redes sociales temas del feminismo, reacciones que siento muy airadas o poco profundas, todas las veces me contestan mujeres agrediéndome, me llaman “pendeja” y me dicen “no has entendido nada”. Y yo digo: “¿Se dan cuenta? Es la serpiente mordiéndose la cola”. Están haciendo justo aquello contra lo que pelean. Yo no quiero que ningún hombre me diga que pensar, tampoco quiero que ninguna mujer me diga que pensar. Si la defensa de los derechos de las mujeres es tal, también tendrían que defender mi derecho a no pensar como ellas, a no sumarme a su causa, a cuestionarla, y ahí es donde digo que sospecho mucho de las causas que son más bien neurosis personales tomadas como bandera de causa social.
Se exige que no se discrimine a una persona por ser mujer, pero ¿te han discriminado por tu tono de piel?
Estuve en el aniversario de Nelson Mandela, con la comunidad de afrodescendientes. Yo no lo soy, pero tengo fenotipo árabe y purepecha, dos minorías, como el Bronx del mundo. Soy morena y sí, crecí escuchando cosas como “pinche prieta” y demás, y todavía las oigo. Pero no es lo mismo ser morena vestida de sandalia que ser morena, traer algo de Prada y bajarte de un coche de cierta marca. Dentro de una discriminación hay otra y otra y otra. En este país hay lo que llamamos pigmentocracia con su pantone de morenos. Junto a unos amigos tengo una casa productora y estamos preparando cápsulas de personajes morenos, de fenotipos morenos, por el momento se llama Otros rostros. Queremos que la gente cuente lo que se puede lograr incluso viéndote como me veo yo. Somos un país racista y si eres moreno tu currículum e queda hasta abajo. Tan atávicos somos, tan oscurantistas, que eso viene de que somos seres simbólicos. De ese modo, todo lo que tenga que ver con el sol es bueno, lo que tiene que ver con la noche, la oscuridad, nuestra sombra, todo lo que se le acerque al negro es malo. Imagina el retraso que hay que tener en la cabeza para que ese siga siendo el motor de pensamiento a la hora de valorar a las personas. Una vez que esté lista, la serie se va a compartir en la web para que se difunda fácilmente.
Pero el racismo en México no es prerrogativa del hombre blanco...
Así es. El racismo no es sólo de blancos hacia morenos, también es entre morenos. Es importante decirlo, hay que desbaratar el prejuicio en todos nosotros: los morenos discriminan a los más morenos o viven con el discurso de “casate con un blanco para mejorar la raza”. Mi propia abuela, cabrona, mucho más blanca que yo, me decía: “Eres morenita, pero bonita”. No se atrevía a decirlo al revés.
Twitter: @ivanhazbiz


