Australia
Ante el arraigado sentido ético y cívico de esta sociedad, es difícil creer que fue fundada por delincuentes.
Así nomás, para empezar el año sin las emociones tóxicas que generan las costosas e inanes campañas de tanto merolico que aspira a la presidencia, sin la inquietud que produce el desmoronamiento político y social que percibo, y también, por qué no, para superar mi melodrama personal, -¡ay!, todo el día me quejo y ya se me olvidó por qué- o simplemente por fidelidad a mi espíritu aventurero; aprovechando la compañía y el amor de un apuesto joven que hace de mí lo que quiere. Volé dieciocho horas para que en este momento, machacada y exhausta, frente a las alas irisadas del Sydney Opera House, con un güisqui doble en la mano, atardezca intentando que el prodigioso crepúsculo no me robe el aliento.
En la acera frente a mí, con un andar sereno y sin prisa fluye la marea de turistas y, desde luego, los ciudadanos que después del trabajo, vuelven a sus hogares paseando tranquilamente. “No worries, lo que no se pudo hacer hoy, se deja para mañana y no hay problema”, es la filosofía del australiano. Lo atribuyo a que habita en un continente que no ha sufrido la experiencia del terrorismo, desconoce la contaminación y camina por calles limpias y seguras. Disfruta de un transporte marítimo y terrestre suficiente y eficiente, al sentirse bien tratado por su ciudad, el australiano es educado y amistoso.
Sin grandes diferencias de clases y con un notable desagrado por la presunción, el exceso y la ostentación de riqueza, con leyes bien claras y una ciudadanía que las cumple, los australianos preservan una paz que constituye su más importante valor social. No he visitado –al menos no todavía- catedrales magnificas ni museos que me quiten el resuello. Aquí todo es sencillo y natural, el énfasis puesto en la naturaleza que es protegida celosamente.
Ante el arraigado sentido ético y cívico de esta sociedad, es difícil creer que fue fundada por delincuentes. La historia australiana repite el patrón del hombre europeo que tropieza con tierras que pertenecen a los aborígenes y así nomás, porque nadie se los impidió, las reclamaron como propias y se aposentaron en ellas imponiendo sus leyes, su Dios y su cultura. Aunque se sabe que originalmente expediciones españolas y holandesas pusieron el pie en estas tierras, sólo cuando el capitán James Cook 'descubrió' ; y siempre en nombre de la corona inglesa se apropió el continente, a la corona británica le pareció el lugar ideal para desterrar a sus delincuentes, quienes apoyados por algunos aventureros inmigrantes marginaron a los dueños originales para poblar a su modo este continente que ahora, en la calidez de su verano me acoge para recibir aquí el 2018.
La sólida cultura cívica que percibo entre la gente me lleva inevitablemente a pensar en nuestra cultura ancestral. Eso que los conquistadores llamaron Nuevo Mundo ya era muy viejo y contaba con una organización social, militar y religiosa. México no fue fundado por delincuentes, han sido el tiempo y el ejemplo de nuestros gobernantes los que han desarrollado y multiplicado la delincuencia.
Los mexicanos creemos en nuestro pasado histórico y a la menor provocación proclamamos su esplendor, pero sin que logremos todavía encontrar la formula que nos permita construir con ese esplendoroso ayer una sociedad cívicamente madura. Y bueno, mejor me dejo de divagaciones y pido otro trago. Apenas lo empiezo a saborear cuando el apuesto joven que me acompaña reclama mi atención: “¡Abuela, mira allá! Están empezando los fuegos artificiales”. Y ahora pacientísimo lector, sólo me queda desearle que haga lo mejor que pueda para no echar a perder este 2018 porque luego vienen los arrepentimientos.
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