Foto: Antena3
En las narices del clan Vega uno de sus miembros es sustraído. El caso queda inaugurado. La denuncia respectiva pone en marcha la maquinaria oficial. El comisario Casas saca los comodines de su baraja y los pone en juego.
Adentrarse en el mundo de Bajo sospecha, producción española con dos temporadas repartidas en 18 episodios es como subirse a un carrusel en el que, en lugar de caballitos, hay incógnitas girando. A pura vuelta y vuelta nos hace perder suelo y, por tanto, el foco.
La cantidad de cosas ocultas, engaños y delitos que confluyen con el crimen principal, uno que cambia, da un volumen innecesario a la historia. Atosigarnos con claves es otro de los vicios de este serial. Algunas de las señales, conforme avanza la trama, se diluyen en la memoria. La mayoría, al final, sí guardan alguna relación con el misterio central. Tanto hacinamiento es comprensible, cada capítulo dura una hora y era necesario llenar esos minutos con algo.
Al principio es la familia completa, abuelos, padres nietos y agregados políticos en una celebración con vena religiosa.
Los adultos conviven, comen, beben. Los niños corren, juegan, pasan el rato. Cuando los mayores llaman al orden para tomar la foto del equipo, una niña, Alicia, hija de Carmen Castro (Alicia Borrachero) y Roberto Vega (Pedro Alonso), no responde. Comienza la búsqueda.
Imposible que ella saliera por su cuenta. Altos muros rodean la finca y el portón está cerrado. Igual desapareció o, mejor dicho, se la llevaron. En las narices del clan Vega uno de sus miembros es sustraído. El caso queda inaugurado. La denuncia respectiva pone en marcha la maquinaria oficial. El comisario Casas (Lluis Homar) saca los comodines de su baraja y los pone en juego.
¿INFIERNO?
Es un pueblo pequeño, pero no hay material suficiente para un fuego de considerables proporciones. Sí existen, en cambio, elementos inflamables que detonen desgracias y mucha voluntad para ocultar la inmundicia bajo la alfombra propia.
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Presionado porque las primeras pesquisas no dejan pistas sólidas por seguir y convencido de que en la familia hay alguien involucrado en la desaparición de la pequeña (un trabajo interno), el comisario Casas decide enviar a un par de agentes a infiltrarse en la cotidianidad de los Vega con el objetivo de reunir información para dar con los culpables.
Sus elegidos son Laura (Blanca Romero) y Víctor (Yon González); ella, con sus conocimientos en psicología y su apego al procedimiento; él, con su inclinación a emplear recursos extralegales a la menor provocación.
A Laura, el llamado del deber le cae en mal momento, deja su hogar y a su marido justo cuando estaba planeando tener familia. Su misión es ser la esposa de Víctor, un agente sin mucho respeto hacia su superior, o los protocolos, que proyecta en buena parte de lo que hace sus problemas con la figura paterna.
Esta pareja dispareja se muda frente a la casa de los padres de Alicia. Laura comienza a trabajar en la escuela del pueblo, el Colegio Julio Cortázar, mientras Víctor busca y encuentra acomodo como mesero en el negocio de los Vega.
Los abuelos, los hermanos, sus familias, hasta los niños, contribuyen a mantener un tupido velo sobre sus respectivas miserias, indecencias, embustes y complicidades. Sin embargo, las autoridades irán reuniendo hilos, no sin el uso de recursos que ponen en entredicho su calidad moral, de los cuales tirar para ir sacando del barro piezas del rompecabezas.
PAPELES
Las actuaciones son bastante desiguales. Lluis Homar, el comisario Casas, se adueña de cada escena en la que participa con los matices que es capaz de desplegar interpretando a un personaje que no goza de mucho margen de maniobra. Su aspecto de policía duro se relaja, la imagen de seriedad apabullante es capaz de momentos de humor, lanza y encaja golpes, cuando se muestra blando es porque tiene una buena razón para ello aunque no la conozcamos al instante, esa revelación puede tardar un par de episodios en presentarse. Tiempo para desarrollar es lo que sobra. Lo sustancial, en toco caso, es que Lluis Homar da relieve a un papel plano.
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En el extremo opuesto se encuentra Blanca Romero. La actriz de Guijón sorprende por su capacidad para mantener un único gesto a lo largo de toda la temporada, lleva lo unidimensional a un nivel que, cuando se atestigua, no se echa de menos. La trama le deparó varias escenas destacadas, pero ella logra que no sean los primeros en los que uno piensa cuando recuerda la serie.
Mejor librado salió Yon González, sobre quien recaen varias decisiones cuestionables, cuando no ilegales, durante la investigación. Llegan a cansar su postura de “todo sea por resolver el caso” y su porte sobrado. Además, la actuación que hace su personaje, recordemos que es un agente infiltrado, deja mucho que desear.
En conclusión, los protagonistas se las ingenian para ceder la simpatía a personajes secundarios. Es ahí donde se destacan los casos de Vidal, Carmen y Roberto.
El primero, encarnado por Vicente Romero, es el policía local que queda sujeto a la autoridad del comisario Casas y se pone a hacer cosas por su cuenta sin que al principio quede claro de qué lado está, si junto a sus colegas o con sus vecinos de toda la vida.
Su personaje es un carrito chocón que va por la vida causando fricciones; a veces cae mal, a veces bien, a veces te hace reír, en otras consigue sacarte de quicio; cuando le da por ponerse a investigar es buen elemento. El resto del tiempo, queda esa impresión, se las arregla para no pasarlo tan mal.
Alicia Borrachero hace de Carmen y demuestra que, con los incentivos adecuados, un personaje evoluciona pero, humano al fin, sigue alumbrando tanto buenas ideas como tremendos errores de juicio.
Pedro Alonso, a quien tal vez recuerden como Berlín, en La casa de papel, cumple una labor eficiente y marcada por la culpa. La trama le da para mostrar dolor, remordimientos, ira, desolación. De cuando en cuando, saca fuerzas de algún lado para hacer aquello que percibe como lo correcto.
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El reparto es amplio porque el misterio está, desde el principio, envuelto en lazos familiares. Todos los integrantes del clan Vega son sospechosos y buena parte de ellos hacen lo que pueden para no ser tratados de un modo distinto y acabar en la sala de interrogatorios de la policía, con el comisario Casas soltando, uno a uno, los relatos armados con la evidencia disponible al momento.
OTRA MISIÓN
Para la segunda temporada la productora prescindió de los servicios de Blanca Romero y trasladó al núcleo Casas-Víctor-Vidal, a un nuevo escenario, una clínica privada. Sucede que Catherine Le Monnier (Leticia Dolera), una doctora francesa proveniente de una familia influyente, desapareció y unos días después la enfermera Isabel Freire ha sido hallada muerta en lo que parece un caso de agresión sexual.
La policía comienza a investigar y el comisario envía a Víctor, que antes de ser policía completó estudios de enfermería, a infiltrarse.
El equipo, sin embargo, no tardará en darse cuenta de que no está solo en esta misión. La presión de la familia Le Monnier puso a un dúo francés a trabajar en territorio español, ellos son la comisaria Sophie Leduc (Mar Sodupe) y el agente Alain Juillard (Hugo Becker).
En esta entrega volvemos al carrusel. Pistas, testimonios, encubrimientos, complicidades y varios ilícitos por descubrir que podrían o no estar ligados a la desaparición y el homicidio que dan cuerda a la maquinaria.
De nueva cuenta, Casas y Vidal dan la cara por la serie y Víctor lleva la falta de profesionalismo a otro nivel en aras de agregar una dosis de romance.
Bajo sospecha consigue despertar en el espectador las ansias detectivescas. Si el lector no siente aversión por las tramas enrevesadas, los constantes giros argumentales y un desfile de sospechosos, este carrusel español es una buena opción para degustar.


