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Comer mejor sin culpa

Activistas del buen comer

Granja Stone Barns. Foto: Ben Hider

Granja Stone Barns. Foto: Ben Hider

BELÉN DELGADO

¿La gente come lo que quiere o lo que le ofrecen? Ante la duda, cada vez son más los que tratan de influir en los sistemas de alimentación con iniciativas que, aunque minoritarias, proponen un cambio radical de mentalidad.

Por Belén Delgado

En el Consejo para la Alimentación Ética (Food Ethics Council, en inglés) proponen una nueva forma de activismo gastronómico que empiece por el lenguaje.

Nada de usar la palabra "consumidor" porque "como tal se tiene muy poco poder", explica su coordinadora, Anna Cura, que prefiere hablar de "ciudadanos" o "food citizens".

Como consumidores, "la única opción que tenemos es la de elegir entre un producto u otro, no podemos cambiar la forma en la que nos lo ofrecen ni crear los sistemas alimentarios que queremos".

Alejándose del consumismo a ciegas, su organización ha recogido experiencias que buscan conectar más con la protección de la salud, el ambiente y los derechos sociales.

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Tony’s Chocolonely tiene la misión de librar a la industria de la esclavitud infantil. Foto: Tony’s Chocolonely

EXPERIENCIAS

Tony's Chocolonely es una marca danesa fundada por un periodista que, después de rodar una película sobre la esclavitud en el negocio del chocolate, decidió dar ejemplo e involucrar a quienes compran ese producto de manera que pueden crear sus propias recetas.

Otra práctica que encaja en la iniciativa es la de organizar visitas para familiarizar a la gente con la producción sostenible de los ingredientes que acaban en la mesa, acción que han emprendido en sitios como la granja Stone Barns, a las afueras de Nueva York.

Para impulsar un cambio desde las propias comunidades, una Red de Transición conecta cientos de movimientos descentralizados en todo el mundo, entre ellos el del municipio francés de Ungersheim, donde han convertido suelo público en una finca orgánica que abastece a las familias locales.

Junto a iniciativas más o menos tradicionales como las de “comercio justo", han aparecido plataformas en Internet.

En la Universidad británica de Oxford están investigando cómo las nuevas tecnologías permiten el activismo interesado en transformar el sector agroalimentario.

Por ejemplo, una aplicación móvil, Buycott, escanea los códigos de barras de los productos y sugiere su compra o boicot en función de las políticas de las compañías que están detrás y su coincidencia con los valores del cliente, que a su vez puede unirse a distintas campañas de presión.

INFORMARSE Y ACTUAR

Uno de los académicos al frente del estudio, Javier Lezaun, recuerda que ya en la década de los noventa los movimientos de resistencia ciudadana contra los transgénicos lograron introducir cambios regulatorios en Europa y sistemas que detectaban los alimentos modificados genéticamente.

"Ahora hemos encontrado innovaciones experimentales, pero no van muy lejos en comparación con el grado de presencia digital de las grandes empresas", hábiles en manejar la cadena alimentaria de principio a fin, precisa a Efe el investigador.

A su juicio, la producción de más datos no equivale a más transparencia porque depende de los intereses de los actores privados que definen las preguntas. Al consumidor le resulta "muy difícil" generar su propia información y se limita el margen de acción de los reguladores.

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Ungersheim provee 500 comidas caseras diarias para escolares de la ciudad y comunidades cercanas. Foto: Thomas Louapre

Los activistas publicitan más sus opiniones (algunas politizadas) en las redes sociales, no obstante el experto advierte de que "los medios digitales convierten cualquier forma de participación en información acumulable, integrada luego en sistemas que no están bajo su control". Esos datos son analizados por otras partes como los grandes gigantes tecnológicos.

El experto de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) David Neven opina que los compradores pueden influir "hasta cierto punto" en los sistemas alimentarios con su dinero. Para lograr un impacto mayor se debe comprender el ambiente en el que se abastecen y hacer adquisiciones suficientemente informadas.

"Cada vez más compañías están moviéndose hacia prácticas más sostenibles, no sólo por razones morales sino para vender mejor y diferenciarse de otros competidores", dice.

Frente a los procesos más complejos, sujetos a las normas del comercio global, Neven insiste en que el consumidor siempre puede acudir a los mercados locales en busca de los productos básicos. En esos establecimientos puede preguntar directamente por el origen de los comestibles.

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