Entre una y otra nota informativa de lo que hará el próximo Gobierno federal, hace algunos días vimos en un diario nacional la declaración de Andrés Manuel López Obrador aseverando que prohibiría el fracking en México, en definitiva algunos creemos que constituye una decisión acertada del futuro presidente.
La extracción de gas y petróleo mediante la tecnología de fractura hidráulica en el subsuelo del territorio nacional, en particular en algunos estados fronterizos y de la cuenca del Golfo de México, es uno de los temas que mayor polémica habían provocado por los graves impactos ambientales y sociales que provocaría, de ahí que sea un mensaje afortunado el que se envía.
Ciertamente, la expectativa de extracción de hidrocarburos no convencionales se fincó en el agotamiento de las reservas de petróleo existentes en el continente, por lo que se dijo que las alternativas para satisfacer la demanda energética nacional se encontraban en el petróleo del fondo marino y en los yacimientos de lutitas. Se estima que México tiene reservas de este último que lo ubican en un potencial bajo, en el sexto lugar a nivel mundial, de ahí el interés por ellas.
Afortunadamente ésta última se ha venido posponiendo en virtud de que no presenta una rentabilidad suficiente ante la baja de los precios del petróleo. Pero la polémica no sólo es sobre la relación costo-beneficio que representa para los inversionistas, o sobre si estas reservas energéticas permitirán satisfacer la demanda nacional, también representa una opción controvertida sobre la que se ha querido ocultar o desdeñar otros impactos.
La fractura hidráulica o fracking es una tecnología que se basa en la perforación de pozos que pueden alcanzar tres mil o más metros de profundidad, hasta localizar los yacimientos atrapados entre rocas impermeables de lutitas (a diferencia del petróleo convencional que se ubica entre rocas porosas, de ahí su nombre), a las cuales hay que fracturar mediante presión hídrica, mezclando agua y arena (99.5%) con substancias químicas (0.5%), hasta liberar los hidrocarburos.
Todo este proceso de perforación, extracción y transporte del gas y petróleo de lutitas de los campos donde se ubican los pozos hacia su destino, el manejo de los residuos, particularmente las aguas que utilizan para ejercer la presión sobre las rocas y liberarlos, con altos índices de contaminación por las substancias químicas, entre 500 y 700 distintas y se mezclan con el agua que inyectan, no es sostenible.
Es un proceso productivo depredador de la naturaleza y que afecta a la población asociada a él como los residentes de los lugares donde se realiza la extracción (contamina su entorno superficial y el subsuelo), los trabajadores que laboran en el proceso (impactos en su salud), aunado a las emisiones, principalmente de metano y en forma constante, mientras dura el pozo, que como gas de efecto invernadero contribuye al calentamiento de la tierra ya que son grandes zonas o espacios donde se concentra esta actividad.
Los yacimientos de gas y petróleo de shale, otro de sus nombres, no son grandes depósitos que almacenen volúmenes que den larga vida a los pozos, por lo que implican la apertura de un número considerable para extraer los hidrocarburos y, en México, se ubican en una franja fronteriza entre varios estados norteños con Texas. El resultado puede verse al otro lado de la frontera, campos perforados y fragmentados, otra versión de las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, aunque se ubica en Estados Unidos, algo similar podríamos esperar una vez que se agoten los pozos en nuestro territorio.
El uso del fracking como tecnología tiene un alto impacto ambiental, de alto beneficio económico temporal y con ganancias concentradas en pequeñas élites, los empleos que genera no serían los deseables para sus trabajadores y crea economías locales o regionales dependientes de esta actividad que se mantienen en tanto que su uso sea rentable. No se ve un cambio tecnológico sostenible, al menos en el corto plazo.
Explotar los yacimientos de lutitas no es una actividad económica visionaria, es cortoplacista, clasista, que provoca daños irreversibles a la naturaleza como la posible contaminación de los cuerpos de agua subterráneos cuando los flujos inyectados para fracturar se crucen con los flujos naturales, fragmenta los hábitat, que en el norte será cerca de los espacios protegidos o unidades de manejo de fauna silvestre; los daños que dejan requerirán importantes esfuerzos y recursos. Es una posibilidad que no se debe soslayar.
Por tales razones, algunos países lo han prohibido, aunque hay quienes tienen otras fuentes energéticas. Independientemente de ello, México debe apostarle por actividades productivas sostenibles, que no sólo cumplan objetivos puntuales de crecimiento económico, sino de desarrollo en un sentido amplio, esa debe ser nuestra apuesta para proteger a la naturaleza y beneficiar a la población, objetos centrales de ese desarrollo.