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DOS DE NOVIEMBRE

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

En el agreste camposanto emergían acá y allá pinabetes grisáceos iluminados esporádicamente por los relámpagos de aquella noche de truenos y helada lluvia. Personajes diversos con la sonrisa congelada por el tiempo, aparecían en variadas posturas y movimientos. Un cementerio extrañamente vivo en vísperas del Día de Muertos y un tiempo propicio para los fantasmas que se divierten de noche.

Entreveradas aparecían tumbas de tierra junto a criptas de diferentes diseños y sobre la espesura vegetal a mitad de la brecha exterior sobresalía la cabina aplastada de una camioneta en cuyo interior se movían penosamente en cuclillas dos paramédicos de la Cruz Roja intentando rescatar con vida los cuerpos atrapados en un socavón del minado terreno. Por encima de ellos oscilaba una grúa provista de ganchos de acero dispuestos a destrabar láminas y fierros. La caída inesperada de la grúa los convirtió en espíritus.

Un paisaje abandonado y frío con árboles terrosos y desfigurados, matorrales ocultando pequeños túmulos, el vehículo despachurrado, las calles desiertas y unas figuras contrahechas que comenzaron a llenar el área, todas silenciosas. A la derecha, tirados sobre los zacatales y ajenos al percance, convivían dos jóvenes con discapacidades diferentes. Sonreían, abrían de más los ojos y movían las manos para hacerse comprender pues tenían problemas de lenguaje y percepción. Por atrás se acercaban dos espigados compañeros. No hacían sombra y su lento y bamboleante andar tampoco generaba ruidos. Los truenos arreciaban.

Debajo de una bóveda funeraria unos ancianos desdentados y mudos jugaban dominó en una mesa cuadrada de mármol y un quinto los observaba con el índice extendido en dirección a la mula de seises que aún no caía al tablero, a pesar de que en cada extremo de la hilera había un seis esperándola. Unos tipos desfachatados jugaban bolos en las cercanías con fémures y cráneos humanos. Hombres y mujeres etéreos cercaban una mesa de comedor color caoba; degustaban atún a la veracruzana y pollo salpimentado e intercambiaban brindis con vino tinto pero se confundían: no sabían si estaban celebrando el año nuevo, las fiestas patrias, las fiestas navideñas, el cumpleaños de uno de ellos, el día de muertos o un reencuentro entre antiguos compañeros de trabajo ahora en el retiro.

Estampas sepulcrales del más allá, semejantes a una verbena, ilustrando opulencias y miserias. Había bullicio esa noche de los fieles difuntos. Uno de ellos, el más bohemio del grupo, declamó un verso de Gustavo Adolfo Bécquer: "solitario, triste y mudo/ hallase aquel cementerio;/sus habitantes no lloran…/ ¡qué felices son los muertos!". Entre sueños alcancé a escuchar una voz huesuda que decía: ¡Compañeros: Mañana es 2 de noviembre. Tendremos visitas, ofrendas y rezos. Por esta noche, todos a descansar!

El hálito de la muerte se perdió en las tumbas y el cementerio retomó solemnidad. Sólo en las noches había algarabía como la descrita en este reportaje nocturno de lo. de noviembre de 2018 en el panteón Torreón, un escrito incompleto por cierto pues faltan por describir las fosas hundidas con sus calaveras de ojos negros iluminadas por los relámpagos, los nichos empotrados en el reino de la Muerte, las estatuas sin manos en los mausoleos, jarrones caídos y flores marchitas.

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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