Foto: Notimex/Jessica Espinosa
El proceso de elaboración de los pigmentos y la manera de plasmarlos hasta conseguir objetos que rebasan el límite de la decoración para internarse en los terrenos de la expresión artística se encuentran entre sus credenciales más valiosas.
Guadalupe Pérez pinta flores, mariposas y coloridas aves en vasijas, cofres y cruces. Lo hace desde los 16 años. Sus manos son las herramientas predilectas. Con ellas extrae los colores que acabarán depositados en las artesanías de su taller en Chiapa de Corzo, Chiapas.
Cuando era estudiante y se dirigía a clases, Guadalupe miraba de reojo una escuela-taller. Le llamó tanto la atención que una vez se quedó a mirar lo que allí hacían. Hija de madre soltera y en una condición precaria por los bajos recursos disponibles, dejó la escuela para dedicarse de lleno a aprender el oficio. Ha cosechado los frutos de esa decisión durante 38 años.
Enfundada en un huipil tapizado de flores multicolores, la mujer de 56 años de edad explica cómo produce su laca natural, también llamada maque, sustancia prima para elaborar los pigmentos con los que decora las piezas.
La grasa que permite fijar la pintura a la madera puede extraerse de la semilla de la chía. También se consigue a través del “aje”, insecto que se reproduce en tiempos de lluvias. El aje se pone a cocer. Mientras está caliente, el líquido se cuela a través de un trapo. Lo que pasó vuelve a la lumbre hasta cuajar. Queda listo cuando la grasa adquiere un color amarillo intenso. Luego, se hace una especie de panqué para preservarla. El aje sólo se deja ver en temporada de lluvias. Su presencia en la región es escasa.
Foto: Notimex/Jessica Espinosa
RECONOCIDA
En marzo pasado, Pérez Sánchez obtuvo un reconocimiento por su trayectoria artesanal en el Concurso Gran Premio Nacional de Arte Popular 2018, organizado por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías.
El proceso de elaboración de los pigmentos y la manera de plasmarlos hasta conseguir objetos que rebasan el límite de la decoración para internarse en los terrenos de la expresión artística se encuentran entre sus credenciales más valiosas.
Su talento no se limita sólo a la elaboración de piezas atractivas. Hoy día, se ocupa en transmitir sus conocimientos. Imparte clases a una treintena de alumnos. La visitan en su casa para aprender sus saberes.
Es ahí, en su hogar, donde doña Guadalupe da vida y color a artículos antes sin vida y sin mayor significación. La experiencia y la capacidad para transformar un artículo, confiesa, la llena de satisfacción porque “nuestro oficio en un principio es muy sucio, ya luego queda muy bonito”, comenta con orgullo.
Las piezas que trabaja, dice, también sirven como terapia: “Ahí se quedan las tristezas y las alegrías, ahí se quedan, en las piezas, si estoy triste trato de no estar así y me olvido porque me enfoco en el diseño que voy a hacer, a veces me dicen que mis flores están tristes y es porque ese día estaba yo triste”.
Es cuando tiene los objetos entre las manos que decide los motivos a representar. Ya instalada en el laborioso proceso que ha sido su fuente, primero, de sustento, y, desde hace varios años, de prestigio, se enfoca en las formas que tendrán las flores, mariposas y aves a estampar con las yemas de sus dedos.
Las yemas se impregnan con la pintura del color a emplear y se lleva a cabo lo que se denomina el manchado, el cual consiste, por lo general, en ubicar el centro de la flor y los pétalos. El pincel, hecho con pelo de gato, se encarga de detalles que reclaman mayor precisión. El decorado floral, con sus hojas y grecas plantea el reto de orquestar una composición con rigor y balance.
Guadalupe muestra sus manos. Están llenas de pequeños puntos de muchos colores. Ella misma parece una pieza artesanal ataviada en su fino huipil.
“Mis uñas son uñas de artesana, me siento orgullosa porque con mi madre bastó para enseñarme a valorar la vida, mi mamá era muy humilde, cuando ya aprendí esto se sintió muy contenta”, luego comparte su condición de la primer artesana de su familia.
Los 30 alumnos integrados al ciclo escolar en el hogar de Pérez Sánchez no son sus primeros estudiantes. Ese título le corresponde a sus hijos. Aprendieron de ella y hoy dominan el oficio. Para los próximos años, doña Guadalupe aguarda más buenas noticias. Se ve ganando más premios y transmitiendo sus conocimientos a más gente. Es indispensable, comenta, “para que no se termine nunca la artesanía”.
De acuerdo con información del Mapa geo-referenciado turístico de las artesanías de Chiapas, las piezas con más demanda en el mercado son camarines, costureros, alhajeros, biombos, fruteros y demás.
Foto: Notimex/Jessica Espinosa
TRADICIÓN
Los galardones se le dan bien a Guadaupe Sánchez, la llaman la gran maestra artesanal de laca. El título es merecido si se considera que lleva casi cuatro décadas en el oficio y desde hace 30 años combina su actividad productiva con las lecciones para conservar activa la técnica chiapaneca.
Su profesionalismo y creatividad le han valido 45 premios entre diplomas y primeros lugares en su categoría, además, ha participado en 15 exposiciones a nivel nacional.
Otra de sus facetas es la de defensora de su labor. En una entrevista para una publicación de corte empresarial afirmó que, en Chiapas, “si no hubiera artesanos no habría turismo”. Los turistas, según Pérez Sánchez, llegan por la artesanía, los restaurantes y los paisajes.
La tradición prehispánica que persiste en el taller de doña Guadalupe dicta el uso de materiales estrictamente naturales.
Si bien la aplicación de la laca en forma artística es un arte oriental muy antiguo, tanto que chinos, japoneses, persas y otras civilizaciones alcanzaron un alto grado de especialización y producción estética, el método utilizado en el hogar de Pérez Sánchez forma parte de una tradición única, muy distinta a la existente en otros puntos del globo terráqueo.
Los empeños de doña Guadalupe y de otros artesanos han convertido a Chiapa de Corzo, una pequeña población a 15 kilómetros de Tuxtla Gutiérrez, en sinónimo de calidad y finos acabados en los trabajos del maque. Visitantes definen la experiencia de recorrer las tiendas del poblado como “algo que no se puede evitar”. La artesanía hecha a mano es una de las cartas ganadoras de este sitio declarado Pueblo Mágico en 2012.

