Esta semana, Sergio Pitol cumplirá 85 años. Entre sus novelas, mi preferida es El Desfile del Amor, ficción que toma la estructura de la novela policiaca para reflexionar en torno al acto creativo, a la historia y a la compleja relación entre justicia y verdad. Ganadora del Premio Herralde en 1984 y publicada en México por Ediciones Era, El Desfile del Amor parte de una anécdota sencilla: durante la noche del catorce de noviembre de 1942, en la Colonia Roma de la Ciudad de México, muere el ciudadano alemán Enrich María Pistauer como consecuencia de un breve tiroteo registrado en un lujoso edificio en donde se celebra una fiesta de intelectuales. Además, dos mexicanos resultan heridos: uno de ellos muere tiempo después, otro carga con las secuelas físicas y sicológicas por el resto de su vida. El caso, deformado por la prensa y por las instituciones encargadas de la procuración de justicia, jamás llega a resolverse satisfactoriamente. La policía cierra el caso, y el expediente permanece acumulando polvo casi treinta años, hasta que alguien decide retomarlo. Pero en esta ocasión quien investiga no es un policía, sino por Miguel del Solar, un historiador que vuelve a México después de vivir muchos años en el extranjero. El móvil que empuja a Del Solar a indagar lo sucedido aquella noche es personal: el vivía, cuando niño, en el edificio en el que ocurrió el asesinato.
Es enero de 1973 y la muerte de Enrich Maria Pistauer ha quedado por completo en la oscuridad, en el enigma. Del Solar recuerda apenas algunas atmósferas, vagos ambientes, casi nada. Decide entonces entrevistar a los testigos y se pone en contacto con los asistentes a aquella fiesta que terminó en tragedia. Como en un desfile, el lector asiste a una sucesión de voces que construyen distintas versiones de los hechos. Relatos contrastantes no sólo en su apreciación de lo ocurrido, también en el tono y en el ritmo con que desgranan las acciones. Cada uno de los capítulos corresponde al relato que uno de los personajes hace de los hechos de 1942: así, van pasando ante los lectores la tía Eduviges Briones, la escritora Ida Werfel, el librero-escritor Pedro Balmorán, la corredora de arte Delfina Uribe, el pintor Julio Escobedo.
Son muchos los elementos que a lo largo de la novela Sergio Pitol siembra para apuntalar el carácter de novela-enigma en este libro. Pero desde un inicio se preocupa por dejar en claro que tanto el crimen como la investigación ocurren en México, lo que será determinante hacia el final de la novela. Así en las primeras paginas puede leerse: "Un perfume amargo, el del misterio, emanaba de esas escuetas fichas biográficas. De alguna manera recreaban la atmósfera de ciertas películas, de ciertas novelas, que uno estaba acostumbrado a situar en Estambul, en Lisboa, en Atenas o en Shangai, pero jamás en México".
Y más adelante insiste: "(Del Solar) se descubrió de pronto en medio del patio. ¡Qué vaga la cronología de los recuerdos de infancia, qué precisos en cambio ciertos detalles! (…) las situaciones pueden ser borrosas". Lo que parece una evocación forzada del género policiaco es en realidad una advertencia para los lectores. El norte de esta novela no es la justicia, sino la verdad. De allí que el personaje que construye para realizar las pesquisas no sea un policía, sino un historiador. Poco a poco el lector de da cuenta de que el historiador tampoco tiene muchas esperanzas de encontrar la verdad en estos hechos mínimos, cotidianos: como la voz del narrador lo enuncia varias veces a lo largo del libro, Miguel del Solar ve en su investigación sólo un divertimento. Así, queda implícito que no se pretende develar La Historia. La Historia (así, con mayúsculas) es otra cosa: una especie de muro parejo, de entramado fino y homogéneo que se escribe a partir de datos duros, de fechas y de nombres concretos (eso sí, quién sabe si reales).
Esta capacidad de obtener múltiples lecturas de la realidad queda aún más clara cuando el historiador encuentra, hurgando en una hemeroteca, un viejo periódico que contiene dos notas relativas a la fiesta en que murió Pistauer. Una es una crónica de sociales, la otra es una nota roja. La nota contenida en la página de sociales describe la fiesta como "un canto a la armonía. De haber sido cronista político, su autora hubiese hecho alusión a la consigna de unidad nacional que estaba a la orden del día". En el mismo periódico, "en la bronca página criminal", se comenta la reunión en términos muy diferentes. La calificaban de "tenebrosa". Y de ser "un artero complot dispuesto por un cerebro refinadamente criminal".
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