En la línea de las mujeres que investigan y son investigadas se inscribe La cápsula K, estupenda novela negra de Marcela García Robles Gil recién publicada por Editorial Font. En el nivel de la anécdota, esta novela cuenta la serie de pesquisas que se desencadena tras la sospechosa muerte de un hombre en la Torre Gálata, en Estambul. Por los zapatos y por el celular, las autoridades le identifican como Andrés, un próspero mexicano que exporta ganado. Aunque se determina que su muerte fue un suicidio, hay dos personas que no acaban de creer en la versión oficial. La primera de ellas es Mónica, reportera de la revista El mundo es un pañuelo y amor de juventud de Andrés. Sus sospechas se fundan en que horas antes del hallazgo del cuerpo, Andrés y Mónica tuvieron un furtivo encuentro sexual en donde Andrés habló de que tendría una reunión con un personaje misterioso en el sitio del crimen. El carácter de furtivo en el encuentro se debe a que Andrés es casado.
El otro personaje que investiga es Fermín, el suegro del ganadero. Ex científico y taxidermista aficionado, Fermín tiene razones para hurgar en las turbias circunstancias que rodean el suicidio. Arranca así una cadena de acciones que se prolonga hasta México y que involucra a Olga, una misteriosa escritora de cuentos que es ex mujer de Fermín y suegra de Andrés; a Rosa, pintora con fuertes crisis de identidad debido a su tortuosa infancia en un orfanato, además de un sacerdote y una oscura cofradía de mujeres.
No podría avanzar en esta exploración sin hacer un spoiler. Uno pequeño que en realidad funciona más como anzuelo: las muertes, conspiraciones, indagatorias, reuniones secretas e investigaciones periodísticas contenidas en esta novela son motivadas por un medicamento que tendría la asombrosa capacidad de mutar el género de quien lo toma. Para decirlo en plata, sería una cápsula capaz de convertir a los hombres en mujeres.
No revelaré aquí más detalles de la trama. Lo que no resisto es la tentación de analizar, aunque sea muy brevemente, el aparato formal con el que Marcela ha construido esta ficción. Novela coral, La cápsula K hereda el recurso de las voces alternadas que popularizó William Faulkner con Mientras agonizo. La estrategia es valiosa porque nos deja frente a tres versiones distintas de los hechos, de forma que al leer testimonios que se contraponen corresponde a cada lector decidir qué sucedió. Pero no sólo por eso me interesa el recurso de la polifonía en esta novela. Me atrae también porque nos permite introducirnos directamente en el flujo de consciencia del que, para mí, es el personaje más interesante del libro: Rosa. Atribulada por conflictos de identidad derivados de su infancia, la pintora es heredera directa de personajes como Juana de Arco (en la versión literaria de Mark Twain) y sobre todo del Orlando de Virginia Woolf. Como Orlando y Juana, Rosa es una desclasada que nos recuerda que hasta hace poco acciones como votar e ir a la universidad estaban vetadas a las mujeres. (Resulta significativo que en Inglaterra las mujeres no tuviesen derecho a un título universitario sino hasta 1920, y que su derecho a votar no fuese totalmente reconocido sino hasta 1928. En México fue hasta el 3 de julio de 1955 que las mujeres votaron por primera vez).
Con sus tribulaciones, Rosa me recuerda a una joven que hace exactamente 200 años compuso una de las obras maestras de la literatura universal pero las convenciones de la época le impidieron firmar el libro con su nombre, por lo que el libro fue atribuido a su esposo. Me refiero a Mary Shelley y a la primera edición de Frankenstein. Pero además los atribulados soliloquios de Rosa me recuerdan que en estos días los mexicanos acabamos de segregar a un precandidato de la boleta electoral por su doble condición de ser mujer e indígena, y me recuerda también que en prácticamente todo el mundo las mujeres ganan menos que los hombres por hacer trabajos idénticos. Rosa, la entrañable pintora perfilada por Marcela García Robles Gil me recuerda, finalmente, que en muchos puntos del mundo es el Estado quien criminaliza a las personas que desean cambiar de género, o a quienes expresan abiertamente su preferencia sexual por individuos del mismo sexo.
En Suspense, su libro de consejos para escribir novelas de intriga, Patricia Highsmith divide a los autores del género en dos grupos: la escuela de los trucos y la escuela personal. La cápsula K pertenece a la segunda escuela, pues toma parte de la muerte de un hombre para hurgar en un temas que nos tocan a todos: ¿qué distingue a las mujeres de los hombres? el doble filo de la ciencia y la complejidad de las relaciones humanas.
Si bien hay muchos procedimientos para cambiar de sexo a nivel anatómico, no existe todavía -que yo sepa- una cápsula capaz de cambiar nuestra esencia profunda. El sexo no está en los genitales, sino arraigado en nuestra visión del mundo en las zonas más profundas de la mente. Todo indica que seguirá siendo la literatura, y en concreto las novelas como la que hoy presentamos, la mejor herramienta para visibilizar a aquellas y aquellos que no tienen voz. Muchas gracias, Marcela, por poner estas voces sobre la mesa. Twitter: @vicente_alfonso