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Cuando el inocente protagonista se presenta como Chance el jardinero (the gardener), ella lo rebautiza Chauncey Gardiner y, dejándose llevar por su ropa y maleta costosas, lo toma por un hombre de negocios.
Josek Lewikopf, polaco de nacimiento, llegaría a ser conocido mundialmente, por su trabajo literario, como Jerzy Kosinski. Adoptó el nombre en la infancia para sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial, se hizo pasar por católico, en los sesentas se nacionalizó norteamericano. Su vida y su obra estuvieron rodeadas de escándalos y dudas sobre su veracidad, se le acusó de plagio y de falsear algunos aspectos de su biografía. Se suicidó en 1991, a los 57 años. Algunas de sus novelas más famosas son Desde el jardín —adaptada al cine en 1979, con Peter Sellers en el protagónico—, El pájaro pintado, Pasos y El ermitaño de la calle 69.
Desde el jardín es una deliciosa novela corta, escrita con un lenguaje sencillo y cuya trama resulta compleja en su simpleza. La historia se centra en Chance, un hombre de mediana edad que ha pasado toda su vida, al menos desde que tiene memoria, confinado en la casa de un hombre acomodado a quien se refiere simplemente como “el Anciano”.
Chance no ha hecho más nada en la vida que cuidar el jardín interior de la mansión y ver la televisión. No sabe leer ni escribir, nunca ha estado enfermo, no posee ningún documento de identificación personal. Tampoco tiene cuentas de banco, tarjetas de crédito ni dinero en efectivo ya que no percibe ningún ingreso por sus actividades como jardinero, pero no puede decirse que haya sufrido carencias ni maltratos de ningún tipo. Sus necesidades básicas siempre estuvieron bien cubiertas: un techo sobre su cabeza donde tenía su propio cuarto, equipado primero con una radio y luego con un televisor para entretener sus muchas horas de ocio; tenía derecho a elegir las prendas que más le agradasen de entre las que el Anciano ya no usaba y la criada Louise se encargaba de mantenerlo bien alimentado.
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La relación que une a estos personajes no está muy clara. En las primeras páginas se dice que Chance es huérfano, su madre murió en el parto, nunca le revelaron quién era su padre y el Anciano sería una especie de benefactor excéntrico. Sin embargo, esta explicación deja muchos huecos, resulta un tanto vaga e incompleta, y como nada escapa al poder de la especulación es válido hacer cábalas e imaginar que existe un parentesco más cercano entre ellos, quizá podría tratarse de un padre avergonzado de su vástago o tal vez el jardinero sea su nieto. El encierro del protagonista puede interpretarse fácilmente como un intento de mantener su existencia en secreto y por su comportamiento no es descabellado suponer que tiene algún grado de retraso mental, problemas de aprendizaje o quizá autismo.
HERENCIA
En algún punto de la historia Chance rememora los intentos por darle una formación escolar y su incapacidad para desentrañar las sutilezas del alfabeto, se menciona que su “debilidad mental” es una condición heredada por vía materna. Esta circunstancia se esgrime como un impedimento insalvable para su integración en la sociedad y, a la postre, sellará su destino: dedicar su existencia al jardín, al punto de ser casi un elemento más de éste, regido por sus leyes y sus ciclos naturales, “Sería como una de las plantas: callado, abierto y feliz cuando brillara el sol, y melancólico y abatido cuando lloviera”.
El castigo por tratar de escapar de su jaula sería su inmediato internamiento en un hogar para enfermos mentales, jamás lo intentó y nunca ha sentido curiosidad ni deseos de conocer el mundo más allá del muro que marca los límites de la mansión. Se trata de un hombre satisfecho con su existencia. Nunca ha conocido otra cosa y no lo ha necesitado.
CAMBIO
En el primer capítulo de la novela se informa que el Anciano está gravemente enfermo. No parece que esto le cause ningún tipo de preocupación o angustia a nuestro jardinero, solamente hace notar algunos cambios en su conducta, como el hecho de que desde hace tiempo ya no visita el jardín.
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La muerte del Anciano tampoco afecta emocionalmente a Chance —cuando ve el cadáver se limita a despedirse de su cuidador y retirarse a mirar la televisión—, pero trastoca por completo su monótona y ordenada existencia, dejándolo completamente a la deriva. Tendrá que vérselas con el abogado encargado de ejecutar el testamento del misterioso hombre.
Las complicaciones no tardan en aparecer pues no existe alusión alguna a la presencia de Chance como trabajador, pariente o huésped en los registros domésticos de los últimos cuarenta años, y dado que él no tiene en su poder ni siquiera su acta de nacimiento —quizá no exista en lo absoluto— el abogado se encuentra cada vez más desconcertado. Finalmente le entrega un documento que Chance literalmente no puede firmar y en consecuencia se le informa que debe abandonar la casa al día siguiente.
Parece lógico suponer que ser lanzado al mundo en estas condiciones es una receta para el fracaso, el drama y/o la tragedia. Navegar la realidad sin conocimiento empírico del funcionamiento del mundo, con el cuidado de las plantas y la televisión, sus distorsiones y parcialidades como únicos marcos referenciales suena, por decir lo menos, complicado. Podría pensarse que Chance se enfrentará a un entorno hostil sin herramientas para hacerle frente, que le sucederán múltiples desgracias, que no sobrevivirá mucho tiempo, cualquiera podría vislumbrar un sinfín de escenarios catastróficos… y equivocarse.
MARCA
Si el nombre es arquetipo de la cosa, como Borges recuerda que afirma el griego en el Cratilo, el ficticio Chance es una de las mejores pruebas de esta aseveración. Recibió ese nombre debido a que su nacimiento fue una casualidad, un producto del azar; sin embargo, en el idioma inglés el vocablo “chance” tiene otras acepciones como oportunidad o suerte. Y esa parece ser la verdadera marca de su destino: la buena estrella lo seguirá a donde vaya.
Después de traspasar la reja de la mansión, comienza a vagar sin rumbo por las calles hasta que tiene un accidente, al pasar entre dos coches estacionados uno de ellos se pone en movimiento, atrapando su pierna. La hermosa Elizabeth Eve Rand, “EE”, viaja en el vehículo.
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Cuando el inocente protagonista se presenta como Chance el jardinero (the gardener), ella lo rebautiza Chauncey Gardiner y, dejándose llevar por su ropa y maleta costosas, lo toma por un hombre de negocios. Consternada por el incidente y preocupada por la herida de Chance le llevará a su casa para que lo evalúen los médicos y enfermeras particulares que atienden a su marido, Benjamin Rand, un multimillonario viejo y enfermo. Los Rand lo invitarán a permanecer en su hogar hasta que se recupere y Chauncey trabará amistad con Benjamin.
La única área de experticia de Chance es la jardinería, no puede hablar de otra cosa, no sabe nada más, ni le hará falta. En un segundo, asombroso y definitivo golpe de suerte, todas sus referencias al añorado jardín y su funcionamiento serán interpretadas por Benjamin como ingeniosas y geniales metáforas sobre la realidad económica y social. Así, Chauncey Gardiner llega a conocer y “asesorar” al presidente, se vuelve un habitual de los periódicos, revistas y noticieros más importantes de Estados Unidos; se convierte en uno de los personajes más influyentes del país aunque nadie sabe nada de él, ni el FBI.
La conducta y los conocimientos de Chance no corresponden a lo que se espera de él, sin embargo, los actores que lo rodean transforman sus palabras, las ajustan para que encajen en un modelo que les resulta más congruente y apropiado; escuchan lo que quieren escuchar y la barrera de la incomunicabilidad nunca se supera aunque de alguna manera resulte funcional para ambas partes.
Las andanzas de Chance que Kosinski escribió en los setentas conforman una de esas obras que no pierden vigencia, por el contrario, resulta fácil olvidar que se trata de una novela que está por cumplir medio siglo de vida. La sociedad que habita estas páginas, con su superficialidad y estulticia, resulta extrañamente familiar, después de todo, buena parte de la población aún se deja impresionar por un buen traje.


