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Espejo austral del espía

Intriga con sabor meridional

Foto: The Australian

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REDACCIÓN SIGLO NUEVO

De origen australiano, el serial protagonizado por Anna Torv, en el papel de Harriet Dunkley, periodista de la fuente política para el Herald Nation de Canberra, nos presenta a los chinos como los malos del cuento.

El espionaje no da tregua. Cuando no es un gobierno que espía a sus ciudadanos es un gobierno que espía a otros gobiernos. Y qué decir de las fuerzas oscuras que plantan micrófonos o topos en las altas esferas del poder político, ahí están también las movimientos disidentes que infiltran a quien debe socavar las estructuras oficiales desde adentro mientras los órganos de inteligencia y seguridad gubernamentales orquestan operaciones similares para desmantelar a las organizaciones radicales.

Lo anterior es un breve panorama de las formas básicas que adoptan las tramas de espionaje tanto en la vida real como en la ficción. De esos hilos surgen entretenidas, cuando no subyugantes, propuestas audiovisuales con el fondo gris de la Guerra Fría o bien ambientadas en algún contexto cibernético.

Varias veces el detonante de la acción es un periodista que se topa con la información equivocada, la destinada a mantenerse oculta. Entonces vienen un montón de situaciones, problemas, atentados, giros argumentales y demás trampillas difíciles de eludir para el manso espectador. Tres, cinco, una decena o una veintena de capítulos después, no es raro descubrirse satisfecho y con ganas de otra breve o maratónica experiencia por el estilo.

En el caso de Secret city (2016) la caja contiene, de momento, seis dosis con 50 minutos cada una. Si el encanto es instantáneo, pueden administrarse de un jalón.

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Foto: The Canberra Times

De origen australiano, el serial protagonizado por Anna Torv, en el papel de Harriet Dunkley, periodista de la fuente política para el Herald Nation de Canberra, nos presenta a los chinos como los malos del cuento.

PROTESTA Y MUERTE

Todo comienza en China, con Sabine Hobbs, una muchacha australiana que decide inmolarse en público lugar al grito de “Liberen al Tíbet”. Lo siguiente que vemos es a un joven rubio en fuga. Alcanza un puente, se detiene el momento justo para quitarle la tapa a su celular, retirar un par de tarjetas SIM. Una escapa de sus manos y se queda en el asfalto. La otra va directo a su boca y de ahí a sus intestinos. Luego, salta hacia la masa líquida.

A la mañana siguiente conocemos a Harriet. Se levanta temprano para practicar canotaje. El trabajo interrumpe su ejercicio. Hay policías en la orilla. Han sacado un cuerpo del agua, no murió ahogado a juzgar por el hecho de que está abierto en canal. Todo indica que el asesino buscó en sus entrañas de modo eficiente.

El conveniente disimulo le permite a Dunkley tomar un par de fotografías de la víctima. Sean Brimmer (Matt Zeremes), un agente de la Policía Federal australiana, la invita a dejar la escena del crimen. Este oficial tendrá algunas apariciones importantes a lo largo del relato.

Ya en su periódico, en la reunión de asignaciones, y ante la falta de noticias de gran calado, Harriet comenta lo del muerto sometido a improvisada cirugía. Le piden investigar más el asunto. Ahí es donde entra en juego su exmarido, Kim Gordon (Damon Herriman), mujer transexual y analista de la Dirección Australiana de Señales (ASD), la agencia de espionaje digital del país oceánico.

La periodista sale a cazar sin imaginar que se está colocando en el punto de mira.

POLÍTICOS

El celular de Harriet nos da las primeras pistas de que se enfrenta a enemigos de amplios recursos. Las conversaciones de la periodista están bajo escucha y la memoria del aparato es hackeada para borrar las fotos del rubio muerto.

Eso no le impedirá a Dunkley seguir con la investigación y descubrir cosas como que el fallecido se llamaba Max Dalgetty y tenía una conexión con Sabina Hobbs.

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Foto: Netflix

La joven que se inmoló es otro aspecto clave de la trama. Sobrevive al acto de prenderse fuego, pero queda ciega. Autoridades del gigante asiático anuncian que le espera una larga condena por terrorismo. El gesto, así lo entienden los australianos, tiene otra connotación: es un atento llamado a no hacerle el juego a Estados Unidos. El policía del mundo ha convocado a sus aliados a unos ejercicios militares en el conflictivo mar del Sur de China.

La presión recibida polariza al gabinete de seguridad nacional. El ministro de Defensa, Mal Paxton (Daniel Willye), y la fiscal general, Catriona Bailey (Jacki Weaver) se enfrentan a propósito de cuál debe ser la postura frente a ese claro intento de extorsión, las opciones no van más allá de enemistarse con su mayor socio comercial o enemistarse con el aliado más fuerte, militarmente hablando, que existe.

La postura de Mal tiene un efecto que llegará a ojos de Harriet. Al escritorio de la periodista llega una fotografía de un joven Paxton esposado y rodeado por uniformados chinos.

Harriet se rehúsa a investigar. No es que flaquee su vigor periodístico sino que ella y Mal tienen una historia. Ella lo acusó de corrupto, de malversar fondos mineros, y como no pudo probarlo fehacientemente, cualquier cosa que diga sobre el senador puede ser usada en su contra.

Para atizar más la impresión de que Pekín es el malo del cuento, Mal es amante de Weng Meigui, la esposa del embajador del gigánte asiático, que, cuando no está nadando, es la controladora de los espías de su país en territorio australiano.

PRIVACIDAD

En Secret city también se aborda el tema de los secretos de gobierno y los limites de la libertad de expresión. La senadora Bailey impulsa la aprobación de la ley “Australia segura” para convertirse en el ser más poderoso de la nación. Le permitiría, por ejemplo, meter a la cárcel a cualquier periodista que publique una historia contra el interés nacional. A ella le correspondería determinar si una información difundida cumple o no esa condición.

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Las tensiones con el socio comercial y con el aliado militar, un ciberataque que causa un caos aeronáutico, el asunto de Sabine Hobbs, el de Max Dalgetty, la muerte de un antiguo profesor de Paxton que estuvo con él durante el arresto en China, y, especialmente, el asesinato de un personaje cercano a Dunkley, hacen que la búsqueda de la verdad sea tan frenética como peligrosa.

La serie está basada en The marmalade files y The mandarin code, libros escritos por Chris Uhlman y Steve Lewis, periodistas con abundante experiencia a propósito de la fuente en que se maneja su heroína.

Otro personaje destacado es Charles Dancer (Alex Dimitriades), un agente del servicio secreto del país oceánico, que tiene una relación sentimental con Kim.

En esta carrera, Harriet ganará y perderá aliados, sufrirá debido a que su olfato la pone en la línea correcta para resolver el enigma. Los chinos estarán allí todo el tiempo, a veces como verdugos, a veces como víctimas, es decir, disidentes dispuestos a dar la vida para dañar la imagen del país más poblado del mundo. Estados Unidos también permanece al acecho.

POLÍTICA

La historia se desarrolla casi por completo en Canberra. La capital australiana se luce como telón de fondo para unos personajes inscritos en el complicado, y a veces letal, juego de la política internacional.

Lo que ocurre en pasillos y oficinas de las instituciones de gobierno es un aspecto destacado. Se asemeja a un constante enfrentamiento, a veces de esgrima, a veces con tintes de pelea de barrio, en el que ganar es lo único que garantiza la supervivencia o colma la ambición.

Catriona y Mal chocan varias veces. Unas las gana ella y otras las gana él. En el balance general, la senadora Bailey demuestra ser una enemiga temible y efectiva. Mal, después de humillarse un par de veces, utiliza una estratagema y gracias a ello se entera de que ha iniciado con desventaja cada partida.

Secret city no le pide nada a una partida de ajedrez en la que dos grandes maestros, uno chino y otro estadounidense, mueven sus piezas sobre un tablero llamado Australia.

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