Producto de su arraigada pasión por el beisbol y su manifiesto interés para dotar a su ciudad de un estadio funcional que permitiera elevar la calidad del espectáculo, hace más de sesenta años un modesto grupo de entusiastas jóvenes gomezpalatinos reforzados por un paisano de Pedriceña, Durango, se entregó a la tarea de conseguir los terrenos adecuados para materializar un proyecto surgido en una de esas noches bohemias de planes y sueños: un campo con gradas y bardas digno de la población.
Jorge Triana, los hermanos Sarmiento, Toño y Benjamín, Francisco Torres Cardona y dos más que escapan a la memoria, consiguieron seis hectáreas en el ejido Santa Rosa y con un riel jalado por una camioneta, comenzaron a desbrozar y emparejar la extensa superficie plagada de punzante "rosetilla".
Más tarde se les unió con el mismo entusiasmo Guillermo Garibay Fernández, el lagunero jugador y director del Unión Laguna, campeón en 1950, su segundo y último gallardete en la Liga Mexicana de Beisbol. El equipo, creado en 1940, consiguió su primer título en 1942 bajo el mando del cubano Martín Dihigo Llanas.
Garibay Fernández hizo causa común con los autores del proyecto atendiendo una invitación de don Francisco Torres para que los asesorara. El famoso pelotero muy querido por los laguneros, se plantó en la parte central de los terrenos ya despejados, tomó medidas del campo, estudió la trayectoria de los rayos solares y de los vientos dominantes, diseñó el cuadro y los jardines y concluyó sin titubeos: -aquí quedará el jom (home en inglés) la cuarta base y meta final de los corredores; es el mismo que existe desde entonces.
Transportes Laguna donó el también llamado plato con un metro de profundidad, inamovible, aunque el pelotero se barra con los picos por delante. Los jugadores que no le atinan a la bola y abanican los tres lanzamientos de ley beisbolera, lo golpean frustrados con el bate y también aguanta. No se ha roto.
Don Francisco, -para sus allegados Pancho Torres-, atrae recuerdos de aquella hazaña, la creación del estadio y señala que la colocación de la primera piedra estuvo a cargo del gobernador de Durango, licenciado Francisco González de la Vega, piedra que aún se conserva a un lado de la puerta principal de entrada.
(Intenté corroborar personalmente el dato, pero el vigilante no me dejó entrar; "venga mañana a hablar con el administrador, orita no está" y no se quitó de mi lado como si me fuera a robar la segunda base o a dañar una de las sillas desvencijadas de las gradas centrales. Pero no volveré; el duro cierzo invernal limita mis salidas de casa y a mi edad tengo que velar por mi salud).
La empresa Industrias de La Laguna, a la vera del bulevar Presidente Alemán, intentó comprar las tierras ejidales para ampliar sus instalaciones, pero cedió luego de conocer el proyecto. 80 mil pesos dejó en depósito a manera de permuta por otros terrenos, y el comisariado ejidal lo puso a disposición del grupo impulsor. Meses después el naciente proyecto llamó la atención del presidente municipal Jesús Ibarra Rayas y propuso un comité para darle seguimiento. Don Roberto Thomé fue el presidente y sin dilación comenzó la campaña para iniciar la construcción de las gradas de cemento en sol y sombra, el trazado del diamante, la adaptación de la loma de los disparos y la siembra de pasto entre el cuadro y los jardines. Su hermano, el diputado federal J. Natividad Ibarra Rayas, supervisaba a diario los trabajos, lo mismo que don Francisco y compañía.
Don Pancho Torres reconoce la intervención oficial, pero por encima de ella -remarcó- figura el mérito y el esfuerzo de sus compañeros y el suyo propio para convertir en una realidad un sueño de ciudadanos interesados en impulsar la actividad deportiva en Gómez Palacio.
Las añoranzas ya no son tan fieles, ni en el entrevistado ni en el reportero, pero quedó en claro que el estadio Gómez Palacio fue un logro puramente ciudadano, una iniciativa de particulares que actuaron por si solos, sin mezcla de burocratismo lento e intrincado.
Don Francisco desempeñó a lo largo de treinta años la presidencia de la Liga Municipal gomezpalatina, una de las más competitivas de la Comarca Lagunera con asiento en el mismo recinto del cual del mismo modo fue administrador y cuidador; tuvo como compilador a don Manuel Fong Acosta, un personaje impulsor del beis en sus diferentes categorías, desde la infantil a la mayor. El "Calili" Lozano, ampliamente conocido en el medio como formador de las nuevas generaciones de beisbolistas, fue otro de sus eficientes colaboradores. Edgardo "El Perico"Rojas también daba clases a los niños en el mismo escenario. Mal hablado, corregía las fallas infantiles con palabrotas, un recurso que dio frutos en aptitudes y habilidades de las futuras estrellas del beisbol lagunero. Uno de ellos ya jugó en Estados Unidos y otro destacó en la Liga Olmeca del Distrito Federal y no se duda que otros muchos profesionales tengan la misma cuna.
Las gradas fueron diseñadas para dar cupo a 1,400 personas, una parte de cemento y la central con sillas de lámina separadas por una estrecha hilera que obliga al de atrás a apoyar sus rodillas en el respaldo del asiento de adelante o levantarse cada vez que alguien intenta llegar a los asientos siguientes, buscando la mejor ubicación, una incomodidad que se agudiza en las series finales de la Liga Mayor de Beisbol de La Laguna. Saltan de una silla a otra librando los huecos de los asientos desprendidos.
Ahora, en este año de 2018, el sexagenario estadio está chimuelo y sin anteojos, rebasada su estampa familiar por las mentadas de madre que sueltan a coro las "porras" de los equipos visitantes -las de Lerdo, Tlahualilo y Matamoros son las más escandalosas que no respetan a los niños y mujeres presentes, comenzando con un individuo regordete que invade impunemente el terreno de juego con la complicidad del árbitro principal y del equipo de sonido que lo acompaña en sus piruetas. Remeda bailes de cumbia con saltos grotescos y se convierte, en sus recorridos por las gradas para ofrecer dulces a cambio de una dádiva, es un provocador mal hablado que lanza mentadas de madre con agregados más soeces que lastiman los oídos.
Los porristas ya lo conocen y le hacen el juego con las mismas palabras altisonantes y de grueso calibre que sufren los demás espectadores de un lado a otro, ante la indiferencia y complicidad de los directivos de la liga que organizan los juegos, una actitud negativa y atentatoria de las buenas costumbres. Vigilancia policíaca no hay y por eso son los excesos.
A la entrada del estadio, al fondo y a mano derecha, está colocado el reglamento municipal vigente con las siguientes prohibiciones: -No se permiten bebidas embriagantes (adentro se venden sin restricciones), drogas y estimulantes; Tampoco las palabras altisonantes, los insultos, los actos inmorales y los escándalos, con la advertencia, en otro párrafo, de consignar a la Agencia del Ministerio Público a los que alteren el orden y causen daños a las instalaciones. Obligarlos a pagar las averías es la finalidad de la consignación, por lo cual se supone que permanecerán en la cárcel hasta que cumplan, cosa que nunca ha sucedido en la larga historia del ahora deteriorado campo.
En la temporada 1970-1974, el estadio "Rosa Laguna" -su nombre anterior- fue sede de los Algodoneros del Unión Laguna, acercando el deporte profesional a los habitantes de La Laguna de Durango, imposibilitados para trasladarse a Torreón. Por sus pastos han pasado las grandes figuras del beisbol nacional y ligamayoristas como fueron los casos de Chito Ríos, Héctor Espino, Celerino Sánchez, Evelio Hernández, cubano blanco, Vicente "Huevo" Romo, Ramón Arano, el Peluche Peña, Maximino León, Cecilio Acosta y Jorge Fitch, la mayoría ya veteranos, pero todavía con capacidades para jugar en la Liga Mayor de La Laguna. Orestes Miñoso, en una época mánager del Unión Laguna, fue otro de los estelares que se despidieron de estas tierras y viajó a Boston con el mismo propósito -despedirse- conectando un sencillo ante la sorpresa de sus antiguos compañeros y una afición que lo admiraba.
¿Por qué el estadio está chimuelo? Porque un gran número de sillas carece de asientos y los daños del tiempo y el abandono son evidentes. Figuradamente también perdió sus anteojos: la pizarra del fondo donde se anotaban los resultados entrada por entrada, los lanzamientos malos y los buenos, los errores y los imparables, aportando valiosa información a los aficionados recién llegados al campo o que no llevaban las cuentas porque el entretenimiento era su principal objetivo, fue desmantelada por los vándalos hace unos treinta años; robaron focos y cables y la dejaron convertida en un cascarón que se vuelve fantasmal por las noches, esté o no esté encendido el alumbrado de reciente instalación.
Ya no volvió a ser reparada y ahora es una ruina más que desvaloriza al estadio en el renglón deportivo y publicitario. Los anuncios montados sobre la barda perimetral, ya no cumplen su función y ahora son igualmente fantasmas del pasado, descoloridos y caducos, olvidados por los antiguos patrocinadores.
No pude entrar al campo en calidad de reportero que se resiste al retiro, a pesar de que el sábado me senté en una áspera y helada primera fila para observar el juego de campeonato, previo pago de 35 pesos por portar cara de longevo, y en la quinta entrada me fui con mi libreta a otra parte. Quedaron atrás, muy atrás, aquellos años en que jugaba como receptor y el campo era mío, sanitarios chamagosos incluidos.
Con don Francisco, en cambio, hubo hospitalidad y platicó ampliamente de sus recuerdos. -¿Qué opina de la situación de abandono en que se encuentra el campo?, le pregunté y coincidió con otros muchos aficionados: -Las autoridades no le ponen interés en mejorarlo y la Liga Mayor de La Laguna no colabora a pesar de las grandes entradas que le reditúan dinero en fuertes cantidades. -No quiero hablar de más, se disculpó, pero esa es la realidad.
Pensé en ese momento: -seguramente la liga paga renta o hace aportaciones en dinero al municipio, pero es un dinero que no se refleja todavía en las mejoras que requiere el estadio. -Habrá -espero- un informe oficial al respecto.
En marzo de 1999, en la administración municipal de Carlos Herrera Araluce, hubo una renovación general, dignificando un escenario para celebrar la vuelta de la Liga Mexicana a Gómez Palacio con la serie final entre Algodoneros y Cafeteros. ¿de Puebla, Orizaba o Veracruz? Curiosamente la placa conmemorativa es la única que brilla en todo el entorno, lo mismo que los baños que rechinan de limpios. No hay basura en las gradas y eso indica que en limpieza no hay desatenciones, pero sí en infraestructura: las sillas destrozadas y un pizarrón desahuciado, por ejemplo. A los vestidores tampoco tuve acceso, estaban cerrados con llave.
(Mañana me inscribiré en las clases de cumbia; mal hablado ya soy, pero ensayaré con énfasis los recordatorios del 10 de mayo para incorporarlos a mi aún inocentón vocabulario. Serán mi pasaporte para entrar de gorra a los estadios e insultar a medio mundo, familias de por medio, sin que me metan a la cárcel. De paso haré las observaciones que ahora me son vedadas. Esto ocurrirá -aclaro- en la temporada de calor, sin escarchas que paralizan el cuerpo y sueltan las secreciones líquidas nasales, los mocos para que me entiendan)