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¡FELIZ NAVIDAD! (2)

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

En un rincón del helado patio, sentado en un desvencijado sillón de yute y madera y con un largo tiempo a la intemperie, el inválido anciano languidecía entre pájaros y palomas de picoteo incesante sobre su cabeza y el piso de tierra buscando las migajas del día anterior. Los ateridos pies los tenía recubiertos con papel periódico pretendiendo calentarse. Las arañas extendían sus telas de seda con los colores de arco iris de una rama a otra de los árboles cercanos y a través de ellas el sol luchaba por permanecer vigente.

Las hijas lo sacaron esa mañana para que se animara con los primeros rayos solares pero el cielo pronto se nubló y aparentemente olvidaron regresarlo a su cuarto. No pudo contener los temblores invernales que lo acometían a pesar de las cobijas sobrepuestas y el gorro de lana flojo y con agujeros pero no había nadie cercano que lo auxiliara. -No viene el tren, seguramente está retrasado; tampoco he almorzado, divagó.

¿Por qué me dejan solo? se quejaba con un nudo en la garganta y moqueaba intentando contener el llanto. ¿Ya no existo para ellos? ¿Soy un mueble viejo? ¿Por qué no me procuran? Y miraba desilusionado a la casa familiar donde sus moradores se acurrucaban alrededor de la chimenea de leña saboreando chilaquiles verdes, huevos con chorizo y atole de champurrado. En su mano derecha apretaba un telegrama arrugado.

Al viejo por fin se le soltaron las lágrimas, discretas porque aún conservaba la dignidad de antaño, pero la soledad y el aparente abandono lo sumieron en una profunda tristeza. -Se están tardando con el almuerzo, volvió a quejarse sonándose la nariz.

Arreció el frío y el tiempo cambió; nubes cerradas presagiaban lluvias heladas, quizá una nevada. -Sebastián, Sebastián ¿Por qué tardas tanto? Llévame a tus juegos en las vías del ferrocarril. La idea de volver a divertirse con el nieto, hizo más soportable la larga y congelante espera; recuperó el optimismo y anticipó: -Vendrá el chiquillo y juntos saludaremos al maquinista.

Por fin apareció el tren con su peculiar traqueteo de láminas sueltas y rechinantes ruedas de acero que con la sola vibración aflojaban los clavos cabezones que sujetaban las vías al sendero de durmientes y balasto ennegrecidos por el aceite quemado. Los silbatazos de ensueño servían de marco sonoro a la maravilla rodante envuelta en el misterio. El abuelo, antes encorvado y tembloroso, se irguió con la ayuda del bastón y saludó arrobado al maquinista que alegremente también, le devolvió la cortesía jalando dos veces el silbato. ¡De la que te perdiste Sebas¡, exclamó con aires de reproche.

En ese momento el tren se desprendió del suelo para salvar una curva y se elevó a las nubes como si fuese a recoger pasajeros celestiales ávidos de pasar la Noche Buena con los suyos, los seres mortales que extrañan su ausencia.

Descubrió, atónito, que en uno de los carros del tren fantasma viajaban sus padres fallecidos hace muchos años, ahora convertidos en espíritus celestiales. Lo saludaron a dos manos y como por arte de magia abandonó su condición humana y se unió a ellos en un cariñoso reencuentro, cumpliendo así la cita con el destino plasmada en el telegrama enviado desde el espacio cósmico.

¡Feliz Navidad! exclamaron con regocijo sus padres al arroparlo con sus etéreos brazos. El tren volvió a subir y desapareció entre irisadas nubes de vapor. El nieto, desde tierra, miraba extrañado con el plato del almuerzo en sus manos.

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