¿Creyentes ateos?
En tiempos ya lejanos, ser ateo era una situación más bien rara; casi todos los seres humanos, sin importar su cultura, se movían alrededor de alguna divinidad. Fue a partir del siglo XVIII cuando el iluminismo empezó a afirmar que solo las mentes ignorantes o alienadas podían seguir creyendo en la existencia de algún dios.
Hoy son muchos los científicos e intelectuales que parecen recuperar la humildad y con ella la capacidad de aceptar que el universo no es una masa informe de materia que surgió de la nada, se organizó sí misma, por azar creo la vida, y por azar la hizo evolucionar hasta su forma inteligente y consciente de su propia existencia.
Son cada vez más los que afirman que el cosmos es una maravilla en la que priva tal armonía y orden, tanto en su dimensión macro cósmica como micro cósmica, que es necesario reconocer que atrás de este prodigio tiene que haber una gran inteligencia creadora y reguladora. Allan Rex Sandage, astrónomo norteamericano reconocido por sus estudios de cosmología física, dice: “Era casi un ateo en mi juventud, la ciencia fue la que me llevó a la conclusión de que el universo es mucho más complejo de lo que podemos explicar. Sus partes están tan exactamente interconectadas, que es imposible aceptar que todo sea debido al azar. El misterio de su existencia, solo lo puedo explicar desde la existencia de Dios”.
Pero se desarrolla hoy otro tipo de ateísmo: el de los creyentes (de cualquier religión) que actuamos en la vida cotidiana como si Dios no existiera y lo encerramos en un templo o lugar sagrado para recurrir a él solo en determinados días u ocasiones.
Cuando Dios no está en la vida cotidiana se corre el riesgo de empobrecer el horizonte ético y de abrir un espacio a un relativismo en el que todo se vale, o en el otro extremo, de desarrollar un fundamentalismo fanático que se queda en las formas de la religión, olvidándose de su esencia (la misma en todas) que es buscar la armonía consigo mismo, con los demás y con el cosmos; cuando esta esencia se pierde, es cuando germina la intolerancia entre unas y otras.
Este tipo de ateísmo que crece cada día, solo se puede neutralizar con una fe viva; es decir, una fe que esté vinculada en todo momento al Dios en el que creemos mediante la percepción, consciente y agradecida, de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que esperamos. Vivida en lo cotidiano, esta fe será “una luz que ilumina el camino de la vida para que esta sea fecunda en el amor”, como afirma el Papa Francisco y no simplemente un espacio en el que ponemos todo lo que no comprendemos.
Sin imponerse a nadie, pero proponiéndose a todos, el Dios único (llámesele como se le llame) está siempre presente y accesible en el yo más íntimo de cada uno y nos impulsa a ser, desde nuestra imperfección, más “humanos”, con todo lo que esto pueda significar.
Estar unidos por Dios (como sea que le llames) que es siempre y en todas las religiones armonía y amor (al margen de las distintas “formas” de darle culto) parece ser la única manera eficaz para que se pueda crear un mundo más justo y fraterno. No se vale pues ser un creyente ateo.
Feliz nacimiento en tu interior del Dios en el que creas, sea en esta época o en cualquier otro momento.
Dr. Rodolfo Campuzano
Ciudadano de la Laguna