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Nombres y apellidos

No cabe duda que tiene importancia el nombre que una persona lleve, y para algunos es motivo de constante molestia o preocupación y no llegan nunca a sentirse conformes con su nombre o apellido.

No es lo mismo que alguien se llame Ortogonio o Nepomuceno o se llame Julio César, hay otros patronímicos que por haberlos llevado una persona infame casi no se usan, como Caín, o Judas, este ultimo a pesar de que hay San Judas Tadeo y suele ser venerado en algunos lugares pero quedó prácticamente proscrito por el apóstol que vendió a Nuestro Señor.

Con los apellidos se da con frecuencia que se presta a bromas si estos se refieren a una cualidad y se da el caso que el señor Delgado, pesa 128 kilos, y el señor Gordillo, es un alfeñique de menos de cincuenta kilos, conocí una persona muy delgada de apellido Barrigón, y por años tuve tratos comerciales por correo con un señor Blanco que cuando lo conocí era muy moreno, y es probable que ande por ahí un señor Moreno que sea rubio o al menos blanco.

Hay otros apellidos que al combinarse resulta “chusca”. Está por ejemplo una mujer de apellido Borrego, se casa con un hombre de apellido Corral y resulta ser Borrego de Corral, lo mismo sucede de que este fuera Vaca con las mismas consecuencias.

Finalmente, hay combinaciones poco afortunadas como podría ser el caso de Douglas García, o el caso de nombres como Amado, Donoso, Fortunato Primitivo y en fin que al referirse a una cualidad, suelen acarrear bromas o disgustos.

Raymundo Portilla Fernández

Torreón, Coahuila

***

El valor correspondiente

Llevamos un tiempo que en nuestra sociedad la idea del beneficio por el beneficio se ha instalado entre nosotros, no dejando espacio a otros ámbitos. Valoramos al adinerado aunque se trate de un genuino patán, y despreciamos al modesto doctorando que come en casa de sus padres porque su beca no le llega a fin de mes. Medimos al prójimo por lo que tiene, no por lo que es, en este mundo infectado de narcisismo y ‘postureo’.

Por si fuera poco, los acaudalados de ahora ninguna relación guardan con los mecenas de antaño, salvo contadas excepciones. A diferencia de los que desinteresadamente posibilitaron las grandes obras de arte o literatura durante siglos, que no perseguían más remuneración que la estética o intelectual, en la actualidad ha cobrado forma la detestable tendencia de emplear sus cuartos para saciar vanidades y complejos de inferioridad.

No es infrecuente en este tiempo que por medio de una simple transferencia se provea una transfusión de cultura o prestigio académico a la vena del donante, para un escarnio general que cursa con discreción y disimulada ironía por temor a quedarse lejos de la corrección política que lo permite y aplaude.

Campanella sentenció ya en 1623 que “las riquezas hacen a los hombres insolentes, soberbios, ignorantes, traidores, faltos de amor y presuntuosos en su ignorancia”. Y no digamos nada cuando no proceden de sudores propios, sino ajenos.

Dar al dinero el valor que le corresponde, el gran reto pendiente de nuestros tiempos y que tanto urge.

Jesús Domingo Martínez

Girona, España.

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