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Acabar con la corrupción: el gran reto

Si quisiéramos hacer un símil de los problemas de México con algunos animales reales tendríamos que identificar la corrupción con alguno que no fuese real sino mitológico. Quizás uno de los más horrendos, tal vez la Hidra el Guiverno, o el Bestiario sean insuficientes para reflejar el fenómeno social en comento. Tal vez la Quimera sea quien más se le asemeje, considerando que según la mitología griega, vagaba por Asia Menor, aterrorizando a las poblaciones y engullendo rebaños y animales. Y bajo esta comparación, AMLO tendría que ser Belerofonte, héroe que cuenta entre sus mejores hazañas el haber matado a Quimera.

Una de las más repetidas promesas del ahora Presidente AMLO fue acabar con la corrupción; cosa poco menos que imposible, dada su extensa ramificación en la sociedad en la que, sin importar credo político, estatus social, color de piel, nivel académico ni religión, la corrupción pareciera consustancial al hombre. Habrá muchos lectores a quienes les parezca una exageración esta temeraria afirmación, pero no olvidemos que todo hombre tiene su precio y que la tendencia actual es ahorrar tiempo y solucionar los problemas por la vía más corta, y si nos cuesta menos, mejor.

Sea cual fuere la motivación, hoy en día es difícil encontrar personas que no se hayan visto tentadas a ofrecer un “moche”, un soborno, una gratificación a cambio de un favor.

Habrá mucha gente que se rasgue las vestiduras y difiera totalmente de esta reflexión, pero habría que realizarnos una introspección brutalmente honesta, para caer en la cuenta que, efectivamente la mitad de la población desde adolescentes hasta la edad madura, buscamos tener un “arreglo” con el servidor público, ya para acelerar un trámite, ya para que se haga de la vista gorda en una flagrante falta en las reglas de vialidad, etc. Cabe aclarar que para que haya corrupción, es necesario la voluntad de cuando menos dos partes: el que soborna y el que acepta el soborno.

Respecto al tema el ex presidente Peña Nieto una vez declaró que era un fenómeno cultural y casi lo crucifican, pero en honor a la verdad, ¿quién no ha estado tentado a sobornar al agente de vialidad que sonriente llega y le estrecha cordialmente la mano, y después de decirle porqué lo detuvo, empieza a cuestionarlo a qué se dedica, dónde vive y luego saca su libreta y hace intentos por escribir? Luego, sutilmente surge el ¡Ah, que caray Don…! ¿Cómo le hacemos? “Yo quiero ayudarlo, pero dígame algo”, y entonces… ¡Saz! , hay va uno de 50 pesos, porque ya antes el agente había dicho que la infracción saldría como en cuatrocientos; por supuesto que si se trata del alcoholímetro, lo mínimo son 500 pesotes.

Diríamos a nuestro favor que nuestra moral se ha quebrado, pero no; en realidad tenemos que reconocer que nos hemos concedido un permiso moral o quizás todos somos susceptibles a corromper nuestro esquema de valores cuando las circunstancias son propicias para no perder más de lo que perderíamos si actuáramos con recta conciencia. Por supuesto que hay diferencia en el hecho de pasarse un alto deliberadamente que pasarse un ámbar porque nos prendió en el primer tercio del crucero. Que aumente o disminuya la corrupción depende de nosotros los ciudadanos. ¿O no?

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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