Es notable, en la actualidad, que muchos viven con desconfianza y hasta intranquilos por la ola de eventos negativos, sobre todo, que se presentan. Eso ensombrece el panorama y la actitud se torna poco halagüeña.
Pero no siempre fue así, en algún momento de la historia el clima social comenzó a hacerse tenso, con mayor rudeza; pero décadas atrás el respeto y la camaradería eran más frecuentes.
Si se tuvo la oportunidad de conversar con abuelos acerca del tiempo de su niñez o juventud y hoy ya se es padre de familia, seguramente los cambios son más notorios. Aquél tiempo donde los vecinos también representaban autoridad a los menores porque éstos mostraban un respeto que hoy parece desvanecerse.
La sociedad ha cambiado mucho, algunas cosas para bien, otras no tanto. Las buenas costumbres se están perdiendo en la prisa por llegar o hacer diversas cosas que nos exigimos para sentirnos que hacemos bien, pero el precio está siendo muy elevado.
Hoy la sociedad está ensimismada, se abstrae tanto que las personas cada vez se sienten más solos, a pesar de estar rodeados de otros.
Para los más chicos es normal el individualismo, las familias se han hecho más pequeñas, los padres más ausentes y con múltiples actividades; los hijos están creciendo dentro de esa vorágine, por lo que responden con cierta naturalidad a ver poco a su alrededor; casi no tienen tiempo para conversar con amigos; para jugar de frente y en persona con otros; para desarrollar más habilidades en un ambiente lúdico. En cambio tienen más oportunidades de relacionarse en medios más competitivos por actividades deportivas, principalmente.
Y el deporte es muy bueno para su desarrollo físico y mental, pero precisa que el tiempo para jugar no desaparezca. Los niños de hoy, a diferencia de los niños de la generación de sus padres, conocen poco el tiempo para salir a jugar, principalmente aquellos que, por necesidad laboral de sus padres, tienen que extender sus horarios de actividades rutinarias dejando de lado su etapa de niñez, justo cuando corresponde jugar e integrarse con otros; cuando se genera empatía, simpatía y aceptación de otros para poder divertirse todos.
Cuando crecen, cada quien está en sus propios asuntos. Muchas experiencias se les pasan de largo por vivir absortos en "sus cosas", su celular, su computadora, su carro, su habitación… sus interacciones con otras personas son obligadas por las circunstancias: hacer tareas o proyectos, a veces con dificultad para formar equipos y trabajar colaborativamente, cara a cara.
La mayoría de sus actividades académicas las resuelven con la comunicación a distancia, que está muy lejos de reemplazar a la comunicación en persona. Hoy se tienen más compañeros y menos amigos: más conocidos y menos cercanía.
A muchos nos cuesta ponernos en el lugar del otro, a los más jóvenes todavía más. Jugar fue una etapa feliz de cualquier infancia. Desaparecerla está trayendo fuertes cambios para los futuros adultos.