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La destrucción de lo común y colectivo

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El neoliberalismo, régimen económico dominante en las últimas cuatro décadas, ha impuesto una ideología de individualismo extremo en donde lo simbólico e identitario es colocado por encima de lo material y colectivo, al grado de desarticular entramados sociales en beneficio del capital y en detrimento de las capacidades del Estado, ese ente común por antonomasia. Esta puede ser, en síntesis, la hipótesis que Daniel Bernabé plantea en su libro La trampa de la diversidad (2018, Akal). Desde una perspectiva periodística ofrece un panorama amplio de cómo desde los consensos globales impulsados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el discurso colectivo y de clase, vigente aún dadas las condiciones económicas capitalistas, fue sustituido por el discurso exclusivo de la libertad individual aprovechándose de las legítimas luchas por la diversidad y la representación para socavar la resistencia de las sociedades a la penetración del capital trasnacional. El resultado lo vemos hoy: fractura del estado de bienestar, desdibujamiento ideológico de los partidos políticos, desprestigio del sindicalismo, deterioro de lo público, afianzamiento de lo privado, fragmentación de la sociedad civil en microluchas aisladas, banalización de la democracia, imposición del capitalismo como única vía posible de desarrollo y regreso de la ultraderecha a la arena político-electoral.

"El neoliberalismo ha estado décadas reivindicando el derecho a la diferencia y a la individualidad, frente a lo que ellos llamaban la unidad colectivista y socialista, que tanto rechazaban. (...) Nuestro yo construido socialmente anhela la diversidad, pero detesta la colectividad, huye del conflicto general, pero se regodea en el específico. (...) Parece que más que buscar a tus iguales para sumar fuerzas, intentamos buscar nuestras diferencias para afirmarnos según lo que comemos, lo que deseamos sexualmente, a quien rezamos, con lo que nos divertimos, cómo nos vestimos". Valgan estas frases para dejar expuesta de forma general la hipótesis del ensayo de Bernabé. Independientemente de que esta hipótesis debe ser contrastada con estudios económicos, políticos y sociológicos, nos ofrece una oportunidad de encontrar algunas piezas del rompecabezas para tratar de entender, por ejemplo, algo de lo que ha pasado en La Laguna en los últimos cuarenta años. Cada ciudad, cada región, cada país, por supuesto, tendrá sus matices, su relato, pero seguro que puede hallarse un común denominador.

Lo primero que se observa al recorrer las calles de las principales ciudades de la región es el abandono del espacio público. Vías con pavimento deplorable, banquetas inexistentes o destruidas, plazas en mal estado, edificios y terrenos abandonados, maleza crecida en camellones, basura desperdigada, brotes de aguas negras, etc. El crecimiento urbano de la llamada zona metropolitana evidencia una realidad común: desorden, ya sea por negligencia o corrupción, en los nuevos espacios habitacionales desarrollados por particulares más con el afán de generar ganancias que con el de ofrecer servicio a una población creciente y demandante de vivienda. Ciudad Nazas bien puede servir como símbolo, aunque no es el único caso. Y mientras la mancha urbana se expande hacia el oriente en el lado de Coahuila, y al norte y poniente en Durango, los centros originales y las primeras colonias siguen su proceso de decadencia y despoblamiento. Los servicios públicos básicos son deficientes: fallas en el suministro de agua potable y en el drenaje, transporte público caro e ineficiente y un acuciado déficit de áreas verdes y recreativas, son apenas tres ejemplos.

Paralelamente al abandono de lo público, que se ha dado incluso con alternancia de partidos en los gobiernos, hay otro fenómeno: el refuerzo del espacio privado. Sobre todo desde la escalada de violencia más grave que ha sufrido la región en su historia, el ámbito particular ha adquirido una relevancia no vista en la etapa de surgimiento y consolidación de las jóvenes ciudades comarcanas. La tendencia más representativa de este afianzamiento de lo privado son las colonias de acceso cerrado de nivel medio y alto, aunque también ya se han desarrollado fraccionamientos con estas características para el nivel socioeconómico bajo. No sólo se viola la libertad de tránsito, consagrada en la Constitución, sino que la ciudad termina fragmentada en guetos, inconexa, con unidades habitacionales que se convierten en islas en medio de un mar de hostilidades públicas cotidianas. Con esta estructura territorial segmentada, la capacidad de articulación social disminuye en la medida de que quienes viven tras los muros de sus colonias se perciben distantes y con escasas coincidencias respecto a sus conciudadanos. La propia ONU-Habitat, el organismo de Naciones Unidas para los asentamientos humanos, ha señalado lo nocivo de este modelo de crecimiento urbano por las razones esgrimidas, entre otras.

Pero ¿por qué la sociedad en general permitió este deterioro y esta fractura? Una razón pudiera encontrarse en la gradual pulverización del llamado activismo social y político. En la medida en la que lo público y colectivo se relega del discurso dominante para aplaudir las diferencias y propiciar la "excepción" y lo exclusivo, la posibilidad de oponer una resistencia amplia se diluye. Y, como sugiere Bernabé, el activismo se transforma para pulverizarse. Ya no es la lucha por mejores salarios y condiciones de vida para el grueso de la población lo que domina, sino las microluchas que cada quien libra en grupos reducidos por aquello con lo que se identifica, lo que le da una identidad, aunque sólo sea superficial, a partir de símbolos que, transformados en productos de mercado por el discurso hegemónico, terminan ocultando realidades materiales mucho más graves como la miseria o la quiebra del sistema público de salud. Resulta asombroso, y muy sintomático, que entre algunos grupos resulte más indignante y motivo de movilización el maltrato a un animal -censurable, sin duda- que la muerte de un trabajador que cayó en una zanja mal señalizada en una calle o el fallecimiento de un recién nacido por condiciones insalubres en un hospital. Estamos frente a la fragmentación de una sociedad civil que, como apunta el autor de La trampa de la diversidad, huye del conflicto general y se regodea en el específico. No es de extrañar, entonces, que ante esta división, que muchas veces se traduce también en absurdo y estéril enfrentamiento entre asociaciones e individuos, los gobiernos terminen actuando con la mayor discrecionalidad, lejos del interés general y parapetándose tras un discurso supuestamente progresista y prodiversidad para evadir la rendición de cuentas. Es decir, la división como motor del control político y económico. La fragmentación como supresor de la lucha colectiva. En esas estamos.

Twitter: @Artgonzaga

Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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