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Las afores y otras aventuras para viejos

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Las afores y otras aventuras para viejos

Las afores y otras aventuras para viejos

Saúl Rosales

Después de ese laberinto quedaba como Josef K, el protagonista de El proceso, de Kafka. Desde la primera vez le dijeron que tenía “una marca” y que la iban a investigar.

A los 77 años de edad, con una salud que cada día estalla en nuevas molestias, el viejo lidia con el SAT (se arriesga a que se ensañe con él por divulgarlo) y con su Afore (de la que no anoto el nombre porque el poder financiero es de las partes más crueles y rencorosas del sistema capitalista); lidia también con el servicio de su clínica gremial y con el Ayuntamiento de Torreón. Él suponía que el Estado no era tan despiadado con sus ancianos.

Con el SAT, el viejo lidia porque aunque vive pensionado –no olvidemos que está cerca de los ochenta años de edad–, esa dependencia de la Secretaría de Hacienda lo trata como empleado del IMSS y de la Sección 38 del SNTE ya que de ellos recibe la pensión, repito, la pensión, y le exige que arrastre su senectud de 77 hasta el bunker hacendario para que cumpla obligaciones fiscales de las relaciones con sus “empleadores”.

El viejo, naturalmente, padece deterioros de la ancianidad. Ya le operaron la próstata. La cirugía reveló otro padecimiento que hace necesaria una nueva cirugía. Recabó los análisis necesarios para que el internista avalara la nueva operación. La autorizó, pero pasaron cuatro semanas y la Clínica no mostró su eficacia. La espera se prolongó y la salud del viejo siguió acarreándole malestares físicos y depresiones anímicas.

Aquí entra su sufrimiento con su Afore: las operaciones le han requerido dinero. Previendo las estrecheces de la senectud, el viejo, siguiendo los consejos oficiales y los del poder financiero (los bancos), depósito su confianza y su dinero como ahorro voluntario en su Afore. Pero la Afore inventó un pretexto para no regresárselo.

Esta situación se le presenta al viejo en el tiempo en que se divulgó, se comentó y se denunció como indebido que el gobierno federal invirtiera el dinero de las Afores, es decir, el dinero de los trabajadores, en la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. El gobierno dispone y la clase trabajadora se aguanta. ¿Sus líderes? Bien, gracias, como si no existieran.

Pero esa es una digresión con matiz ideológico. Volvamos con el viejo que lidia con su Afore. En la delegación de su ciudad no pudo hacer nada. Todo debía tratarlo por teléfono. Así cayó una y otra vez en ese inefable laberinto que es el call center. Cada llamada le daba a escoger opciones; escogía una, la marcaba y allí debía escoger opciones; escogía una, la marcaba y allí debía escoger opciones; escogía una… hasta que en alguna, después de publicidad sobre las bondades de esa Afore, una voz grabada le ordenaba “nuestros operadores están ocupados, espere un momento”. Las esperas llegaron a ser de media hora.

Después de ese laberinto quedaba como Josef K, el protagonista de El proceso, de Kafka. Desde la primera vez le dijeron que tenía “una marca” y que la iban a investigar. El viejo no se quedó así nomás. Pidió que le explicaran y la explicación fue impenetrable, como oráculo de la esfinge. Lo único claro fue que debía marcar dentro de diez días.

Así comenzó en su Afore una secuencia de plazos amañados. Para entretenerlo le enviaban a su celular mensajes en los que le avisaban que su asunto había quedado resuelto y que se comunicara a tal número. Lo hacía ilusionado. Y después de interrogatorios que solicitaban una y otra vez sus datos, los mismos datos, resultaba que tal resolución era sólo de una parte de un misterioso proceso que no conocía. Esto se repetía. Los bancos y sus administradoras de fondos para el retiro son como Dios, todopoderosos e intangibles.

El viejo, ante su Afore, quedó como Josef K, sin saber cuál fue su delito, quién lo acusaba, ante quién podía defenderse, cuáles eran los pasos de su proceso…

Lo del Ayuntamiento de Torreón queda pendiente, seguirá contaminando el ambiente, oliendo mal, ensuciando la calle con aguas negras.

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