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Libertad de prensa y ética profesional

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

No hay libertad que no esté limitada; no la hay porque todo lo humano, comenzando con la vida, tiene como rasgo central su finitud. Todo tiene un principio y un final y la libertad no tendría por qué ser la excepción. Pero, vivimos en una época en la que nos cuesta mucho comprenderlo.

Desde la ética del descompromiso solemos pensar que no somos responsables por lo que producimos. Por eso los océanos están infestados de desechos plásticos, porque los fabricantes y quienes distribuyen bolsas, embaces y demás, viven convencidos de que no pueden responder por lo que el usuario final haga con sus productos una vez que dejen de ser de utilidad.

Algo similar sucede con lo que publicamos quienes tenemos acceso a los medios: creemos que nada tenemos que ver con lo que otros interpreten de lo que decimos; pero, no es así. En verdad que debemos ser sumamente cuidadosos con lo que expresamos, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para no ser malinterpretados y reflexionando sobre nuestro propio actuar cada vez que "se nos entendió algo que no era lo que quisimos decir".

Y si eso es válido en los casos en los que claramente estamos expresando nuestra propia opinión ¡cuánto más lo es cuando se supone que estamos proporcionando una información! Difundir -o prestarse para que sea difundidos- hechos que no sucedieron es una actitud por demás irresponsable que no debería ser defendida bajo la etiqueta "libertad de expresión"; menos todavía, cuando la mentira difundida atenta contra la integridad física o moral de una o más personas.

Vivimos en un mundo en el que la verdad cada vez tiene menos valor. Estamos muy convencidos de que no existe más allá de la opinión de cada uno y eso transgrede de manera directa el buen ejercicio periodístico que supone la necesidad de la evidencia; el contraste de versiones; la verificabilidad de las afirmaciones realizadas por las fuentes; etcétera. Bajo nuestra manera, parece que es más importante tener la exclusiva o ser los primeros en publicar, que decir la verdad.

Pero ¿se necesita ser periodista para ganar la nota falsa y publicarla? No, como cada día corroboramos en las redes sociales, cualquiera puede hacerlo sin necesidad de haber asistido a una universidad o escuela de periodismo; de hecho, los optimistas pensaríamos que los estudios deberían ser un estorbo para la tarea de publicar una noticia falsa o difamatoria. Lamentablemente no está siendo así y eso habla de falencias serias en nuestra formación como profesionales de la comunicación.

Somos libres para hacer bien y somos libres para hacer el bien. Si no es eso lo que nos mueve, si todo lo que perseguimos es fama, poder o dinero, o peor todavía, si lo que buscamos es dañar de manera intencional a otros, entonces no somos libres sino prisioneros de nuestras propias ambiciones y rencores.

La auténtica libertad no permite abusos, menos aún, cuando estamos adentrándonos a un régimen en el que, de automático, se descalifica el disenso y a quien lo publica. Precisamente en épocas en que la libertad de expresión se ve amenazada, debemos ser increíblemente más cuidadosos con la información que difundimos, porque si ésta se respalda de verdad, entonces, nadie la podrá hacer callar.

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