Don Luis Antonio de la Peña y Peña, segundo hermano del mayorazgo de Ábrego, veía cada noche el espectro de su padre muerto.
Nadie más lo miraba aparte de él. De pronto, en medio de la tertulia familiar, clavaba la mirada en un punto de la habitación y musitaba: "Ya llegó". "¿Quién? ¿Quién?" -le preguntaban. Y respondía: "Él".
Declaraba don Luis que sólo él podía ver a su padre porque fue mal hijo, de vida desordenada, ingrato. El espectro venía a reprocharle su conducta. No le decía nada. Clavaba en él sus ojos muertos en reproche silencioso y luego se iba. Al pasar frente al ropero de tres lunas los espejos no reflejaban su figura.
Pasaron los años. El señor De la Peña y Peña desposó a doña Luisa de Aguilar y en ella hubo cuatro hijos. Fue un buen padre para ellos. Los guió por el camino de la vida con rectitud y amor. Una noche el espectro de su padre ya no se le apareció, ni las siguientes. Dijo don Luis: "Me perdonó".
La historia se cuenta todavía en Ábrego como una antigua fabla. Quienes la narran, sin embargo, no dicen "historia". Dicen "ejemplo". Cualquiera de los dos términos es bueno. La historia de don Luis Antonio es un ejemplo.
¡Hasta mañana!...