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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

San Virila salió de su convento y fue al pueblo a pedir el pan para sus pobres. En la plaza le habló un aldeano que le dijo:

-Por Dios, hazme un milagro. Ya no aguanto a mi esposa. Es habladora, lenguaraz. Todo el día me riñe por esto y por lo otro, y en la noche refunfuña hasta en el sueño. Te pido que hagas algo para que ya no tenga yo que soportar su verborrea.

-Con gusto haré el milagro que me pides -repuso San Virila.

Hizo un ademán, y el hombre quedó sordo.

Desesperado, el infeliz le pidió por señas que le devolviera el oído. San Virila hizo otro ademán y el aldeano pudo oír otra vez. Le dijo el santo:

-Cuando pidas un milagro fíjate bien cómo lo pides.

En eso llegó la mujer del aldeano. Se había enterado de lo sucedido y llenó de maldiciones tanto a su esposo como a San Virila. Alzó éste los ojos al cielo y suplicó:

-Señor: ¿no podrías hacerme por una hora el milagro que le hice a este hombre?

¡Hasta mañana!

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