Entre los mil milagros que veo cada día está el del pan sobre la mesa.
Desde luego yo no soy el autor de ese prodigio. Trabajo, es cierto, pero hay muchos que trabajan más que yo y no alcanzan a saciar su hambre cada día.
A alguien entonces debo agradecer el sustento cotidiano, y el techo que me acoge, y las ropas que me cubren y me abrigan. Por eso ayer ardió en mi casa una pequeña vela, igual que arde el día primero de cada mes del año. Su luz expresa mi gratitud a esa oculta providencia que me dio manos para trabajar, y ojos para ver, y oídos para oír, y mente para pensar.
Cada una de esas cosas es otro milagro. Y la verdad es que no merezco esos milagros. Debería yo también ser providencia para otros; compartir mi pan con ellos; hacerlos partícipes de los innumerables dones que recibo.
Pero hombre soy, y ningún egoísmo me es ajeno. Espero que la invisible providencia me conceda, a más de la casa, el vestido y el sustento, el milagro de un corazón misericordioso.
¡Hasta mañana!...
