San Francisco de Asís amaba a Dios en sus criaturas.
¿Acaso hay un modo mejor de amarlo? Se encendía en amor al contemplarlas, tanto que -dice una leyenda de él brotaban llamas, y un ángel tenía que venir a apagárselas para que no fuera a incendiar con ellas el convento.
Tomasso di Celano nos cuenta en su “Primera vida”, biografía de San Francisco, que el Poverello le pidió a un hombre justo, Juan de Grecio, que pusiera en su casa un pesebre de paja, con un asno y un buey, a fin de recordar que el Salvador del mundo había querido nacer en la pobreza. Comieron de aquella paja las humildes bestias. Pero en vez de acabarse la paja se multiplicó, igual que los panes y peces de las bienaventuranzas, y por mucho tiempo todos los animales de la comarca se alimentaron con ese pienso milagroso.
Sea la Navidad para nosotros como la paja de aquel segundo Belén que fue el primer belén: no se acabe en un día, sino quede en nosotros para siempre, como un nacimiento que no quitamos nunca de nuestro corazón.
¡Hasta mañana!...