La primera historia que Emiliano Monge quiso escribir fue la de la falsa muerte de su abuelo, pero no pudo hacerlo hasta muchos años después, cuando comprendió que, para ello, tendría que convertirse él mismo en parte de la narración, lo que dio como resultado el libro “No contar todo”.
El relato sobre su abuelo, un hombre que fingió su propia muerte para desaparecer del mapa, iba ligado al concepto del “abandono”, pero Monge logró extender las ramas de esta historia hasta convertirla en una “novela metáfora” sobre las diferentes violencias que se dan en México.
Las violencias, argumenta el escritor, se originan, en primer lugar, en “la mirada familiar”, que las “reduce, potencia, elimina o descompone”. Esto, más tarde, se replica para llegar a la comunidad y a la sociedad.
“Buena parte de lo que sucede en México se entiende en reversa, llegando a esta descomposición de la familia, a este machismo enquistado, arraigado en las personas”, defiende, convencido de que “las violencias de la intimidad prefiguran las de un territorio”. “No contar todo” podría describirse como una novela de noficción, aunque Monge precisa que, aunque los hechos que se cuentan sí ocurrieron en realidad, la ficción entra en juego a través de la forma de contarlos. El libro se mueve entre los relatos del abuelo del autor, en forma de diario, de su padre y de él mismo.
Cada una de estas secciones, que se van intercalando, está contada en una persona diferente -primera, segunda y tercera, respectivamente-, lo que le ayudó a marcar diferentes niveles de distancia respecto al narrador. En su caso, escribir en tercera persona le ayudó a alejarse de sus propias experiencias y a ver su vida como si no fuera suya, despegándose de lo “emocional”. “Era como si no estuviera hablando de mí, y es ahora, cuando el libro sale y empiezo a hablar de él, cuando empiezo a darme cuenta de que es mi historia”, reconoce.