QUE TEMPRANO SE ME HIZO TARDEQUE TEMPRANO SE ME HIZO TARDE
Nuestra profesión es hermosamente compensadora, pero no es un legado de riquezas materiales, parece que fue hace meses cuando me encontraba en los inicios de mi trabajo, pagaba tres colegiaturas de mis hijos: Caro, Ale y Paco, 7, 6 y 4 años de edad, aún faltaba por nacer la más pequeña, Sofi. Trabajaba como veterinario rural de gobierno en el municipio de Mapimí, tenía una pequeña farmacia veterinaria y afuera de ella contaba con un puesto de tacos de barbacoa, impartía clases de Biología en una secundaria técnica, los fines de semana compraba un novillo o un cerdo y entregaba los pedidos de carne que mi esposa había levantado durante la semana, me tenía trabajo los fines de semana, ponía un anuncio en el periódico para vacunar y consultar perros a domicilio, aún así nos veíamos apurados con los gastos, ella trabajaba como maestra, tuve la fortuna de tener la mejor esposa que un veterinario pueda soñar, con todo respeto para mis queridos colegas: Bonita, cariñosa, comprensiva y muy trabajadora, se hacía cargo de los niños, de la casa y todos los pendientes. Recuerdo que por iniciativa de ella me esperaba en el estacionamiento de la escuela donde impartía clases para llevarme un bocado y un cambio de ropa, pues en ocasiones, llegaba del trabajo con los férreos aromas del ganado. Había hecho la especialidad en bovinos, que era la especie que atendía, además de caprinos. Conducía diariamente más de 200 kilómetros para llegar a mi trabajo; tras la rutina, pensaba en el riesgo de la carretera, los gastos, el tiempo y era lógico que tenía que envejecer y mis reflejos cambiarían; fue cuando me decidí dedicarme a las pequeñas especies y estudiar la especialidad, dando un cambio sustancial en nuestras vidas en todos los aspectos, siendo una de las mejores decisiones que he tomado, seguí con las clases hasta mi jubilación, continué atendiendo particularmente caprinos en el municipio de Matamoros durante unos años más, en ocasiones, llevaba a mis hijos pequeñines a realizar las faenas en el ganado, recuerdo que un día llevé a Paco a mis visitas con las cabras, tenía seis años de edad, la temperatura se encontraba a más de 40 grados, sobre el camino de terracería se encontraba tirado un pantalón de mezclilla viejo y tieso por el tiempo, y Paco me preguntó muy triste: ¿Papá, ese niño se derritió por el calor? En una ocasión, llevé a mis hijos a una granja porcina, las enormes sementales de más de trescientos kilogramos las observábamos a unos cuarenta metros de distancia y Alejandra, que tenía cinco años de edad, me preguntó que si podía cargar a uno de esos marranitos, llegando a la casa muy contenta, platicaba a su mamá que había visto unos cerditos de color azul y morado. Y fue hasta que entró al colegio unos meses después que nos dijo la maestra que Alejandra necesitaba anteojos, había heredado la miopía y el astigmatismo de su madre. Ya con sus lentes, nos decía lo bonito que se veían las hojas de los árboles y lo hermoso que se veían todas las cosas, lecciones de la vida que nunca olvidaré. Sofía, la más pequeña, desde un principio supe que estudiaría mi profesión, quería estar presente en las cirugías de sus mascotas cuando tenía cinco años, deseaba estar segura que todo saldría bien, le explicaba que "Blanca nieves" como nosotros algún día iba a morir, sólo me contestaba muy triste: ¿Aunque nos portemos bien? Al momento de decidir ella lo que iba a estudiar, fue tal su entusiasmo que contagió a su hermana mayor Carolina para que también ingresara a la universidad, pues había dejado de estudiar, teniendo una diferencia de edad de doce años. Ahora, en el ocaso de nuestras vidas, vemos los frutos mi esposa y yo con los hijos de nuestros hijos. Después de haber tenido dos cunas en nuestra recámara, lavar docenas de pañales de algodón por haber sido todos alérgicos al pañal desechable, ser el único padre que recogía de la guardería a tres pequeñitos en brazos, cuidarlos cuando padecieron todos de varicela, incluyendo a mi esposa. Me sentía el padre más feliz al ver su sonrisa estrenando zapatos, abrir sus regalos en Navidad, el "guau" que expresaron cuando vieron por primera vez el mar en Mazatlán. Pero más feliz me sentí cuando se graduaron, un contador y tres veterinarias, me siento el padre más orgulloso, pues la profesión es la única herencia que los padres podemos legar a nuestros hijos. Mientras Dios nos lo permita después de 40 años, seguiremos dedicados a la atención de mis pacientes de patas y colas. Y si me llaman a cuentas, me iré con una sonrisa habiendo cumplido, solamente pensando… "Que temprano se me hizo tarde".