Cortesía
RECORDANDO A ESCRITORES DE COAHUILA Y ZACATECAS. No. 37RECORDANDO A ESCRITORES DE COAHUILA Y ZACATECAS. No. 37
El Dr. Gregorio Ramírez Valdés nació en Torreón, Coah., hijo de D. Gregorio Ramírez Guzmán y de su esposa, doña Olalla Valdés Valdés, jerezanos. Gregorio fue el primero de 13 hijos del matrimonio que aparece en la foto que me regaló el Dr. Jorge Ramírez Valdés y aparece en mi libro: "Filigranas, fundaciones y genealogías de Jerez, Susticacán y Monte Escobedo, Zacs".
El Dr. Gregorio Ramírez Valdés publicó un artículo en la Revista "Nuevo Cauce" de octubre de 1966: "Una semblanza del Dr. Carlos Albores", del que transcribo los siguientes párrafos:
"CARLOS ALBORES CULEBRO constituyó una personalidad totalmente distinta entre aquellas que llegaron a figurar como líderes dentro de labor médica diaria y en el manejo de hombres, aun más, fue admiración de quienes poco lo trataron y despertó controversias apasionadas para quienes convivimos una mínima parte de su vida íntima".
"Mi amistad se inició en 1940, cuando practicó intervención quirúrgica a María de los Ángeles, mi hermana, en padecimiento cuya conicidad había provocado discusiones sobre el diagnóstico y terapéutica a emplear. Le expresé mi angustia por el caso, suplicándole tomara participación y me contestó con palabras cortantes, como con frecuencia las usaba: "con todo gusto, haga la historia y tráigame la enferma". Posteriormente, la intervino, siendo la operación un tanto accidentada, tiempo maravilloso de recuerdos dentro del que está la mascarilla de Ombredane, y al terminar la intervención, la enfermera circulante al contar las compresas hizo la indicación insistente en que se había quedado olvidada una cavidad. Tras un momento de indecisión, reabrió el vientre para buscar dicha compresa, siendo negativa la búsqueda. Al finalizar la operación, la compresa, para gusto y disgusto de todos, se encontró en los pies del cirujano. Comentando este incidente señaló un hecho preciso: "El cirujano debe bajar de su pedestal de ciencia, olvidar su vanidad entre las indicaciones de cualquier colaborador en el quirófano, trátese como así es, de la más humilde circulante...".
"...Para mí han sido inolvidables las vacaciones que pasamos con nuestras familias en la presa 'La Boquilla', del estado de Chihuahua, en el ya no lejano verano de 1950, ya que después de saciar sus ansias de pescador, y yo mi vicio de andarín, las noches las dedicábamos a platicas que eran verdaderas polémicas sobre temas filosóficos de Dios, de la vida y del hombre, naturalmente con conclusiones opuestas, sin convencimientos para ninguno y con el acaloramiento que da la pasión de los hombres tercos, viniendo a terminar con palabras de Esther, su esposa, y Mercedes, mi mujer".
"En una de ellas después de dejar caer argumento tras argumento sobre la existencia de la divinidad, me retó para que después de visitar el Museo de Historia Natural de la ciudad de Nueva York, viniera y le contara si seguía siendo creyente. En 1956, en un curso de graduados que llevé en la Universidad de Pennsylvania y aprovechando unas vacaciones de mi hermano Carlos y recordando el reto, dediqué un día completo a visitar el citado museo. La visita de una grandiosa colección de todas las especies animales, los restos auténticos de dinosaurios, la hermosa descripción de la teoría de la evolución y el no menos fantástico Planetarium, provocaron mezclas de admiración, alegría y mayor reafirmación en mis convicciones".
"Esto lo relaté en un trabajo presentado en el Centro Médico de Torreón, habiendo invitado a don Carlos para que me diera sus puntos de vista. En él señalaba que al ver las fotografías de las miles de galaxias tomadas por el telescopio de Monte Palomar, me hicieron meditar sobre la pequeñez del hombre y la vanidad del mismo, al creer haber resuelto el misterio del origen del universo".
"Me oyó con tranquilidad y debe haberme considerado, como así me lo decía, COMO UN CASO PERDIDO".
"Pese a ello, nuestra unión sentimental y técnica siguió de frente, continuando ambos por la guía que él marcaba tan solo con hechos, pues raras veces llegó a decirme: 'Esto es lo que hay que hacer', aunque sí tercamente y en múltiples ocasiones comentaba la necesidad ineludible que tiene el médico para ser verdadero médico: Con el estudio constante. La disciplina en el trabajo y el ansia de superación".
"Estas características que llevó durante toda su vida le sirvieron para iniciar obras de gran mérito, como lo son las reuniones de Médicos de Provincia y de la cual celebramos la XXII en memoria muy justa de su principal creador y que nacieron como consecuencia de una invitación que nos hicieran los médicos del Sanatorio Bermúdez de Ciudad Juárez, Chih., a Carlos Albores Culebro, Enrique Sada Quiroga, Álvaro Rodríguez Villarreal y al que esto escribe...".
"Pero Carlos Albores Culebro no sólo fue serio, disciplinado en su trabajo, adusto y tímido para la entrega de su yo, también fue alegre, dicharachero, ameno y en ocasiones irónico, sangriento; su risa era contagiosa y su conversación mezclada con picardías muy mexicanas, lo que nos permitió vivir muchas horas de gran alegría en donde entonces se volvía el hombre bueno, comprensivo de todas las fallas humanas y permitía múltiples confianzas a quienes debíamos guardarle respeto por su situación de hombre, director y amigo...".