Bendito SIDA
Más de cien espacios en la capital y el interior del país fueron sede del "X Encuentro Hispanoamericano de Cine y Video Documental Independiente", "Contra el silencio, todas las voces". Es la asociación civil, "Voces contra el silencio", a la que resulta no sólo necesario agradecer este esfuerzo de promotoría cultural independiente, sino también seguir muy, pero muy de cerca. Con los ojos del criterio amplio. Con los oídos del juicio crítico. Con la mentalidad del ciudadano propositivo. Con las ganas del que quiere aprender.
Una serie de afortunadas casualidades llegaron junto con la cartelera del X Encuentro que, por cierto, también apareció de extraña manera entre el poliédrico caudal de correos electrónicos no deseados. El mismo día que estaba programado un llamativo documental sobre las peripecias cotidianas de un charro-mariachi jalisciense portador del virus del VIH, también llegaría a la ciudad un artista icónico de asegurada "voz contra el silencio", una autoridad en la cultura mariachera: el maestro José Hernández.
Las casualidades continuaron. Resultó ser que el maestro Hernández conocía al protagonista del documental, Agustín Jaime García Domínguez, mejor conocido en su pueblo como "El Charro de Toluquilla". El mote fue utilizado para titular así al documental que el director del "Mariachi Sol de México" ya había visto en un vuelo internacional de Aeroméxico: "Jaime no está actuando en 'El charro de Toluquilla'. Es él, tal cual; es la realidad con su familia, amigos, trabajo, la que aparece en la película". Al conocer que no se trataba de un gran dominio histriónico el del charro, brincó la pregunta morbosona. "¿Entonces sí tiene SIDA en la 'vida real'?". El binomio de los estereotipos "macho"-"homosexual" alimentaba el escándalo de las primeras inferencias y juicios de valor. Un gancho que seguramente atrapó a muchos que fueron detrás del caso en el documental.
El maestro Hernández consiguió el teléfono celular de "El Charro de Toluquilla". Era necesario convocar su "voz contra el silencio" para organizar un primer conversatorio fílmico, como parte de la "Cátedra José Hernández" para la salvaguardia del mariachi. Jaime accedió contento a charlar en altavoz con el público que asistiera a la proyección y se quedara al diálogo de análisis.
En punto de las 17:40 horas, Jaime respondió con una confortable disposición la llamada. "Pregúntenme lo que quieran. Ábranse y acuérdense que la película no nada más es del SIDA". No obstante, como fue comentado párrafos atrás, que su imagen de macho mexicano, de todopoderoso, se haya puesto en tela de juicio por portar el virus del VIH era un elemento primordial en la conversación con él.
La promiscuidad de Jaime fue la causa de su malestar físico de alto riesgo. En "El charro de Toluquilla" aparecen escenas donde tiene que ir a las pruebas de laboratorio y seguir rutinas para tomar medicamentos. Pero en ninguna de ellas, explícitamente, el charro se queja. Como tampoco sucede cuando tiene que levantarse en la madrugada, con los efectos de la enfermedad a cuestas, a atender a los caballos del lugar donde trabaja y a los de su casa. Como tampoco sucede cuando su mamá, a quien adora a obvias, se niega a aceptar que se case en segundas nupcias. Como tampoco sucede cuando tiene que presentar su espectáculo nocturno con mariachi en "Casa Bariachi". Como tampoco sucede cuando tiene que ver a su padre, acabadísimo, casi inerte, a diario, en un sillón de la sala. Como tampoco sucede en el velorio de su papá. Como tampoco sucede cuando tiene diferencias con su segunda mujer, con quien tuvo una niña hermosa, y tiene que decidir si "da el paso" para que la niña tenga papá, pero sin sentirse ya del todo contento con su futura esposa.
Pudiera sonar ridículo, a calzador, pero la filosofía de "El charro de Toluquilla" sí que es de una resiliencia envidiable. En el documental van entreveradas frases que, de verdad, pudieran sonar a superación personal manoseada. Pero, comenta el maestro José Hernández, "Él sí es así. Risueño, loquillo, siempre sonriente, bromista, lleno de frases que provocan las carcajadas. Trae un ánimo que pareciera nunca quebrarse". La llamada telefónica con Jaime García fue evidencia de su tan particular contento.
"¡Bendito SIDA!", grita "El charro de Toluquilla". Cree que haber sido portador del VIH le abrió muchísimas oportunidades para ser más fuerte y no rajarse. A pesar de saber que tenía una enfermedad que podía arrebatarle el placer de andar de gallo, como él declara a risotada abierta ("Si el gallo puede pisar a veinte gallinas, ¿a poco yo no podré con más?"), al igual que el de ver crecer a su hija, por cierto, sanísima desde el nacimiento, su ánimo está sostenido en su arraigada manera de valorar la desgracia. "El peor enemigo mío, tuyo y de todos es el tiempo. Cada día que pasa te pones más viejo, más cansado, y ya no hay vuelta atrás. Yo supe valorar lo que era eso gracias al SIDA. Cada minuto era oro molido. Y cuando supe que, por fin me había aliviado, me envalentoné más. La vida sigue, la vida pasa, y jamás hay que derrotarse".
Es "El charro de Toluquilla" un relato de una parcela de nuestra mexicanísima realidad. Responde al trabajo de grabación de cinco años. Es la primera producción de este corte de José Villalobos. Él se mudó a dos casas de la del Charro para no perderle la huella. El trabajo de filtraje de materiales es de llamar la atención porque, en una hora y media, los claroscuros de un hombre sensible, errores y aciertos, conforman una lección de humildad que vale revisar con detenimiento. Vaya el reconocimiento al cine independiente y, en especial, a Jaime García y a José Villalobos, por acercarnos a la intimidad del padecimiento transformado en pura vida.