El Gobierno mexicano impulsa ahora un “menú” de opciones solidarias para que la iniciativa privada y entidades civiles ayuden en la ardua tarea de la reconstrucción. Foto: Mario Arturo Martínez/EFE
Una catástrofe climática puede causar un daño insignificante en la riqueza o en la producción global de un país y, al mismo tiempo, tener un efecto devastador en los pobres de una sociedad.
En 2015, las pérdidas económicas a causa de desastres naturales fueron estimadas en 92 mil millones de dólares.
El impacto socioeconómico de los fenómenos de la naturaleza suele ocupar un primer plano en los medios de comunicación, que suelen traducirlos en términos de edificios vulnerados, infraestructura destruida, efectos en la industria y los servicios.
El sismo del 19 de septiembre de 2017 en México, de acuerdo con la empresa de análisis de riesgo Air Worldwide, representó pérdidas en un rango tan amplio que va de los 13 mil millones de pesos a los 36 mil 700 millones de pesos.
De acuerdo con el Laboratorio de Análisis en Comercio, Economía y Negocios (Lacen) de la UNAM, los movimientos telúricos de septiembre pasado causaron daños en la infraestructura por 29 mil millones de pesos.
Son cifras útiles, pues dan una idea sobre las tendencias y costes, pero no detallan el modo en que se afecta a las personas en el día a día.
Un peso en pérdidas no significa lo mismo para un individuo rico que para los millones situados en el otro extremo de la distribución de la riqueza. La pérdida de los 92 mil millones de dólares mencionados depende de quién la experimenta.
En este sentido, que una persona con ingreso bajo y patrimonio escaso sea damnificada por un desastre natural va más allá de la catástrofe porque sus medios de vida dependen de menos activos, su consumo está cerca de los niveles de subsistencia, carece de ahorros para absorber el golpe, su salud padece un riesgo mayor de quebrantarse, necesita más tiempo para que la recuperación sea completa. Además, los fenómenos naturales hacen que tengan más difícil salir de la pobreza.
Una catástrofe climática puede causar un daño insignificante en la riqueza o en la producción global de un país y, al mismo tiempo, tener un efecto devastador en los pobres de una sociedad; es decir, acarrear pérdidas económicas de tamaño pequeño en términos absolutos pero, con perjuicios desastrosos en la población situada en los límites de la marginación.
Un estudio del Banco Mundial titulado Indestructibles: construyendo la resiliencia de los más pobres frente a desastres naturales estudió situaciones derivadas de hechos imposibles de prevenir en 89 países y concluyó que si todos los desastres naturales de 2017 se hubieran evitado, el número de personas en pobreza extrema a nivel mundial, aquellos que subsisten con menos de 1.9 dólares al día (34.6 pesos al tipo de cambio actual), habría visto como salían de sus filas 26 millones de miembros. Se trata de una cifra cuantiosa porque los pobres están más expuestos a riesgos naturales. No sólo pierden más en proporción de riqueza, reciben menos apoyo tanto de familiares y amigos como de gobiernos y sistemas financieros.
Los damnificados avanzan en la reconstrucción de sus casas cuatro meses después del terremoto en México, por falta de recursos y la polémica por el supuesto desvío de dinero en el reparto de ayudas. Foto: Martín Quintana/EFE
RUTA DE BIENESTAR
La pobreza es un destacado factor de vulnerabilidad frente a la violencia de la naturaleza y está es un factor determinante de la marginación. Si bien resulta imposible cuantificar el influjo total de los desastres en los indicadores de pobreza, es posible medir sus efectos a corto plazo en las pérdidas de ingresos.
Aquellos situados en los deciles (divisiones de una sociedad por nivel de ingresos) más bajos sufren apenas una mínima parte de las pérdidas causadas por los desastres. El asunto es que, para ellos, eso que el huracán o el seísmo se llevó significa poco menos que todo, es decir, un costo desproporcionado.
Para dar cuenta de las dificultades que representa la calidad de damnificado en los estratos con menos calidad de vida se hicieron estimaciones de resiliencia socioeconómica en 117 naciones. Las metodologías de análisis instrumentadas han permitido apreciar como inundaciones, terremotos y tsunamis magnifican las pérdidas de bienestar, el cálculo se ubica en torno a los 520 mil millones de dólares anuales en el consumo, mucho más que las pérdidas de activos de las que se informa con premura.
En el Banco Mundial consideran que establecer políticas enfocadas a que las personas sean más resilientes, es decir, capaces de superar el trauma causado por los fenómenos climáticos, redunda en ahorros durante la convalecencia o ganancia de bienestar, como prefiera mirarse, por cerca de 100 mil millones de dólares al año en concepto de consumo.
La vulnerabilidad ante la violencia de la naturaleza, se expone en el informe del BM, es acotable mediante esfuerzos para establecer “paquetes de resiliencia” y estrategias dirigidas a elevar las paupérrimas condiciones de vida de la población de un país.
Foto: Banco Mundial/Hallegate
Puestas en esa ruta, indican los expertos del órgano internacional, las personas se establecerían en lugares más seguros y sus medios de vida y activos serían menos vulnerables.
El paquete en cuestión debe proveer a los ciudadanos desposeídos en un territorio con herramientas y apoyos para hacer frente a los fenómenos impredecibles.
Se trata de ser proactivos y tener lista una adecuada gestión del riesgo de desastres, un plan equiparable a una política de reducción de la pobreza.
CON OJOS DE INVERSIÓN
En el informe se recomienda a los gobiernos considerar la “construcción de la resiliencia” como una buena inversión, una enfocada a no dejar tan expuestas a las personas a las consecuencias de los riesgos naturales.
Como las inundaciones, terremotos y demás fenómenos con catastrófico potencial no pueden ser eliminados del panorama; como los huracanes y tsunamis seguirán apareciendo, hasta con mayor frecuencia si se cumple el pronóstico de científicos estudiosos del cambio climático; hacer frente a las amenazas por el método de “curarse en salud” no es descabellado.
Para ello se recomienda estimular que en los hogares más pobres de un país se diversifiquen los ingresos, es decir, que reciban la ayuda de programas sociales para hacer frente a las catástrofes de menor intensidad.
Las personas sufren menos a causa de un evento climático si parte de sus ingresos procede de fuera de la zona, a través de transferencias gubernamentales o remesas.
Otra recomendación es favorecer la inclusión financiera de modo que los pobres tengan algún ahorro del cual echar mano cuando se presenten los fenómenos climáticos y sean víctimas de la pérdida de casa, animales, cultivos.
Los seguros privados son una buena herramienta para proteger contra pérdidas mayores. Sin embargo, los esfuerzos por proporcionar acceso universal a ellos enfrentan múltiples obstáculos, como la escasa capacidad institucional y normativa. Otros factores son los elevados costes de la operación, fuera del alcance de quienes tienen bajos ingresos.
LA PREVISIÓN SALVA
Implementar programas de protección social adaptados a las catástrofes una vez ocurridas le genera pasivos a los gobiernos que se traducen en acciones como recurrir a fondos de reserva, a financiamiento contingente, y a la ayuda internacional si su capacidad se ve superada.
Los paquetes de resiliencia aumentarían la capacidad de las personas para hacer frente a las pérdidas de activos aunque estos resulten severamente afectados. Su aplicación significaría reducir las pérdidas de bienestar y estimular la generación de ganancia por la vía del consumo.
Restarle riesgo a los desastres, en principio, genera crecimiento y buenos dividendos, no sólo en términos de evitar pérdidas: facilitar el arribo de inversiones y, con ellas, de procesos innovadores que impactan en el desarrollo de las regiones y, por tanto, promueven una disminución de la pobrezaa.
Adoptar políticas de desarrollo de resiliencia también aporta beneficios en temas como inclusión financiera, acceso a un seguro de salud y mayor protección social.

