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ANÉCDOTAS

CANOAS Y FANTASÍAS A LA DERIVA

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Cuando llovía fuerte en las colonias La Durangueña, Mantequera, Torreón Viejo y 20 de Noviembre, bajaban de los cerros aledaños torrentes que inundaban las casas del fondo y arrasaban con todo: muebles, ropa y niños atrapados por los remolinos de salida en un ambiente caótico precedido de múltiples goteras en los techos y escurrimientos incontenibles entre muros y láminas de los techos.

Esa situación afectaba a las colonias por igual, pero en dos en especial; los infantes a quienes no pudieron retener sus padres porque también el agua les llegaba hasta el cuello, salieron expulsados de las fincas en las camas donde habían sido colocados para ponerlos a salvo de la impetuosa corriente y a pesar de su corta edad, tuvieron el instinto de aferrarse a los tubos de la cabecera y sus barandales y salir indemnes por el lado contrario, circunstancia que los salvó de morir ahogados porque el aluvión corrió rápido y no formó embalses.

Los sobrevivientes, hoy adultos en edad de merecer, no olvidan los riesgos que padecieron en época de lluvias y afirman que tuvieron tiempo para fantasear, imaginando que viajaban en canoas a la deriva arrastradas por los remolinos que giraban y giraban hasta alcanzar los bordes de tierra firme y detener su anegada trayectoria. Se trataba de sus propias camas, la mía, lo recuerdo muy bien, de tubulares dorados en pies y cabecera y perillas de adorno, un regalo de los parientes pudientes a mi señora madre.

Los escenarios aún perduran porque a los cerros nadie los mueve pero ya no sé si persiste la impetuosidad líquida de antaño que desembocaba en callejones y terraplenes de las vías del tren en la colonia La Durangueña donde se formaban ríos de lodo que teníamos que sortear trepando y caminando por los resbaladizos rieles, durmientes y piedras planas de los senderos improvisados en los lugares inundados.

Mi callejón en aquella colonia era de los más afectados: configuraba una especie de canalón entre dos formaciones de casas y recibía de lleno los golpes de agua, transformándose en brioso arroyo. Perdíamos casi todo en cada calamidad, láminas del techo, sillas, la única cama disponible, hormas y calzado en reparación y el modesto taller de zapatería habilitado en el reducido espacio que servía a la vez de habitación para una familia atrapada en la pobreza. Descalzos y vestidos con hilachos, mis hermanos menores y yo enfrentábamos la accidentada e inolvidable vida de la infancia, la cual transcurrió entre vértigos, goteras y aluviones.

En la colonia 20 de Noviembre -en el extremo opuesto- la casa donde vivimos no era un callejón pero sí algo parecido. La entrada daba hacia la calle y del otro lado la salida enfilaba hacia el desaparecido canal de La Perla, por lo cual el agua pluvial corría libremente de lado a lado y del mismo modo causaba estragos a su paso.

Callejuelas y senderos del fronterizo cerro de la Cruz -en aquellos tiempos en formación urbana y hoy densamente poblado- se convertían en riachuelos y sumergían a las casas ubicadas en sus faldas. Del mismo modo como sucedía en La Durangueña, barrían con todo y lo depositaban en el canal de La Perla cuyo volumen se desbordaba por esa causa. Mi cama conmigo a bordo, iba por el mismo rumbo pero las manos salvadoras de mi padre la detuvieron a tiempo. En las colonias Torreón Viejo y La Mantequera, asentadas a pie de cerro, los escurrimientos eran abundantes ofreciendo un vistoso espectáculo pero pocos vecinos lo disfrutaban por estar atareados en desalojar las aguas y levantar pequeños muros de piedra, ladrillos y bloques para contenerlas. Los habitantes del vecindario superior se afanaban por desalojar el copioso líquido de sus viviendas construidas al filo de lo barrancos y también para retener sus bienes impelidos por los aguaceros.

Recuerdo que las tormentas eran frecuentes y parecía que en cada ocasión aprendía más a gobernar camas y eludir las avenidas. Este texto está nutrido de las experiencias de la infancia en situaciones diferentes pero igual de aventuradas. Son anécdotas del pasado que aún subsisten en mi mente voladora. Además, ya no llueve como antes.

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