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El templo de la literatura de ocasión

El negocio 'Revistas Arturo' ha sido tradición durante 58 años en Torreón

El puesto de revistas está ubicado en la calle Ramos Arizpe 262, en el Centro de Torreón. Arturo Frayre Murguía lleva la herencia de su padre. (ÉRICK SOTOMAYOR)

El puesto de revistas está ubicado en la calle Ramos Arizpe 262, en el Centro de Torreón. Arturo Frayre Murguía lleva la herencia de su padre. (ÉRICK SOTOMAYOR)

IVÁN HERNÁNDEZ

En un tiempo no tan lejano, el culto a la historieta rifaba. La lectura fácil circulaba de mano en mano como gusto compartido, como signo de pertenencia a un círculo lector muy extendido.

Revistas Arturo, negocio con 58 años fijo en el 262 de la calle Ramos Arizpe, en el Centro de Torreón, fundó su prestigio sobre ese cimiento a veces pícaro, a veces candente, siempre ilustrado.

El destino quiso que este templo de la lectura ligera naciera de las ruinas de otra empresa.

Arturo Frayre Ibarra, fundador del quiosco, llegó a Torreón, proveniente de Carrillo Puerto, Durango, con la intención de echar raíces y vivir bien. Logró ambas cosas.

Antes de que comenzara su idilio con la publicación económica se ganaba el sustento cobrando las cuentas de una mueblería. Andar de casa en casa le abrió las puertas del matrimonio cuando conoció a Guadalupe Murguía Márquez.

El establecimiento mueblero quebró y no le dejó otra indemnización que las boletas de cobranza.

Para curar su desempleo, atendió a las palabras de la abuela de Guadalupe. La experimentada mujer le recomendó vender palabra impresa, ella tenía un quiosco a la vuelta de la Ramos Arizpe, sobre la avenida Juárez, frente a lo que era en ese entonces el Hotel Washington.

De puerta en puerta, Arturo reunió su liquidación. Con el dinero arrendó un par de habitaciones y adquirió mercancía. Decidido a prosperar, instaló futbolitos de feria. Los primeros días, el comercio caminaba, pero no corría. Varios conocidos plantearon la misma solución al problema motriz: conseguir mejor precio a la hora de surtir. "Vete a la Ciudad de México", decían.

Frayre Ibarra compró un boleto de tren. En la capital, gastó más allá del presupuesto autorizado. Volvió al vagón con tres cajas de contento, también sentía preocupación, no completaba el pasaje hasta Torreón, si acaso hasta Zacatecas y nada más. La providencia se disfrazó de boletero, ese personaje le permitió quedarse a bordo.

Con las tripas de aquellas tres cajas decorando los anaqueles, el negocio aprendió a correr.

EN ESOS DÍAS

Las letras de ocasión siguieron viniendo en caja, pero de tráiler. Arturo hizo un arreglo con la empresa de fletes. El chofer llegaba directo a la bodega de los Frayre. Pedían prestados los brazos de los vecinos para dar trámite a siete toneladas de labor. Todos funcionaban como una fila de hormiguitas. Al final, el patrón repartía pa´l refresco y un taquito.

En aquellos días, no había Central de camiones en la ciudad. Los viajeros descendían o hacían escala en las oficinas de las líneas ubicadas sobre el bulevar Revolución, en el límite sur de la zona Centro.

Muchachos del Cerro de la Cruz, de La Rosita, de la Martínez Adame, conectaron los puntos y elucidaron una manera de forrarse.

Arturo les dio precio: tres ejemplares a cambio de un peso con cincuenta centavos. Los jóvenes subían a los autobuses. Pasajeros lectores entregaban 10 pesos y se quedaban con tres relatos.

Algunos informales de la literatura rápida ya eran esposos y/o padres de familia. Otros, que todavía no se independizaban, si bien contribuían al sostén de la casa, reservaban parte del ingreso para obsequiarse un pantalón, una camisa, un par de tenis.

A finales de los ochenta, la construcción de la Central Camionera acabó con esa fuente de ingresos. La administración de la terminal prohibió el acceso a vendedores.

PERMANENCIA

Aunque fue un duro golpe, la mudanza del pasaje foráneo al oriente no tumbó a Revistas Arturo. El corte de los noventa arrojó buenas cuentas. Correspondió a la primera década del nuevo milenio mandar a la lona a los primeros cuadros de la ciudad.

El Centro, considera Arturo Frayre Murguía, heredero del fundador de este ciclo artúrico, murió de violencia. La inseguridad redujo el electrocardiograma del sector a ínfimas pulsaciones. En el caso particular de su establecimiento, al contexto de nota roja hubo que sumar la masificación de la competencia inalámbrica. La vorágine tecnológica se comió el mercado del entretenimiento de ocasión.

A muchos clientes que aún frecuentan el local, Arturo hijo, ya con 60 años en el morral de la edad, los conoce de toda la vida, "desde que éramos niños". Ahora vienen, dice, los nietos de la clientela original.

De cuando en cuando llega un visitante y pregunta por el fundador. Desde hace ocho años, el heredero les da la misma mala nueva.

También aparecen antiguos conocidos que piden ser mirados con los ojos de lejanos días. Él dice que sí, sí los recuerda, cómo no. Miente, porque el olvido lastima.

Acerca de por qué siguió los pasos del progenitor, dice que la escuela no le gustó tanto como el comercio.

También contribuyeron las experiencias de amigos y conocidos. Arturo hijo los vio estudiar carreras, no ejercer y fatigar las jornadas en otros empleos, chofer de taxi, por ejemplo.

El templo de la literatura de ocasión recompensó tanta devoción. De la tinta y el papel salió la universidad de sus vástagos. Una estudió para trabajadora social, otro es veterinario, al tercero le gustó la ingeniería civil, uno más, no quiso ningún título.

Revistas Arturo se mantiene fiel a su razón de ser: allí la gente compra, vende o cambia revista.

Un cliente interrumpe el diálogo. Carga media docena de relatos. No hay necesidad de hablar. Arturo hijo rescata del fondo del mostrador la misma cantidad de historietas. 12 pesos consuman el cambalache.

El quiosco nunca ha sido propiedad de la familia Frayre. Mes a mes, el continuador del ciclo paga la renta. De la identidad del actual dueño del inmueble, no hay seña disponible.

LA HISTORIETA RIFABA

Ah, cómo se vendían dos seriales llamados Denuncia y Delito. Y cómo pedían las aventuras impresas de Capulina y de Hermelinda Linda. Otros favoritos del público respondían a los nombres de Así Soy...! y Qué? y Yo Acuso.

Series como Joyas de la Literatura conseguían proezas como resumir la Comedia de Dante a 80 páginas de globos de diálogos y descripciones ilustradas.

Arturo hijo tiene bien identificados los grupos que persisten en la compra de material impreso.

Los educandos solicitan revista científica. Mujeres de cierta edad mercan combustible para las vanidades. Adultos jóvenes invierten en impresos porno con alta calidad gráfica. Varones ya curtidos fatigan Historias Calientes, relatos que desentrañan Secretos de Cama o desnudan Almas Perversas.

Las páginas del sello Harlequín son muy solicitadas. Que en internet circulen versiones electrónicas de sus románticas historias no borra el gusto por el impreso. Revistas de manualidades, de cocina y para la salud de los hombres son especies que, en días recientes, se han entregado a la extinción.

Arturo hijo aún viaja a la Ciudad de México a conseguir material. Sin embargo, la historieta ya cedió la primacía a los crucigramas, las sopas de letras y, de un tiempo acá, los sudokus.

HEREDERO

El heredero continuará la saga hasta donde pueda. Para explicar su resolución de cara al futuro, vuelve al pasado. A los 79 años de edad, el fundador del ciclo artúrico se resistía a abandonar la rutina del 262 de la Ramos Arizpe.

Una noche, pesadas viandas descompusieron su organismo. Lo llevaron a Urgencias. El médico prescribió un mes de reposo.

El casi octogenario aceptó la condena de mala gana.

Su hijo no solo recuerda, escucha al progenitor, dice que ya está bien, que quiere ir al negocio.

Un miércoles, a escasos tres días de fatigar el plazo, el padre fue especialmente insistente. Su primogénito consiguió calmarlo. "Ya falta poco", le dijo.

La madrugada del jueves, Arturo Frayre Ibarra falleció. El antecedente no solo impresiona, suena a premonición.

Junto al mostrador, hay una foto del fundador. Arturo hijo, monarca de la lectura económica, la toma en sus manos, sonríe. Posa rodeado de sus nobles historietas. Se echan de menos las más sensacionales, aquellas que celebraban proezas y entuertos de chafiretes, traileros, luchadores.

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Escrito en: revistas Literatura

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